Uno
de los oficios más estrechamente vinculados a nuestros montes ha sido y sigue
siendo el que ejerce desde 1877 el antaño denominado Cuerpo de Guardería
Forestal del Estado, y hoy Cuerpo de Agentes Forestales ‒o Medioambientales‒ en cada una de las
comunidades autónomas. Desde entonces, hace ya ciento cuarenta años, los guardas forestales han venido desempeñando un papel fundamental en la conservación de nuestro patrimonio
natural a través de todo un rosario de responsabilidades intermedias que servían de engranaje entre la función directiva y planificadora de los ingenieros de Montes y el trabajo a pie de monte de los peones y capataces forestales. Además
de sus tradicionales cometidos, como la vigilancia y la lucha contra los
incendios, el control del furtivismo y la protección de las repoblaciones
forestales frente al pastoreo, en las últimas décadas sus competencias se han ido incrementando en
materias tan especializadas como son la investigación de incendios y de casos de envenenamiento de especies de fauna, el control de las ocupaciones ilegales y el uso público de los montes y las vías pecuarias, el
control del tráfico y el comercio ilegal de especies catalogadas en el Convenio
sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres
(CITES), y otras no menos importantes.
Por la edad y la veteranía de los dos
protagonistas de esta entrada vamos a emplear aquí la vieja denominación de «guardas»,
con toda la autenticidad y la tradición de este término tan habitual antaño en
los campos y montes españoles y que allá por los años de la transición fue
sustituido por el más eufemístico de «agentes» en aras de la corrección
política. Son Bienvenido García y Santiago Martín, a quienes el autor conoce desde hace ya muchos años, cuando entretenía los largos veranos
de su juventud trabajando en el pinar de los Belgas, al igual que tuvo el
privilegio de conocer y tratar a otros destacados miembros ya fallecidos de la última
generación de guardas de la «vieja escuela» que dejaron memoria en la vertiente
madrileña de la sierra de Guadarrama, como fueron Isidoro Pascual Oriente, guarda del monte «Perímetro de Aguirre», en Miraflores de la Sierra, y el célebre guarda e insigne pescador de truchas Constantino Martín, más conocido como Constante, que ejerció el oficio durante toda su vida en los pinares de El Paular.