martes, 6 de agosto de 2019

LAS SARGENTADAS DE LA GRANJA Y LA CONSERVACIÓN DEL PAJARÓN COMO PATRIMONIO CULTURAL DE LA SIERRA DE GUADARRAMA

Quien haya seguido este cuaderno de bitácora desde hace años sabe que la conservación del patrimonio natural y cultural de la Sierra de Guadarrama es su única razón de ser. Ello también, dicho sea de paso, es el motivo de la arriesgada aventura que el autor de estas líneas emprendió en mayo de 2015 al acceder a la petición que se le hizo de formar parte del gobierno municipal de Miraflores de la Sierra, para lo que puso como condición se le dieran las concejalías de Medio Ambiente y Urbanismo durante la legislatura que acaba de terminar. Estas competencias y este plazo de cuatro años han sido los necesarios y suficientes para dejar asegurada si no hay retrocesos‒ la conservación del valioso patrimonio de esta localidad serrana de cara al futuro, una cuestión urgente y pendiente de solución desde hace mucho tiempo en el entorno de una de las principales puertas de acceso al Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama en su vertiente madrileña. Una vez cumplidos los objetivos que se marcó, de los que se ha dado cuenta extensamente en entradas anteriores, uno se dispone a continuar en el mismo empeño con más tiempo y libertad fuera ya de las barricadas de la política, lo que le permite volver a ampliar los frentes mucho más allá del ámbito municipal.

La protección del pajar más renombrado de España
Por ello regreso ahora con muchas ganas al otro lado del Guadarrama ya lo hice en mi entrada anterior publicada hace pocos días como denuncia de un descabellado proyecto de construcción de un camping en la dehesa de Sotosalbos para escribir la «crónica» de las Sargentadas de La Granja, una iniciativa pionera, inteligente, alegre y heterodoxa que traigo aquí como ejemplo del decisivo papel que puede desempeñar la sociedad civil en las agrias batallas que se están librando en las dos vertientes de la sierra por la conservación de nuestro patrimonio cultural, y muy especialmente el arquitectónico más amenazado por la especulación del suelo, en este caso en el entorno inmediato de otra de las importantes vías de acceso al parque nacional en su parte segoviana. Un ilustre y buen amigo me ha colgado el sambenito de «cronista del Guadarrama», y como es más conocido que El Tato parece ser que el apodo ha calado. La crónica como género periodístico exige una regularidad cronológica inexistente en esta bitácora, en la que se escribe cuando se puede y a salto de mata. Por otra parte, eso de que me llamen «cronista» no me gusta nada pues a menudo el término se refiere a un puesto honorífico más o menos oficial instituido por los ayuntamientos para la exaltación de la cultura y las tradiciones locales. Además, no puedo evitar asociarlo con la figura de un señor mayor, por lo general sesudo, jubilado y ocioso, que emplea su tiempo cantando las alabanzas de su barrio, de su pueblo o de la ciudad de sus amores. En esta bitácora se hace gala de independencia y se huye de localismos, y aunque se traten en ella asuntos «locales» su finalidad es la defensa del patrimonio material e inmaterial de la Sierra de Guadarrama en su conjunto, que tiene en muchos casos proyección universal, como ya se ha destacado en alguna entrada anterior. Dicho esto, y como en esta entrada tengo que escribir algo parecido a una crónica, habrá que asumir temporalmente el papel de cronista, aunque sea a regañadientes.
          Las Sargentadas de la Granja nacieron en 2002 como acto cultural organizado por la Sociedad Castellarnau de Amigos de Valsaín, La Granja y su entorno, para conmemorar en aquel año el 166 aniversario del levantamiento de una parte de la guarnición del Real Sitio de San Ildefonso el 12 de agosto de 1836, que al grito de «¡A las armas!» y marcando el paso al son del Himno de Riego tocado por pífanos y tambores, entró en el palacio de La Granja para obligar a la reina gobernadora María Cristina de Borbón a abolir el Estatuto Real de 1834 y restituir la Constitución de 1812, popularmente conocida como «La Pepa». Con ello volvieron a estar vigentes fugazmente las leyes y decretos de las Cortes de Cádiz y del Trienio Liberal, lo que poco después traería consigo la Constitución de 1837 que puso fin al absolutismo con la abolición definitiva del Antiguo Régimen en España. Nada menos.

Los sargentos sublevados en La Granja el 12 de agosto de 1836, obligando en palacio a la reina regente María Cristina de Borbón a firmar la constitución liberal de 1812, «La Pepa». (Biblioteca Nacional de Madrid)
 

          La tropa sublevada estaba acuartelada en el Pajarón, un edificio construido en 1779 por el aparejador del Real Sitio D. Joseph Díaz Gamones (que por los mismos años levantaba la Real Fábrica de Cristales de La Granja, la Casa de Infantes y otros importantes edificios del Real Sitio) para almacenar las grandes cantidades de paja que se necesitaban para el abastecimiento de las Reales Caballerizas, y que en los primeros años del siglo XIX fue convertido en cuartel de infantería. Este singular pronunciamiento, conocido como motín o sargentada de La Granja al estar dirigido por un grupo de sargentos del 4º Regimiento de la Guardia Real allí destinados tras su regreso del frente del Norte durante la Primera Guerra Carlista, está relatado en «Luchana», uno de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. Sobre el mismo, nuestro amigo Jesús Sanz, miembro de la Sociedad Castellarnau de Amigos de Valsaín, La Granja y su entorno, publicó en 2012 un libro que constituye el más exhaustivo y documentado estudio sobre estos hechos y sus decisivas repercusiones históricas, del que hablaremos más adelante.

El cuartel del Pajarón en 1832, según un cuadro del pintor segoviano Bartolomé Montalvo (Archivo de la Sociedad Castellarnau)

 
          Pero en realidad, la conmemoración de la Sargentada de la Granja se organizó también con otra finalidad muy distinta de la simple celebración de la efeméride: impedir la desaparición del Pajarón, el antiguo cuartel en donde se tramó este motín que cambió la historia del país y que el Ayuntamiento del Real Sitio de San Ildefonso ha pretendido derribar a lo largo de los últimos veinte años para construir edificios de viviendas. Además de su historia «grande» ya esbozada más arriba, el Pajarón tiene su pequeña historia, quizá mucho menos brillante pero igualmente heroica que la protagonizada por aquellos sargentos levantados en armas para defender la libertad, historia «menor» que queremos dejar aquí reflejada para que quizá algún día se ocupe de ella la historiografía oficial.

Fachada oeste del Pajarón. Al fondo a la izquierda, la Real Fábrica de Cristales de La Granja, y a la derecha la Casa de Infantes, edificios construidos por Joseph Díaz Gamones en los mismos años en que levantaba este humilde pajar (Archivo de la Sociedad Castellarnau) 

Vista interior de la fachada oeste del Pajarón. El contraluz y los grandes árboles que crecen en su interior dan a este espacio (como a toda ruina que se precie) un aire de romanticismo que nos evoca los hechos ocurridos allí en el mismo año en que nació el poeta Gustavo Adolfo Bécquer (Archivo de la Sociedad Castellarnau)   

          

          El Pajarón se construyó en la zona de Los Alijares, a extramuros de la Puerta de la Reina, en lo que era entonces un magnífico parque de recreo con paseos y avenidas arboladas situado frente a la Real Fábrica de Cristales, emplazamiento alejado del casco urbano que se eligió con el fin de evitar el riesgo de incendio que representaban para la población las 30.000 arrobas de paja allí almacenadas. Se dirá que un simple pajar difícilmente podrá ser considerado como un edificio monumental en el sentido estricto del término, por muy regio y grande y que sea, lo que posiblemente sea cierto. Sin duda el Pajarón es uno de los edificios de interés histórico más sencillos de La Granja en lo que se refiere a características constructivas, sin embargo el aparejador real Joseph Díaz Gamones se esmeró mucho en su construcción, llevada a cabo, como ya hemos dicho, entre los años 1778 y 1779. Los restos que hoy se conservan se reducen a los muros maestros exteriores, que forman un gran rectángulo con unas dimensiones de más de 70 metros de longitud en las fachadas norte y sur y de 18 metros en las fachadas este y oeste de los extremos. Es pues, un edificio de tamaño muy considerable para ser un simple pajar, y de ahí su denominación popular de Pajarón. Estos muros destacan por su buena fábrica de mampostería de 3,5 pies de espesor (más de un metro) recibida con mortero de cal y alternada con verdugadas y machones de ladrillo en las esquinas y en los huecos de puertas y ventanas. En sus lados norte y sur y en el hastial orientado al oeste (en el de levante se ha perdido) estos muros están rematados por una cornisa labrada en piedra que sorprende por su calidad y buena factura frente a la sencillez general del edificio.

Fragmento del «Plano General y explicación de los Jardines y Real Sitio de San Ildefonso», de Antonio de Herrera (1780). El Pajarón aparece señalado con la letra f rodeado por las huertas y los paseos ajardinados de la zona de Los Alijares, frente a la Real Fábrica de Cristales (g) y la Casa de Infantes (t) (Biblioteca Nacional de Madrid)
Fachada oeste del Pajarón en agosto de 2004. El edificio aparece engalanado con carteles para la celebración de la Sargentada, última celebrada en su interior (Archivo de la Sociedad Castellarnau)
    
          Que el Pajarón se haya conservado hasta nuestros días supone un verdadero milagro, vistos los avatares a los que ha sobrevivido a lo largo de más de siglo y medio. En 1866, treinta años después del motín de los sargentos, la propiedad pasó del patrimonio de la corona al Ministerio de la Guerra, que llevó a cabo pequeñas obras de reparación en 1877, pese a lo cual el edificio se quedó sin uso ya a finales del siglo XIX. En 1903 se derrumbó parte de la cubierta, por lo que el alcalde del Real Sitio solicitó su demolición a la Capitanía General de Castilla la Vieja, solicitud que fue denegada. Un año después la Comandancia de Ingenieros de Segovia lo sacó a la venta en subasta pública, dividiéndolo en lotes que incluían, entre otros elementos de la construcción, la piedra de los muros, la teja y la madera de la cubierta, las grandes losas de granito del solado interior del edificio, las rejas de las ventanas y los 142 metros lineales de la magnífica cornisa que remata los muros, ya mencionada. Esta subasta quedó desierta, aunque posteriormente fueron desmontados el tejado y las grandes losas de piedra del pavimento interior para su aprovechamiento en otras construcciones. En 1908, por indicación del rey Alfonso XIII, se proyectó instalar un lavadero en el interior del Pajarón, lo que al final se desestimó por la exigencia de volver a adquirir el edificio por parte de la corona. Tras otros intentos fallidos de venta y el rechazo de varias solicitudes de compra por particulares, y otra de cesión gratuita al Ayuntamiento, con la ruina galopante amenazando cada vez más sus maltrechos restos, en 1953 el Pajarón se iba encontrar con el destino providencial que le deparaba la pequeña historia que estamos narrando. En aquel año lo adquirió Emilio Heras Soto, industrial maderero de La Granja muy vinculado a los pinares de Valsaín, para instalar en su interior un taller de fabricación de persianas que en 1965 transformó en una pequeña vivienda utilizada por la familia Heras Riesgo para pasar los veranos hasta 1998.

El interior del Pajarón durante una de las visitas previas a la celebración de la Sargentada de 2004 (Archivo de la Sociedad Castellarnau)
  
          La historia de la lucha por la conservación del Pajarón es larga y sorprendente, por lo que merece ser resumida en las líneas que siguen, aun a riesgo de cansar algo al lector. En 1979 la Dirección General de Patrimonio elaboró un cuestionario de recogida de datos para la redacción del Catálogo del Patrimonio Arquitectónico de Interés Histórico-Artístico de La Granja, en el que se manifestaba la conveniencia de la recuperación del Pajarón por formar parte del conjunto palaciego del Real Sitio, recomendando su inclusión en el Plan General de Ordenación Urbana que se estaba redactando por entonces y que fue aprobado en 1982. A pesar de que en este cuestionario se destacaban su valor arquitectónico y la calidad visual que aporta al paisaje urbano del barrio de Los Alijares, fue el único edificio histórico que quedó fuera de ordenación en el documento, prohibiéndose incluso las obras para su consolidación. En 1997 fue incluido en la ordenación con la modificación del Plan General, pero sólo a efectos de suelo, lo que abría de facto, otra vez, las puertas a su demolición.

Página de la memoria de la modificación puntual del PGOU del Ayuntamiento del
Real Sitio de San Ildefonso en el ámbito 4-C denominado «Los Alijares» (2005), 
en la que el edificio del Pajarón queda fuera de ordenación para su derribo

          En 2001 Javier Contreras y Miguel Heras, el primero un reconocido arquitecto y consultor sobre patrimonio histórico, elaboraron un documentado estudio en el que se destaca el valor patrimonial del Pajarón, informe que presentaron en la Delegación Territorial de Cultura de Segovia junto a las solicitudes para su declaración como Bien de Interés Cultural y como Jardín Histórico la zona próxima a la Puerta de la Reina que lo rodea. En 2005 el Ayuntamiento presentó el proyecto de remodelación urbanística de la zona de la Puerta de la Reina, que preveía la construcción de un aparcamiento subterráneo y un bloque de viviendas en el solar ocupado por el ruinoso pajar. Poco después, en 2006, la empresa LARCOVI, interesada en el concurso abierto para la ejecución de las obras, se hizo con la propiedad del mismo. Parecía que la suerte del Pajarón estaba echada.

Los nuevos «sargentos» de La Granja
Por aquellos años ya estaba en marcha la Sociedad Castellarnau de Amigos de Valsaín, La Granja y su entorno, fundada en 1999 por un grupo de amantes de esta zona privilegiada, asociación de carácter cultural y conservacionista presidida en aquellos años por el naturalista Carlos de Hita, que desde el principio de su andadura hizo de la protección del Pajarón uno de sus objetivos. En 2004 «la Castellarnau» nombre cariñoso y obligadamente abreviado con el que sus miembros la denominamos ya había solicitado a la Consejería de Cultura de la Junta de Castilla y León la declaración del edificio como Bien Inventariado, presentando el mismo estudio ya mencionado anteriormente, pero ampliado con nuevos documentos del Archivo General del Palacio Real de Madrid que demuestran la autoría del aparejador real Joseph Díaz Gamones. En 2005, ante la falta de respuesta, elevó una queja al Procurador del Común de Castilla y León con la solicitud de su intermediación, petición que fue admitida a trámite y respondida favorablemente en 2006 con una resolución enviada a la Consejería de Cultura para que adoptara las medidas necesarias que evitaran la desaparición del edificio. En 2007 la administración regional trasladó al Ayuntamiento y a la Comisión Territorial de Urbanismo de Segovia la petición de catalogación del Pajarón, solicitud no atendida hasta el momento de escribir estas líneas.

Valentín Quevedo y Pedro Heras, los dos principales impulsores de la Sociedad Castellarnau, «perpetrando» en el Pajarón la tercera Sargentada de La Granja en agosto de 2004, ante los paneles informativos de una exposición sobre el valor histórico y patrimonial del edificio (Archivo de la Sociedad Castellarnau)

          
          Pero todas estas reclamaciones legales no excluían la utilización de métodos más expeditivos y eficaces. En el verano de 2002, la Castellarnau, movilizada como el que dice al toque de generala, organizó en el ruinoso Pajarón la primera Sargentada de La Granja con el fin de echarle un simpático pero muy firme pulso a la administración regional, todavía por entonces tan dubitativa y temerosa como lo estuvo la reina regente María Cristina de Borbón en 1836. El autor de estas líneas recuerda aquella inolvidable concentración popular como una de las más osadas y divertidas de las diecisiete que se han celebrado hasta el momento, seguramente por lo improvisada, espontánea y políticamente incorrecta. Por ello, en su relato va a dejar momentáneamente el empleo de la tercera persona del singular que parece conviene a su papel de cronista objetivo e imparcial para hablar en primera, aunque sea del plural.  
          En aquella Sargentada de 2002, tras una introducción histórica de Pedro Emilio Espinar, defensor del patrimonio segoviano, que nos animó a seguir en la lucha, y una charla-arenga musical del musicólogo y director del programa Radio Clásica, Fernando Palacios, que versó sobre el Himno de Riego, el Trágala y otras canciones liberales entonadas por los sargentos ciento sesenta y seis años antes, más de doscientas personas concentradas en el Pajarón marchamos en alegre desfile siguiendo el mismo itinerario que recorrieron las tropas sublevadas, pero esta vez, a falta de pífanos y tambores, tarareando el Himno de Riego con mirlitones, esos pitos de membrana que se utilizan de forma jocosa en carnavales y chirigotas. Hoy lo recuerdo como una desternillante escenificación del Retablo de maese Pedro, pero «a lo Heras», pues en las obligadas paradas que hacíamos, apenas cada doscientos metros, se silenciaba el liberal soniquete de los mirlitones y Pedro Heras, ataviado de lazarillo no en vano un punto sabe más que el diablo‒, recitaba un romance de ciego que narraba la sublevación de los sargentos señalando con una vara de avellano un pliego de cordel con aleluyas de versos pareados enarbolado por Pablo Heras, que a su vez portaba un cayado de invidente y gafas negras a lo Steve Wonder. Al mismo tiempo, Javier Lázaro, nuestro gran músico y juglar, acompañaba el romance tañendo un rabel que al acabar cada estrofa sustituía por una gaita charra, con la que retomaba el Himno de Riego al reanudar la marcha. Era el 12 de agosto, y La Granja estaba atestada de asombrados turistas extranjeros y curiosos visitantes que se iban sumando a nuestra alborozada comitiva según entrábamos al Real Sitio por la puerta de Segovia ‒que fue cerrada inútilmente en 1836 para impedir la entrada a los cerca de setecientos soldados sublevados y a nuestro paso por la gran avenida de los jardines del Medio Punto que sube hasta la Colegiata. No es fácil recordar ciertos detalles después de tantos años, pero al final debimos concentrarnos allí alrededor de trescientas personas con el propósito de acceder a los jardines del palacio, esgrimiendo para ello antiguos derechos adquiridos. Quizá oliéndose alguna tostada, los responsables de Patrimonio Nacional habían enviado a la puerta del recinto a todo un destacamento de vigilantes de seguridad que nos lo impidieron. Buen olfato, porque desde la rebelión de los sargentos en 1836 aquella hubiera sido la primera vez, y por supuesto la última, que una encendida y jocosa turbamulta reclamaba algo a la autoridad entonando el Himno de Riego en el palacio real de La Granja.

Noticia publicada en el diario El Mundo el 13 de agosto de 2002 sobre la celebración de la primera Sargentada de la Granja. Frente a las ruinas del Pajarón aparecen Perico Heras recitando un romance de ciego ante un pliego de cordel que sujeta Pablo Herasy a la derecha Javier Lázaro tañendo un rabel  (Diario El Mundo)


          
          Tras esta primera «rebelión en la Granja», de trama tan satírica y aleccionadora como la urdida por George Orwell en su famosa novela homónima, sin renunciar al humor inteligente y a la heterodoxia creativa pero con el mismo entusiasmo y más medios y capacidad de organización, las Sargentadas fueron dotándose de ese sello inconfundible y un tanto transgresor que imprime la Sociedad Castellarnau a todo lo que hace, en especial ese sentido estético que figura en sus estatutos como herencia lejana de la Institución Libre de Enseñanza. Y la clave para ello fue la representación de títeres de guante ‒prefiero esta hermosa expresión al galicismo «guiñol»El sargentillo valiente, que se escenificó por primera vez en el Pajarón durante la Sargentada de 2004, la última que se celebró al abrigo umbroso y acogedor de sus vetustos muros cargados de historia. Compuesto el guión por Pedro Heras según una idea original de Valentín Quevedo, musicado por Javier Lázaro y con mezclas y grabaciones de las voces a cargo de Carlos de Hita, su puesta en escena exigió cientos de horas de trabajo en el que participaron muchas personas, tanto en las reuniones previas como en el diseño y creación del teatrillo, los títeres y los decorados, obra del paisajista, pintor y decorador de interiores Fernando Valero, que contó con la ayuda inestimable de Cristina Huarte para vestir a los muñecos. Los preciosos carteles de las primeras Sargentadas los hizo la pintora Rosa Pérez-Carasa.

El pintor Fernando Valero (a la derecha de la fotografía) con dos ayudantes preparando en la Casa de los Perros los decorados para la primera representación de «El sargentillo valiente» en 2004 (Archivo de la Sociedad Castellarnau) 


Carlos de Hita grabando los coros y canciones de «El sargentillo valiente» para la Sargentada de 2004 
(Archivo de la Sociedad Castellarnau)

Ensayo a puerta cerrada de «El sargentillo valiente» en la Casa de los Perros en agosto de 2004 (Archivo de la Sociedad Castellarnau)
     

          La actividad reivindicativa de la Castellarnau era frenética en aquellos años, y a las exigencias de protección del Pajarón se sumaron otras no menos importantes, lo que nos mantenía en un continuo y eufórico estado de movilización que llegó a tener características de auténtico «pronunciamiento» cultural y ambiental. En 2004 nos embarcamos en las marchas Allende Sierra, otra iniciativa de lo más singular que urdimos en revuelto contubernio con varias asociaciones conservacionistas, culturales y deportivas de Madrid y Segovia, como la Sociedad de Amigos del Guadarrama, Ecologistas en Acción, la Sociedad Centaurea y la Sociedad de Alpinismo Peñalara, para reclamar a las dos reticentes administraciones regionales competentes de aquella época que dejaran de poner obstáculos a la creación del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. Tardarían todavía nueve largos años en hacerlo, tiempo que nos pasamos cruzando la sierra de una vertiente a otra en marchas reivindicativas y más bien multitudinarias ‒en este caso el fin justificaba los medios que organizábamos en cada estación del año. En éste que corre se cumplen quince del comienzo de aquella otra larga batalla, a la que el autor de estas líneas resignado con su sino de cronista dedicará una próxima entrada antes de tomar las uvas.

Preparativos de la Sargentada de La Granja de 2004 en el Pajarón (Archivo de la Sociedad Castellarnau)


José Luis y Manolo Heras ataviados de sargentos durante la representación de títeres «El sargentillo valiente», en la Sargentada de La Granja celebrada en el Pajarón el 12 de agosto de 2004 (Segoviaudaz)
La gran apuesta de las Sargentadas de La Granja durante diecisiete años ha sido por los niños, como los que aparecen en esta fotografía tomada en el Pajarón el 12 de agosto de 2004, que hoy son adultos y seguramente no querrán ver desaparecer en el futuro este escenario de sus recuerdos de infancia (Archivo de la Sociedad Castellarnau) 




Tres sargentos Heras de la recuperada guarnición del Pajarón haciendo de cantineros en la Sargentada de la Granja de 2004, última en celebrarse al abrigo umbroso y acogedor de sus vetustos muros cargados de historia (Archivo de la Sociedad Castellarnau)
         
          Con el cierre del Pajarón en 2005, la representación de El sargentillo valiente se hizo itinerante en los años siguientes por diferentes lugares de La Granja, como la Plaza de los Dolores, la de la Cebada, la Plazuela del Mallo, la calle del Rey y el Prado Palomo, aunque en algunos veranos hubo que sustituirla por un pregón seguido de un pasacalle animado con música y chirigotas, ante la imposibilidad de contar a mediados de agosto con los más de veinte actores que exige el manejo de los títeres para su puesta en escena. Todo valía para mantener viva una fiesta que ya se había convertido en «clásica» por su repercusión mediática y su aceptación popular. Las representaciones se hacían con el acompañamiento musical del Grupo Andanzas de La Granja, dirigido para la ocasión por Javier Lázaro, y fue tal el éxito que obtuvieron que la obra empezó a representarse en otros escenarios, como el Teatro Juan Bravo de Segovia, en 2008, y en 2103 en Madrid, en el centro cultural Nicolás Salmerón. La representación de El sargentillo valiente fue emitida incluso por la televisión de Castilla y León en los años 2011 y 2012. La Sargentada de La Granja triunfaba mucho más allá de las puertas del Real Sitio, pero nunca se dijo ante el público que uno de sus principales objetivos era evitar la desaparición del Pajarón. De ahí que el cronista de marras lo proclame en estas líneas para que surta los efectos oportunos ante quien corresponda.

Cartel de la Sargentada de la Granja de 2009 (Archivo de la Sociedad Castellarnau)
Representación de «El sargentillo valiente» en la Plaza de los Dolores, el 12 de agosto de 2013 (Archivo de la Sociedad Castellarnau) 
Cantando chirigotas en el Callejón del Mallo durante la celebración de la Sargentada de 2010. Pedro Heras aparece en primer plano a cara descubierta (Diario El Mundo)
Pedro Heras en la Plazuela del Mallo presentando los títeres en la Sargentada de 2010 (El Norte de Castilla)
          
          Pero hubo una oportunidad perdida para dar a la Sargentada de la Granja la dimensión que le corresponde como acto cultural y otorgarle un rango con el que, utilizando el lenguaje cuartelero que aquí nos viene al pelo, la Comisión Territorial de Urbanismo de Segovia y el Ayuntamiento del Real Sitio de San Ildefonso se nos hubieran tenido que cuadrar en primer tiempo de saludo a la hora de discutir sobre el futuro del Pajarón. Fue el frustrado intento de incluir la representación de El sargentillo valiente en los actos culturales conmemorativos del bicentenario de la Constitución de 1812, que tuvieron lugar en Cádiz en marzo de 2012. Pedro Heras, de quien surgió la brillante idea, allá que se fue con un completo dossier bajo el brazo para la presentación del proyecto y volvió con un montón de buenas palabras resonando en los oídos. Quizá no pudo ser porque tan alta pretensión superaba nuestras posibilidades, pero lo cierto es que los responsables del Consorcio para la Conmemoración del Bicentenario desaprovecharon una oportunidad única que se les puso en bandeja para dar más contenido a los actos. ¡Viva La Pepa! en cualquier caso, porque es un hecho histórico incontrovertible que la Constitución de 1812 cuando más viva estuvo fue después de su resurrección por obra y gracia de la Sargentada de La Granja, pese a su corta vigencia, pues convirtió a nuestro país en un Estado constitucional hasta el advenimiento de la dictadura militar de Primo de Rivera en 1923.

Portada de la presentación de Power Point elaborada por la Sociedad Castellarnau como propuesta al Consorcio para la Conmemoración del Centenario de la Constitución de 1812 (Archivo de la Sociedad Castellarnau)
            
          Sin embargo, la Sargentada del 12 de agosto de 2012 no desmereció de tan magna efeméride a pesar de las expectativas frustradas. Aquel año se celebró en la Real Fábrica de Cristales junto a la presentación del libro ya referido de nuestro amigo Jesús Sanz La Sargentada de La Granja. Ensayo sobre el último triunfo y definitiva despedida de la constitución gaditana, una de las últimas muestras de su labor desarrollada en el campo de la investigación histórica, acreditada por su larga trayectoria como profesor de Historia Económica en la Universidad Complutense, como director del Archivo Histórico Ferroviario de la Fundación de los Ferrocarriles Españoles y miembro fundador del Grupo de Estudios de Historia Rural. Un libro que, como ya dijimos al principio, constituye el más documentado estudio sobre aquellos hechos y sus decisivas repercusiones históricas, en especial por la exhaustiva utilización de las fuentes antiguas y modernas disponibles y por su bien armado aparato crítico. En su epílogo titulado «El destino de los héroes y de la revolución» se da cuenta del trágico final que encontraron los sargentos y soldados sublevados en el Pajarón, que poco después fueron enviados al frente de Guadalajara para intentar detener el avance de las tropas carlistas hacia Madrid. Allí murieron casi todos, pero sobrevivió para contarlo el verdadero protagonista de nuestra historia, el sargento Alejandro Gómez, cabecilla de la Sargentada y portavoz de las tropas amotinadas que arrancó a la reina regente la firma de la constitución liberal de 1812, nuestro «sargentillo valiente».
          Aquella Sargentada de 2012 fue sin duda la más ambiciosa, brillante e imaginativa de todas las celebradas hasta entonces, pues en el magnífico espacio situado bajo la cúpula de la Real Fábrica de Cristales tuvo lugar una función de títeres que escenificaba un imaginado diálogo cargado de reproches entre tres de los personajes históricos que protagonizaron los sucesos de 1836: la reina regente María Cristina de Borbón, su ministro Barrio Ayuso y el sargento Gómez, con otro bien real y perteneciente al mundo de los vivos, nuestro amigo Jesús Sanz, representado por un muñeco que encarnaba al personaje nombrado como «el Historiador» y creado ad hoc por Fernando Valero y Cristina Huarte. Amenizada con habaneras, seguidillas, polcas y rigodones interpretados por el Grupo Andanzas, fue una Sargentada que conmemoró de manera inolvidable el bicentenario de La Pepa.    
 
Celebración de la Sargentada de 2012 en la Real Fabrica de Cristales de La Granja, con ocasión del bicentenario de La Pepa (Librería Ícaro)


Jesús Sanz leyendo el pregón desde un balcón de la Plazuela del Mallo durante la Sargentada de 2010 (Galería Artesonado)






















 
El futuro del Pajarón
Son ya dieciocho años los que llevan celebrándose las Sargentadas de La Granja y el futuro del Pajarón sigue sin despejarse. Algo se ha ganado tras las resoluciones favorables a las demandas de la Sociedad Castellarnau que emitieron en 2006 y 2007 el Procurador del Común (equivalente castellanoleonés al Defensor del Pueblo) y la Consejería de Cultura de la Junta de Castilla y León para que la Comisión Territorial de Urbanismo de Segovia y el Ayuntamiento del Real Sitio de San Ildefonso lo incluyan en el Catálogo Municipal del Patrimonio Arquitectónico de Interés Histórico-Artístico. Por muy humilde que sea y por muy ruinoso que esté, un edificio de tantísimo significado no puede ser derribado, así sin más, desoyendo las resoluciones de estos dos organismos.
          Aplicando esa máxima cervantina de Los trabajos de Persiles y Sigismunda que advierte que «en los casos arduos y dificultosos en un mismo punto han de andar el consejo y la obra», la Castellarnau ha cumplido quijotescamente su parte de los trabajos haciendo ver, por un lado, el enorme valor histórico del edificio, y por otro arrancando a la Administración regional, al menos, una declaración de intenciones para su protección. Con ocasión de la inminente celebración de la XVIII edición de la Sargentada de La Granja, que tendrá lugar en el Prado Palomo el próximo 12 de agosto de 2019, la corporación municipal del Ayuntamiento del Real Sitio de San Ildefonso, recién constituida tras las pasadas elecciones, tiene una oportunidad inmejorable para hacer pública su obligada determinación de conservarlo definitivamente y convertirlo en un espacio cultural llegando a un acuerdo con la propiedad. Por supuesto, no pretendemos aquí dar lecciones de ningún tipo a un municipio que ha dado ejemplo en la conservación de uno de los más importantes conjuntos históricos de todo el país, y precisamente por ello tenemos la esperanza de que acabará aplicando los mismos criterios en el caso del Pajarón, porque los tiempos corren a favor de la protección del patrimonio cultural de la Sierra de Guadarrama, incluso el menos conocido y valorado. Sólo hace falta voluntad política, y a este respecto no puedo menos que referirme otra vez al ejemplo dado recientemente por el Ayuntamiento de Miraflores de la Sierra al actualizar su catálogo de forma exhaustiva, con la inclusión de más de doscientos elementos patrimoniales entre los que se cuentan algunos edificios históricos arruinados con valores mucho menos importantes que los de las ruinas del Pajarón, realmente tan valiosas, cargadas de significado, y por lo tanto irreemplazables, que cualquier municipio de nuestro entorno se jactaría de contar entre su patrimonio. Son muchos los usos que se le pueden dar al edificio, pero ningún otro mejor que destinarlo a un centro de interpretación sobre aquellos hechos memorables que se gestaron entre sus vetustos muros y que cambiaron el rumbo de la historia al convertir definitivamente a los españoles en ciudadanos libres hasta nuestros días, exceptuando el largo período de casi cincuenta años formado en conjunto, un siglo más tarde, por el directorio militar de Primo de Rivera y el régimen de Franco. No es poca cosa.
      
En el Pajarón nacieron las libertades que convirtieron a los españoles en ciudadanos libres con la caída definitiva del Antiguo Régimen (Archivo de la Sociedad Castellarnau)
                        

1 comentario:

Paco Villen dijo...

Bravo por la lanza alzada por Julio y, un año más, por la defensa de la Castellarnau.