martes, 6 de agosto de 2019

LAS SARGENTADAS DE LA GRANJA Y LA CONSERVACIÓN DEL PAJARÓN COMO PATRIMONIO CULTURAL DE LA SIERRA DE GUADARRAMA

Quien haya seguido este cuaderno de bitácora desde hace años sabe que la conservación del patrimonio natural y cultural de la Sierra de Guadarrama es su única razón de ser. Ello también, dicho sea de paso, es el motivo de la arriesgada aventura que el autor de estas líneas emprendió en mayo de 2015 al acceder a la petición que se le hizo de formar parte del gobierno municipal de Miraflores de la Sierra, para lo que puso como condición se le dieran las concejalías de Medio Ambiente y Urbanismo durante la legislatura que acaba de terminar. Estas competencias y este plazo de cuatro años han sido los necesarios y suficientes para dejar asegurada si no hay retrocesos‒ la conservación del valioso patrimonio de esta localidad serrana de cara al futuro, una cuestión urgente y pendiente de solución desde hace mucho tiempo en el entorno de una de las principales puertas de acceso al Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama en su vertiente madrileña. Una vez cumplidos los objetivos que se marcó, de los que se ha dado cuenta extensamente en entradas anteriores, uno se dispone a continuar en el mismo empeño con más tiempo y libertad fuera ya de las barricadas de la política, lo que le permite volver a ampliar los frentes mucho más allá del ámbito municipal.

La protección del pajar más renombrado de España
Por ello regreso ahora con muchas ganas al otro lado del Guadarrama ya lo hice en mi entrada anterior publicada hace pocos días como denuncia de un descabellado proyecto de construcción de un camping en la dehesa de Sotosalbos para escribir la «crónica» de las Sargentadas de La Granja, una iniciativa pionera, inteligente, alegre y heterodoxa que traigo aquí como ejemplo del decisivo papel que puede desempeñar la sociedad civil en las agrias batallas que se están librando en las dos vertientes de la sierra por la conservación de nuestro patrimonio cultural, y muy especialmente el arquitectónico más amenazado por la especulación del suelo, en este caso en el entorno inmediato de otra de las importantes vías de acceso al parque nacional en su parte segoviana. Un ilustre y buen amigo me ha colgado el sambenito de «cronista del Guadarrama», y como es más conocido que El Tato parece ser que el apodo ha calado. La crónica como género periodístico exige una regularidad cronológica inexistente en esta bitácora, en la que se escribe cuando se puede y a salto de mata. Por otra parte, eso de que me llamen «cronista» no me gusta nada pues a menudo el término se refiere a un puesto honorífico más o menos oficial instituido por los ayuntamientos para la exaltación de la cultura y las tradiciones locales. Además, no puedo evitar asociarlo con la figura de un señor mayor, por lo general sesudo, jubilado y ocioso, que emplea su tiempo cantando las alabanzas de su barrio, de su pueblo o de la ciudad de sus amores. En esta bitácora se hace gala de independencia y se huye de localismos, y aunque se traten en ella asuntos «locales» su finalidad es la defensa del patrimonio material e inmaterial de la Sierra de Guadarrama en su conjunto, que tiene en muchos casos proyección universal, como ya se ha destacado en alguna entrada anterior. Dicho esto, y como en esta entrada tengo que escribir algo parecido a una crónica, habrá que asumir temporalmente el papel de cronista, aunque sea a regañadientes.
          Las Sargentadas de la Granja nacieron en 2002 como acto cultural organizado por la Sociedad Castellarnau de Amigos de Valsaín, La Granja y su entorno, para conmemorar en aquel año el 166 aniversario del levantamiento de una parte de la guarnición del Real Sitio de San Ildefonso el 12 de agosto de 1836, que al grito de «¡A las armas!» y marcando el paso al son del Himno de Riego tocado por pífanos y tambores, entró en el palacio de La Granja para obligar a la reina gobernadora María Cristina de Borbón a abolir el Estatuto Real de 1834 y restituir la Constitución de 1812, popularmente conocida como «La Pepa». Con ello volvieron a estar vigentes fugazmente las leyes y decretos de las Cortes de Cádiz y del Trienio Liberal, lo que poco después traería consigo la Constitución de 1837 que puso fin al absolutismo con la abolición definitiva del Antiguo Régimen en España. Nada menos.

Los sargentos sublevados en La Granja el 12 de agosto de 1836, obligando en palacio a la reina regente María Cristina de Borbón a firmar la constitución liberal de 1812, «La Pepa». (Biblioteca Nacional de Madrid)