martes, 28 de mayo de 2019

EL «ALGODÓN» DEL GUADARRAMA: LOS VENTISQUEROS Y LOS POZOS DE NIEVE COMO PATRIMONIO NATURAL, CULTURAL Y CIENTÍFICO

Este artículo se publicó como capítulo del libro colectivo «El Parque Nacional 
de la Sierra de Guadarrama: cumbres, paisaje y gente», editado en 2015 por el 
Instituto Geológico y Minero de España y el Parque Nacional de la Sierra de 
Guadarrama. Su autor lo transcribe aquí íntegro y actualizado, sin los
añadidos pequeñas supresiones que se le hicieron, con motivo de la
excursión realizada al ventisquero del Ratón el pasado 21 de mayo 
con su amigo el periodista ambiental Joaquín Fernández

La nieve en la Sierra de Guadarrama: historia, ciencia y paisaje
Los ventisqueros de la Sierra de Guadarrama constituyen algunos de los espacios más fascinantes y atractivos entre todos los que conforman la alta montaña mediterránea de la Península Ibérica. No en vano en ellos se combinan tres ingredientes fundamentales a la hora de llamar la atención del caminante curioso o del aficionado a la naturaleza: sus notables valores naturales y paisajísticos, su interés científico y su atractivo como patrimonio histórico-cultural poco conocido. Por ello, aunque sea desde el punto de vista divulgativo, resulta imprescindible tratarlos aquí bajo estas tres perspectivas.
          La apreciación del paisaje es una experiencia cultural en gran parte subjetiva. Como naturalista y comunicador ambiental, el autor de estas líneas ya ha dejado reflejada en alguna otra ocasión su predilección por la visión primaveral de esos fugaces retazos blancos y brillantes que deja en su retirada el larguísimo invierno de las cumbres, a su juicio mucho más sutil y delicada que el alarde de prepotencia que hace la nieve en invierno cubriéndolo todo y borrando colores y matices. Los ventisqueros son las pinceladas que completan el efímero pero efectista decorado de las cimas de la sierra a finales de la primavera, dando lugar más tarde a esa paradoja paisajística que siempre supone en nuestras latitudes la nieve en pleno verano realzando en nuestro subconsciente el valor de lo perecedero y lo escaso, pues no otra cosa es la nieve en la alta montaña mediterránea, como bien sabían los hombres que hacían el duro trabajo de recogerla y venderla en siglos pasados.

Los retazos blancos y brillantes que deja en su retirada el largo invierno de las cumbres son pinceladas que completan el efímero pero efectista decorado de las cimas de la sierra a comienzos del verano 
          
          Las formas y dimensiones que pueden adoptar estas manchas residuales de nieve según avanza la primavera son cambiantes y variadísimas: redondeadas, alargadas, triangulares, quebradas, acorazonadas o extrañamente simétricas. Lo mismo se podría decir de su superficie, que a veces es lisa y regular o en ocasiones aparece surcada pasajeramente por estrías y montículos, a modo de pequeñas olas formadas por el viento y solidificadas inmediatamente después por el intenso frío de las cumbres al caer el sol. Según la meteorología de cada año o lo avanzado de la estación, pueden tener desde varias hectáreas de extensión a apenas unos metros cuadrados de superficie. En aquellos que se forman en las vaguadas de las cabeceras de los arroyos, la corriente producida por las aguas del deshielo abre pequeñas cavernas de formas casi fantásticas en cuyo interior la luz del sol se filtra tenuemente a través de la capa de nieve, adoptando extraños tonos verdosos y azulados. La creatividad de la Naturaleza no tiene límites para dar a los neveros en fusión los diseños más fantásticos, tallando arcos, puentes y arbotantes de formas quebradas e irregulares con largas luces y frágiles apoyos que desafían a la gravedad en el más inverosímil equilibrio, y perfilando el contorno de las aristas de nieve con líneas oscuras que dejan marcadas las aguas de lluvia al arrastrar sedimentos de polvo atmosférico y restos orgánicos depositados por el viento. En definitiva, un complejo proceso de creación artística que deja admirado al atento contemplador del paisaje y que no escapa a la observación de la ciencia, siempre inquisitiva y minuciosa en su empeño por explicar y sistematizar el aparente caos del mundo natural.

Oquedad formada por el arroyo de la Reguera bajo el ventisquero del mismo nombre, al pie del Pico del Nevero. Las gencianas (Gentiana lutea) brotan con dos meses de retraso tras quedar descubiertas por el deshielo (agosto de 2013)
Ventisquero en fusión formando un arbotante de equilibrio inverosímil y fantásticas formas en la vertiente suroriental de Peñalara, el metafórico «botalete» que mencionan los versos de Nicolás Fernández de Moratín reproducidos y comentados más abajo (fotografía tomada el 14 de septiembre de 2013) 

La escorrentía de las aguas de lluvia y de fusión de la nieve, arrastrando sedimentos de polvo atmosférico y restos orgánicos depositados por el viento perfila con líneas oscuras el contorno de las aristas de los ventisqueros en un sorprendente alarde de creación artística