En Vegas de Matute (Segovia) viven algunos personajes imprescindibles para la recuperación de la historia rural reciente de la sierra de Guadarrama, de los que venimos hablando regularmente en esta bitácora. En esta ocasión son Eugenio
Moreno y Cesáreo Orejudo, dos de los últimos caleros supervivientes entre los muchos que antaño fabricaron cal en la
sierra segoviana. Para quien no tenga muy clara su localización en el mapa, esta pequeña localidad serrana de apenas trescientos habitantes está situada al suroeste de la
provincia, muy cerca de El Espinar y justo al pie de los Calocos, los tres característicos cerros
aislados que se levantan formando una suave y ondulada loma tricéfala cubierta de encinares en mitad del piedemonte de esta parte de
la sierra: el Caloco, el Caloco Mediano y el Caloquillo o Tomillarón.
Población cargada de historia por su
vinculación con algunos antiguos y nobles linajes segovianos, como la poderosa
familia de los Segovia, su economía se apoyó tradicionalmente en la ganadería
ovina trashumante unida a unos pobres cultivos de trigo y centeno, aunque otro
aprovechamiento de importancia fue la elaboración de cal, actividad que cobró un
gran impulso a partir del siglo XVI con la construcción del cercano monasterio
de San Lorenzo de El Escorial y que perduró hasta mediados del siglo XX. Como testimonio de esta vieja actividad, Vegas de
Matute es hoy el municipio con mayor concentración de antiguos hornos de cal de
toda España, lo que se traduce en más de una veintena de caleras que en
conjunto constituyen un patrimonio de arquitectura industrial muy valioso.
Una de las calles principales de Vegas de Matute, cuyo antiguo caserío está, en general, muy bien conservado |
La cal viva obtenida por la calcinación de la roca caliza se ha utilizado profusamente desde la más remota antigüedad. Su principal utilidad era, hasta hace apenas sesenta años, la de servir para la elaboración del mortero para la construcción mezclada con arena, pero tradicionalmente también tuvo otros múltiples usos domésticos, industriales y agrícolas, como el blanqueo o enjalbegado de muros y fachadas, la desinfección de las habitaciones y los enterramientos tras las epidemias de peste, el curtido de pieles o la corrección de la acidez de las tierras de cultivo. En la sierra de Guadarrama, montañas formadas fundamentalmente por rocas metamórficas como gneis y granitos no son abundantes los afloramientos de rocas calizas. Antaño sólo se encontraba piedra caliza de calidad para elaborar cal en unos cuantos lugares aislados y dispersos de la vertiente madrileña de la sierra, como Valdemorillo, Cerceda, Chozas de la Sierra (hoy Soto del Real) y Guadalix, y ya más frecuentemente en otras localidades de la vertiente septentrional situadas a lo largo de la línea de contacto entre los materiales metamórficos hercínicos de las laderas segovianas de la sierra con las calizas mesozoicas de origen marino de la submeseta norte, como son Vegas de Matute, Ituero y Lama, Guijas Albas (explícito y revelador topónimo referido a la piedra caliza) y Valdeprados.
Cesáreo Orejudo y Eugenio Moreno, los últimos caleros de la Sierra Segoviana, en una taberna de Vegas de Matute |