La nueva realidad que se abre a partir de ahora en el entorno de la sierra de Guadarrama tras la entrada en vigor de la ley que declara un parque nacional en una parte sustancial de su territorio va a traer consecuencias de muy distinto alcance en lo relativo a la conservación de este valioso espacio natural en su conjunto. Considerando el cúmulo de amenazas de toda índole a las que está sometido por su proximidad a Madrid, nadie podrá negar que algunas de ellas van a ser necesariamente positivas. Pero, igualmente, nadie puede ignorar que la declaración de este emblemático espacio protegido va a traer consigo, entre otras consecuencias negativas, un estrechamiento del cerco al que están sometidos todos aquellos enclaves naturales con insuficiente o nula protección que hasta ahora han resistido el violento asalto de la urbanización a lo largo del extenso territorio que media entre San Lorenzo de El Escorial y Guadalix de la Sierra. El estallido de la burbuja inmobiliaria sólo va a suponer un alto el fuego pasajero en este asedio, pues los poderosos intereses económicos que han ido extendiendo sus tentáculos alrededor del negocio de la construcción durante los años más duros del ladrillo siguen ahí, agazapados y lamiéndose las heridas causadas por la crisis, pero sin renunciar a recuperar una parte considerable del gran botín que se repartieron hasta el año 2007.
Y en esta lucha sorda y solapada entre construcción y conservación, hoy se libra una batalla que a mí me parece decisiva por tener lugar en un momento crucial, tras la declaración del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, y por simbolizar como ninguna otra la resistencia numantina que vienen oponiendo desde hace años miles de personas agrupadas en plataformas vecinales y asociaciones ecologistas al sacrificio de nuestro patrimonio natural y paisajístico en aras del idolatrado becerro de oro del ladrillo. Me refiero, concretamente, a la campaña que hace poco han emprendido cientos de vecinos de Moralzarzal agrupados en la plataforma Salvemos la Dehesa para impedir la construcción de un campo de golf en la llamada "Dehesa Vieja", una reivindicación que tiene antecedentes en iniciativas anteriores similares, como SOS Miraflores y Entorno Escorial, pero ahora en un contexto socioeconómico muy distinto al de hace unos pocos años, resultado del enorme y trágico error histórico que ha supuesto la apuesta por la construcción como el casi único y exclusivo motor de la economía del país por parte de anteriores gobiernos.
Y en esta lucha sorda y solapada entre construcción y conservación, hoy se libra una batalla que a mí me parece decisiva por tener lugar en un momento crucial, tras la declaración del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, y por simbolizar como ninguna otra la resistencia numantina que vienen oponiendo desde hace años miles de personas agrupadas en plataformas vecinales y asociaciones ecologistas al sacrificio de nuestro patrimonio natural y paisajístico en aras del idolatrado becerro de oro del ladrillo. Me refiero, concretamente, a la campaña que hace poco han emprendido cientos de vecinos de Moralzarzal agrupados en la plataforma Salvemos la Dehesa para impedir la construcción de un campo de golf en la llamada "Dehesa Vieja", una reivindicación que tiene antecedentes en iniciativas anteriores similares, como SOS Miraflores y Entorno Escorial, pero ahora en un contexto socioeconómico muy distinto al de hace unos pocos años, resultado del enorme y trágico error histórico que ha supuesto la apuesta por la construcción como el casi único y exclusivo motor de la economía del país por parte de anteriores gobiernos.
Concentración en Moralzarzal en defensa de la Dehesa Vieja (fotografía de Miguel Ángel Soto) |