A mi amigo Tonet, segoviano ilustrado
e ilustre, inspirador de unos años inolvidables de nuestras vidas marcados por las marchas Allende Sierra
En este año 2019 se ha cumplido el decimoquinto aniversario de la creación de las marchas Allende Sierra, por lo que no quiero dejar que acabe sin dedicar una entrada, aunque sea in extremis, a esta iniciativa de nombre tan singular, que como verá quien siga leyendo resultó decisiva para lograr la declaración del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. Pero sobre todo, quiero publicar estas líneas porque para los que fuimos sus impulsores y para los miles de personas que participaron en ellas durante años fue una de las experiencias más emocionantes, divertidas y agitadas de todas las que se pusieron en marcha a principios del siglo XXI para obligar a las administraciones madrileña y castellanoleonesa a cumplir su compromiso de sacar adelante la declaración del decimoquinto de los parques nacionales de nuestro país. Y es que en el caso que nos ocupa también fue necesaria la acción popular para conseguir la creación de este gran espacio natural protegido, como ya había ocurrido anteriormente en los años sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado con las campañas y movilizaciones conservacionistas que tuvieron como resultado la declaración de los actuales parques nacionales de Doñana, Monfragüe y Cabañeros. Hay que decir aquí, antes de comenzar, que existe inédita una interesante historia novelada de las marchas Allende Sierra escrita por el geógrafo Álvaro Blázquez, uno de los impulsores de la iniciativa, que de forma un tanto irreverente y heterodoxa, aunque plena de empatía y sentido del humor, hace una completa y colorista crónica social del guadarramismo y el ecologismo madrileños de comienzos del siglo XXI con todos sus aciertos, errores, contradicciones, sintonías, rivalidades y desconfianzas. Quien quiera leer este libro sorprendente y divertido se quedará con las ganas, pues es fácil comprender que no será publicable hasta que haya pasado a mejor vida toda la variopinta galería de personajes del mundo de la conservación, los deportes de montaña y la política ambiental ‒entre los cuales no queda otra que incluirme‒ que nos muestra Álvaro con sus nombres y apellidos a lo largo de casi trescientas páginas escritas en un lenguaje desinhibido y a veces ácido, al estilo de las mejores crónicas umbralianas, haciendo alarde de su pluma mordaz e ingeniosa y una técnica narrativa irreprochable.
Primera página de las casi trescientas que ocupa el documento que contiene la crónica inédita «Allende Sierra», de Álvaro Blázquez |
En justicia hay que decir que el empujón inicial y decisivo para la declaración del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama lo dio en 1998 el recientemente desaparecido Juan Luis Muriel, secretario general de Medio Ambiente entre 1997 y 2000, con su decisión de recuperar el primer y fracasado proyecto para crear este gran espacio protegido que impulsaron conjuntamente en 1923 el diario madrileño El Sol y la Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara. La figura de Muriel en este y algún que otro logro alcanzados contra viento y marea durante la época ultraliberal del primer gobierno de Aznar ha sido olvidada hasta hace poco tiempo. Militando en un partido que nunca ha hecho bandera de la protección del medio ambiente sino más bien de todo lo contrario, Muriel se ganó el respeto del mundo de la conservación y de sus rivales políticos por su compromiso con la defensa de la Naturaleza. Fue también el impulsor del Parque Nacional de Sierra Nevada, declarado en 1999, y poco después su rotunda oposición a la construcción del embalse de Jánovas, en el Pirineo de Huesca, le costó el cargo por no ceder a las presiones del ministro Jaume Matas para que retirara su informe ambiental negativo a este proyecto. Acabada su carrera política, se implicó en la Fundación Biodiversidad evaluando y apoyando todo tipo de proyectos ambientales. Hoy quiero recordarle aquí con motivo de su muerte tan reciente, porque a él, en primera instancia, le debemos la existencia del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama.
Las primeras marchas
La iniciativa de crear las marchas Allende Sierra partió de Antonio Lucio, Tonet para los amigos, que en 2003 era director general de Promoción y Disciplina Ambiental en la Consejería de Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid que dirigía Pedro Calvo Poch. Hay que mencionar también aquí a Calvo como otro de los valedores del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, pues fue quien dos años antes había recogido y hecho suya, junto a su viceconsejero Juan del Álamo, la propuesta hecha por Muriel desde el Ministerio de Medio Ambiente, convenciendo a su homóloga en la Junta de Castilla y León, Silvia Clemente, para que apoyara el proyecto. Este hecho fue determinante, pues salvo en esta etapa inicial ninguno de los dos gobiernos regionales miraron con buenos ojos la creación de este espacio natural protegido.
Los turbios y esperpénticos sucesos ocurridos el 10 de junio de 2003 en la Asamblea madrileña, conocidos popularmente como «el Tamayazo», tuvieron como consecuencia la llegada a la Comunidad de Madrid del gobierno ultraliberal de Esperanza Aguirre, quien personalmente nunca mostró el más mínimo interés por esta iniciativa heredada de su antecesor y rival político Ruiz Gallardón. Pero el proceso ya estaba en marcha y políticamente no era muy factible echarlo atrás, pues se habían iniciado los trabajos para redactar el Plan de Ordenación de los Recursos Naturales de la Sierra de Guadarrama (PORN), encargado un año antes por el gobierno regional a un equipo científico multidisciplinar dirigido por Eduardo Martínez de Pisón, catedrático de Geografía de la Universidad Autónoma de Madrid, en el que debería apoyarse la propuesta de parque nacional. De la redacción del PORN de la parte castellanoleonesa se encargó un equipo igualmente acreditado dirigido por Valentín Cabero, también catedrático de Geografía de la Universidad de Salamanca, pero dotado con medios económicos mucho más limitados que los que destinó para realizar este estudio la Comunidad de Madrid. Por la parte que le tocaba, lo poco que hizo la Junta de Castilla y León a favor del proyecto fue por la obligación asumida en un principio por Silvia Clemente, siempre de mala gana y a remolque de lo que se hacía en la parte madrileña.
Antonio Lucio mirando las viñetas del folleto de Allende Sierra durante la Marcha de Invierno de 2009 |
En los últimos años del gobierno de Ruiz Gallardón, Pedro Calvo y Antonio Lucio formaron el tándem adecuado para impulsar el proyecto del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama desde la Administración madrileña. Antonio, además de un gran experto en todo tipo de cuestiones políticas y ambientales, saberes que acredita en su actual labor como letrado en la Asamblea de Madrid y presidente de WWF España, es todo un erudito en materias de arte, literatura e historia, y muy especialmente en todas aquellas relacionadas con su ciudad natal de Segovia y sus antiguas tierras comuneras, que tras la repoblación medieval castellana llegaron a extenderse mucho más al sur de las cumbres del Guadarrama, en lo que entonces se conocía como transierra o allende sierra. Su amor por Segovia abarca todos los aspectos de la cultura, y por ello es, además, miembro de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce y un virtuoso dulzainero de la escuela de aquel gran musicólogo y folclorista segoviano que fue Agapito Marazuela. Con su dulzaina, Antonio Lucio animó mucho las primeras marchas Allende Sierra, junto a otros destacados dulzaineros, como el desaparecido y recordado Julio Michel, director de Titirimundi, Joaquín González y Carlos de Miguel.
Con los círculos guadarramismas todavía en plena euforia tras el anuncio oficial hecho en 2001 de la futura declaración del parque nacional, asunto al que la Universidad Complutense dedicó cuatro cursos de verano de El Escorial, Antonio ideó en septiembre de 2003 el que ostentosamente denominamos al principio «Proyecto Allende Sierra», y más tarde sencillamente «los Allendes», vislumbrando los grandes obstáculos a los que iba a enfrentarse el proceso. La iniciativa consistía en realizar una excursión por cada estación del año de un lado a otro del Guadarrama, es decir, allende sierra, atravesando unos puertos que antaño representaron un serio obstáculo en las comunicaciones entre las dos mesetas y que hoy sirven de frontera administrativa entre las comunidades autónomas de Madrid y Castilla y León. Bajo el lema «la sierra nos une», su propósito era convertir estos pasos históricos de la sierra en puntos de encuentro entre madrileños y segovianos, incluyendo a los responsables políticos de las dos administraciones regionales y a los alcaldes de los pueblos de ambas vertientes serranas, con el fin de explicarles a nuestro paso los valores naturales y culturales del entorno y destacar la apremiante necesidad de su amparo bajo la máxima figura de protección que contempla la ley española. En este aspecto, las marchas Allende Sierra fueron una iniciativa pionera en la historia de la conservación en nuestro país.
Viñeta del dibujante e ilustrador Jorge Arranz alusiva a las marchas Allende Sierra, reproducida en el libro «A favor del Guadarrama», de Antonio Sáenz de Miera (2005) |
Hay que decir aquí que los responsables políticos de la Junta de Castilla y León no se implicaron nunca en nuestras marchas. Sí lo hicieron, con diferentes grados de compromiso, los de la Comunidad de Madrid, que a través de la Fundación para la Investigación y el Desarrollo Ambiental FIDA financió el pago de los autobuses y la publicidad durante los primeros años, hasta que renunciamos a ello por razones evidentes de independencia política. Por supuesto también se implicaron algunos técnicos de larga trayectoria guadarramista, como el entonces director del Parque Natural de Peñalara, Juan Vielva, que colaboró siempre poniendo a nuestra disposición los medios técnicos y humanos de que disponía. Respecto a los alcaldes, se podrían contar con los dedos de una mano los que participaron en ellas, bien acompañándonos u obsequiándonos con espléndidos almuerzos a nuestra llegada a sus pueblos. Y ello porque casi todos los ayuntamientos de la zona veían con temor nuestra reivindicación de un parque nacional que amenazaba los enormes desarrollos urbanísticos proyectados en aquella época de locura desatada por la Ley del Suelo de 1998 y su doctrina neocon del «todo urbanizable», que a través de veintiún planes generales de ordenación urbana contemplaban la construcción de 67.000 viviendas y cuatro campos de golf en cuarenta millones de metros cuadrados de suelo de gran valor natural en el piedemonte meridional de la sierra.
Tras varias entrevistas previas, la reunión fundacional de Allende Sierra tuvo lugar una mañana de octubre de 2003 en el despacho que tenía entonces Antonio Sáenz de Miera, presidente de la Sociedad de Amigos del Guadarrama, en la sede de la desaparecida Fundación San Benito de Alcántara que también presidía, en la exclusiva manzana de la madrileña calle de Serrano situada entre las de Goya y Jorge Juan. Allí acudimos, además de Antonio Lucio como impulsor de la idea, los representantes de las otras cuatro sociedades que al principio se implicaron en el proyecto: la Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara, Ecologistas en Acción, la Asociación Ecologista Centaurea de El Espinar y la Sociedad Castellarnau de Amigos de Valsaín, La Granja y su entorno. Entre todos aglutinábamos una mezcolanza de intereses muchas veces contrapuestos centrados alrededor de la Sierra de Guadarrama, como son la defensa del patrimonio y la cultura, los usos deportivos y recreativos, y la conservación del medio ambiente y la biodiversidad, los dos últimos no fácilmente conciliables. Ante un espléndido chocolate con churros servido por Sáenz de Miera con una presentación más propia de ejecutivos del barrio de Salamanca que de montañeros, intelectuales y ecologistas, los dos Antonios consiguieron ponernos a todos de acuerdo con su proverbial capacidad de convencer. Hay que decir que el terreno estaba hasta cierto punto trillado, pues a pesar de las profundas diferencias que teníamos en nuestras formas de entender la conservación, había coincidencia en la necesidad apremiante de hacer frente común contra el urbanismo salvaje en aquellos tiempos de pesadilla para la Sierra de Guadarrama y el resto de espacios naturales, protegidos o no, de la geografía ibérica e insular. No obstante, a pesar del optimista artículo publicado pocos días antes de aquella reunión por Antonio Sáenz de Miera en el diario El País, titulado «Allende Sierra», en el que por limitaciones lógicas de espacio no se mencionaban los detalles que aquí estoy refiriendo sobre los orígenes de la iniciativa, la ruptura de aquel frágil acuerdo que algunos llamaron «de los churros» estaba cantada, como veremos más adelante. Tras la salida de Antonio Lucio de la Dirección General de Promoción y Disciplina Ambiental en diciembre de 2003, el naciente proyecto Allende Sierra comenzó funcionando prácticamente por libre y se convirtió en un verdadero lobby de la conservación que escapaba al teórico patrocinio de la Comunidad de Madrid presidida ya por Esperanza Aguirre, aunque también, todo hay que decirlo, en una auténtica jaula de grillos como consecuencia de nuestras discrepancias a la hora de entender lo que debía ser el futuro parque nacional y la manera de conseguirlo.
«Allende Sierra», artículo de Antonio Sáenz de Miera publicado en el diario El País el 1 de noviembre de 2003, en el que se anunciaba la puesta en marcha de la iniciativa |
La organización de cada una de las marchas estaba a cargo de dos de las cinco asociaciones que integraban Allende Sierra, turnándose en este cometido según la zona por la que transcurría y el paso por el que cruzaba la sierra. La primera marcha fue organizada conjuntamente por las sociedades Peñalara y Castellarnau, y se celebró el 10 de enero de 2004 con un largo recorrido entre Cercedilla y Valsaín cruzando el puerto de la Fuenfría, donde habíamos quedado con los excursionistas segovianos que subieron desde La Granja de San Ildefonso para descender todos juntos hasta el piedemonte. Anunciada profusamente en los medios de comunicación de Madrid y Segovia y cubierta la información por Telemadrid y varias cadenas de radio, contó con la asistencia de más de doscientas personas y algunos responsables de la consejería de Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid, como Luis del Olmo, que poco antes había sucedido a Antonio Lucio en la Dirección General de Promoción y Disciplina Ambiental. El texto del manifiesto, escrito por Leonardo Fernández Troyano, un destacado ingeniero de Caminos con mucha raigambre guadarramista y autor de un libro de referencia, Los pasos históricos de la Sierra de Guadarrama, fue leído en lo alto del puerto de la Fuenfría por Álvaro Blázquez ‒ya que Leo no pudo acudir‒ entre jirones de niebla que se deshilachaban a ratos dejándonos entrever un tímido sol de invierno. A nuestra llegada a Valsaín ya avanzada la tarde, tras el lío monumental que supuso el extravío en el pinar de una parte considerable de los excursionistas ‒lo que iba a convertirse en un incidente habitual y característico de las marchas Allende Sierra‒ nos esperaba una espléndida comida a base de entraña, vacío y chorizo a la sidra acompañados con un buen Ribera del Duero, organizada en el Mesón Tío Pepe por Valentín Quevedo, secretario de la Sociedad Castellarnau. Recuerdo bien a Valentín aquella tarde sentado en una mesa y apurando a duras penas unas copas de vino sin poder comer, mientras estampaba a los participantes el sello acreditativo de haber finalizado el camino en unos dípticos impresos para la ocasión y capeaba con estoicismo y buen humor las quejas de los indignados caminantes extraviados que iban llegando poco a poco, cuando ya habíamos dado buena cuenta de la comida. Estos dípticos, que llevaban un texto explicativo sobre la historia de los lugares y los paisajes que podíamos contemplar en el camino, un plano del recorrido y unas divertidas viñetas del dibujante Antonio Madrigal en la carátula, se convirtieron en el mejor y más característico sello de identidad de las marchas Allende Sierra.
La Marcha de Primavera de 2004, segunda que realizamos, fue organizada conjuntamente por Peñalara y Centaurea y tuvo una repercusión aún mayor en los medios gracias a los contactos de Carlos Bravo, presidente de esta última sociedad ecologista hoy desaparecida y entonces uno de los miembros más conocidos y mediáticos de Greenpeace por su reciente detención en el asalto de la Guardia Civil al barco Raimbow Warrior frente a la base naval de Rota, durante la protesta contra la presencia de un buque norteamericano que transportaba armas con destino a la guerra de Irak. Ello fue la causa de que el número de participantes rondara ya el medio millar, lo que supuso para algunos de nosotros el primer aviso del preocupante riesgo de masificación que corría una iniciativa que reclamaba precisamente la protección de los parajes que ahora recorríamos en multitud. La marcha partió por la puerta de Cossío de los jardines de La Granja con destino al monasterio de El Paular, cruzando el durísimo puerto del Reventón por uno de los caminos históricos más antiguos del Guadarrama. Aquel 24 de abril de 2004 el puerto del Reventón estaba a nuestro paso, nunca mejor dicho, a reventar de gente, como seguramente nunca lo había estado desde el lejano 9 de marzo de 1938, cuando tres compañías de soldados regulares marroquíes del ejército de Franco desalojaron de sus posiciones a los esquiadores republicanos del Batallón Alpino que lo ocupaban, en la no muy conocida batalla del Reventón. A mí me tocó pronunciar aquel día el manifiesto y al final de mis palabras dije literalmente, a modo de disculpa, que «hoy nos permitimos turbar con nuestra presencia multitudinaria la paz y quietud de uno de los lugares más solitarios del Guadarrama para reclamar que siga conservando durante mucho tiempo el silencio y el misterio que le son propios», lo que no nos libró de recibir críticas y acusaciones de incoherencia con nuestros pretendidos fines de conservación.
Subiendo al puerto del Reventón por los Regajos Llanos durante la Marcha de Primavera de 2004. Aquel día nos dimos cuenta del riesgo de masificación que corría Allende Sierra (RSEA Peñalara) |
A nuestra llegada al monasterio tras el larguísimo descenso, con la prensa y las televisiones esperándonos y algunos de los políticos participantes intentando ponerse ante las cámaras a cualquier precio, nos recibieron el prior y los monjes benedictinos que habitan la antigua cartuja, dando un toque ascético y beatífico a esta especie de romería mediática. Al final, eufóricos por el éxito conseguido para hacer visibles nuestras reclamaciones y antes de subir a los autobuses de regreso a Madrid, los organizadores acabamos brindando con unas generosas rondas de gintonics en la cafetería del desaparecido hotel Santa María de El Paular, rodeados por aquel acogedor ambiente monástico recreado por las muy buenas copias de cuadros de Zurbarán que colgaban en las paredes de la antigua hospedería de los monjes cartujos, hoy todo lamentablemente perdido tras el cierre del hotel y la venta en pública subasta de todo su mobiliario.
Salva Lucio, tío de Tonet, ataviado de juglar mientras recitaba el romance del Tuerto de Pirón junto al monasterio de El Paular, al final de la Marcha de Primavera de 2004 (RSEA Peñalara) |
La Marcha de Verano de 2004, celebrada el 1 de agosto, partíó de Rascafría con destino al puerto de Malagosto, y se hizo coincidir con la tradicional romería que sube hasta allí todos los años desde los pueblos segovianos de Sotosalbos, Torrecaballeros y Santo Domingo de Pirón para conmemorar el paso del Arcipreste de Hita por este puerto y su comprometido y lascivo encuentro medieval con la serrana Chata recia, uno de los episodios más conocidos de su Libro de buen amor. Entre los romeros que subieron por el norte y los conservacionistas que lo hicimos por el sur nos juntamos allí arriba más de un millar de personas. Allende Sierra estaba en todos los medios de comunicación y esta vez conseguimos que nos acompañara la ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, quien, ante la multitud que se agolpaba para conseguir un plato del suculento arroz cocinado para los romeros segovianos por el chef de Casa Cándido y ante los medios de comunicación allí desplazados, pronunció unas palabras exigiendo a los gobiernos regionales de Madrid y Castilla y León que cumplieran sus deberes pendientes en la tramitación del PORN de la Sierra de Guadarrama para blindar la sierra frente la gran amenaza del urbanismo salvaje. Pese a las diferencias de opinión que habíamos tenido sobre la conveniencia de mezclar estos dos actos tan concurridos, lo que suponía una concentración masiva de gente en un paraje cuya protección supuestamente reclamábamos, y la más que probable protesta de los segovianos por tener que compartir el arroz con los cientos de conservacionistas no invitados subidos desde la vertiente madrileña, al final todos reconocimos que la antigua máxima atribuida a Maquiavelo «el fin justifica los medios» funcionaba muy bien para nuestras reivindicaciones de conservación. Gracias a este multitudinario y dominguero mitin-paellada, celebrado en lo alto de la sierra con la asistencia de la ministra y el consejero de Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid, habíamos logrado que en adelante nuestras reclamaciones entraran en la batalla política, y nada menos que en el Congreso de los Diputados.
La cuarta marcha, la de otoño de 2004, fue organizada conjuntamente por Peñalara y Ecologistas en Acción y se celebró el 13 de noviembre entre la localidad segoviana de Navafría y la madrileña de Lozoya con una asistencia también multitudinaria. Nos acompañaron el consejero Mariano Zabía y sus dos directores generales Miguel Allúe y Luis del Olmo, además de otras personas mucho más conocidas, como Cándido Méndez, secretario general de la UGT y algún otro sindicalista. Pero desgraciadamente en esta marcha se produjo la primera ruptura en la organización de Allende Sierra. El motivo fue algo tan aparentemente trivial como el reparto por parte de Ecologistas en Acción, sin el acuerdo previo con las demás asociaciones, de unos pasquines entre los cientos de excursionistas que coronaban el puerto de Navafría, y más tarde, ya al final de la marcha, entre los que iban llegando a la merienda que nos ofreció la alcaldesa en el Ayuntamiento de Lozoya. Los pasquines denunciaban los enormes desarrollos urbanísticos proyectados por aquellos años en el piedemonte de la sierra, algo que nos concernía a todos, pero su reparto en presencia del consejero de Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid dio lugar a una acalorada discusión entre los miembros de esta asociación ecologista y algunos otros de la Sociedad Peñalara sobre el derecho a hacerlo sin haberlo consensuado antes. En la reunión que celebramos pocos días después en la sede de Peñalara para hablar de la situación creada tras este pequeño incidente, Juan García Vicente, nuestro gran amigo y veterano ecologista, nos anunció con gran pena que la dirección de Ecologistas en Acción de Madrid había decidido retirarse del Proyecto Allende Sierra, aunque él siguió asistiendo a las marchas a título personal durante años. Fue una verdadera lástima, pero lo veíamos venir desde el principio por las posturas difícilmente conciliables entre ecologistas y deportistas de montaña en cuestiones de conservación y en la manera de hacer valer nuestras exigencias frente a las administraciones. La guerra abierta entre Ecologistas en Acción y la Sociedad Peñalara llegaría pocos años después en forma de denuncias interpuestas en los juzgados.
En los nueve años transcurridos entre la primera Marcha de Invierno de 2004 y la Marcha de Primavera de 2013, celebrada poco antes de la declaración del parque nacional, organizamos nada menos que veintiocho marchas Allende Sierra, todas enormemente concurridas y mediáticas hasta finales de 2007. Recuerdo algunas especialmente memorables, como la Marcha de Otoño del 5 de noviembre de 2005, que iniciamos en el puerto de los Cotos con un espléndido desayuno a base de migas con chorizo preparadas en un enorme caldero por Juan Vielva, entonces director del Parque Natural de Peñalara, y que, tras recorrer entre soles y nieblas el rosario de lagunas glaciares que jalonan la cumbre más alta de la sierra, terminamos en La Granja de San Ildefonso brindando otra vez con gintonics tras una no menos espléndida y repetitiva merienda de chorizos asados al fuego y un Land Rover cargado de vino con los que nos recibió el alcalde Félix Montes en un claro del pinar de Valsaín. Hablar de tanto brindis y trasiego de vinos quizá resulte hoy políticamente incorrecto dentro del mundo de la conservación, pero hace apenas quince años estas inocentes manifestaciones de entusiasmo todavía no se autocensuraban ante las inflexibles y puritanas normas de conducta que actualmente rigen todos los aspectos de la comunicación y la opinión pública. Igualmente recuerdo otras migas muy bien preparadas con las que nos agasajó Pablo Altozano, entonces alcalde de Miraflores de la Sierra y años más tarde viceconsejero de Medio Ambiente de la Comunidadad de Madrid, al inicio de la Marcha de Otoño del 27 de octubre de 2007, que nos supieron a gloria antes de acometer las primeras pendientes del puerto de la Morcuera. Aquel estupendo desayuno en el hermoso paraje mirafloreño de la Fuente del Cura nos hizo olvidar rápidamente el enfado por el plantón que nos dio la nueva consejera de Medio Ambiente Beatriz Elorriaga, a la que habíamos invitado a participar en la marcha, que pegó la espantada para no verse mezclada en la agria polémica creada en torno a la denuncia de Ecologistas en Acción interpuesta en los juzgados contra la Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara por la venta de la concesión de su antiguo albergue de La Fuenfría a una empresa privada que proyectaba abrir allí un hotel de cuatro estrellas, denuncia que pocos días antes fue aireada pública y masivamente por correo electrónico ‒entonces las redes sociales estaban en mantillas‒ por un destacado miembro de esta sociedad ecologista. A raíz del escándalo creado los representantes políticos de la Comunidad de Madrid dejaron de acudir a nuestras marchas.
Cada marcha exigía una preparación larga y minuciosa. En las reuniones previas que manteníamos en la sede de la Sociedad Peñalara, a las que nos convocaba cada cuatro meses su secretario y vocal de cultura Enrique Hidalgo, decidíamos el paso de la sierra que habría que cruzar y el recorrido más adecuado para hacerlo. También nos repartíamos los trabajos de edición de los folletos y de difusión de la convocatoria en los medios de comunicación, labores de las que se ocupaban respectivamente con mucha eficacia Antonio Guerrero y Carlos Bravo. Previamente Pedro Heras se ocupaba de hablar con el dibujante Madrigal sobre las ilustraciones que debían llevar los dípticos de cada marcha, que costeaba de su propio bolsillo. Igualmente se decidía quiénes debían hacer las llamadas telefónicas a los políticos y representantes de las administraciones para pedirles su asistencia a los Allendes, y quién debía encargarse de la gestión del alquiler de los autobuses. Paco Cantó, siempre bien informado gracias a su trabajo por aquellos años en la Fundación FIDA, nos ponía al día sobre las últimas noticias oficiales u oficiosas o los simples rumores relativos al interminable y desesperante proceso de declaración del parque nacional. Todo era importante para que las cosas salieran bien. Pocos días antes de cada marcha había que hacer un recorrido previo del camino para señalizarlo en sus tramos más dudosos y así evitar en lo posible los habituales y clamorosos extravíos de excursionistas. En este cometido de exploradores fueron fundamentales Eduardo Casanova en la vertiente segoviana y Enrique Hidalgo en la madrileña, por su gran conocimiento de los caminos y su disponibilidad de tiempo libre para recorrerlos entre semana. Con más de ochenta años cumplidos, el buen amigo Enrique fue sin duda uno de los pilares fundamentales en los que se apoyaron las marchas Allende Sierra, pues literalmente se echó el proyecto a las espaldas cuando todo parecía venirse abajo y más cundía el pesimismo, animándonos, casi obligándonos a todos a no abandonar nuestro empeño. Por todo ello le debemos mucho.
Enrique Hidalgo bien pertrechado con planos y dispositivo GPS, descendiendo hacia la localidad de San Mamés escoltado por José Antonio Arias y Antonio Lucio, durante la Marcha de Invierno de 2009 |
Chicho Aragoneses colocando carteles indicadores en el camino viejo de la Morcuera, en los días previos a la Marcha de Otoño de 2007 |
El objetivo principal de nuestras marchas era dar a conocer los valores naturales y culturales de los parajes que recorríamos e insistir en la necesidad de protegerlos, por lo que, además de los textos explicativos incluidos en los trípticos que repartíamos entre los participantes, que solía redactar el autor de estas líneas, hacíamos frecuentes paradas en los parajes más significativos para explicar su paisaje, su biodiversidad y su historia grande o pequeña. De la parte literaria y poética se encargaba siempre José Antonio Arias; de la geomorfología y el glaciarismo nuestros dos especialistas: Álvaro Blázquez y Eduardo Casanova, este último tan apasionado por las huellas glaciares del Pleistoceno que acabamos por apodarle cariñosamente como el Tío morrenas; Valentín Quevedo y Pedro Heras, Castell y Arnau, como así les llamábamos por ser los impulsores de la Sociedad Castellarnau, nos explicaban la historia del Pinar de Valsaín y del Real Sitio de San Ildefonso; el sonidista y naturalista Carlos de Hita nos daba información actualizada sobre el proceso de recolonización de la Sierra de Guadarrama por el lobo ibérico tras sesenta años de ausencia; Santiago Soria, por entonces responsable de los parques y jardines de Patrimonio Nacional, nos hablaba del legendario descubrimiento de la mariposa Graellsia isabelae en el siglo XIX o nos mostraba los árboles más singulares de los jardines de La Granja, y Enrique Cuadra se encargaba de narrar los episodios bélicos de la guerra civil y de situar en el paisaje los frentes y las fortificaciones que se conservan; Pedro Nicolás nos hacía la crónica del descubrimiento deportivo del Guadarrama y Leonardo Fernández Troyano nos descubría los secretos de los caminos y los pasos históricos utilizados por el hombre desde época romana para cruzar la sierra... Era todo un privilegio escuchar a estos y otros muchos especialistas que hicieron de las marchas Allende Sierra, sin duda, la más completa y apasionada iniciativa divulgativa y didáctica emprendida en la Sierra de Guadarrama desde los tiempos heroicos de las excursiones de la Institución Libre de Enseñanza.
La larguísima fila de participantes durante la subida por la vertiente segoviana de los Montes Carpetanos, en la Marcha de Invierno de 2009 |
Almuerzo en la cumbre de Lomo Gordo, en los Montes Carpetanos, durante la Marcha de Invierno de 2009 |
Hacíamos siempre una parada en los parajes más simbólicos y destacados para pronunciar nuestros manifiestos conservacionistas ante los medios de comunicación y los representantes de las administraciones que tuvieron la valentía de acompañarnos durante los primeros años. De estas tareas de oratoria político-montaraz se encargaban los miembros más conocidos de las asociaciones a las que le tocaba organizar la marcha en cada estación del año. Hubo manifiestos muy duros y combativos contra la política urbanística de aquellos tiempos, que causaron serios desencuentros y desconfianzas con las mismas administraciones a las que intentábamos atraer a nuestro terreno.
Valentín Quevedo, secretario de la Sociedad Castellarnau, explicando las características del Juego del Mallo a nuestra llegada a los jardines de La Granja al final de la Marcha de Primavera de 2008 |
El sonidista y naturalista Carlos de Hita en la cumbre del pico del Nevero, explicando la cronología del regreso del lobo ibérico a la Sierra de Guadarrama, durante la Marcha de Otoño de 2008 |
Meteorología y política: la lucha contra los «elementos»
En las veintiocho marchas Allende Sierra que celebramos hasta la declaración del parque nacional tuvimos que enfrentarnos a los más adversos «elementos», empleando este término en su más amplia acepción. No cuadran las cuentas de cuatro excursiones por año porque a partir de 2006 decidimos suprimir la Marcha de Verano tras el monumental caos que se produjo en la que organizamos el 30 de julio de 2005 entre el puerto del León y San Lorenzo de El Escorial, como consecuencia de una larga cambiada que nos hizo el alcalde de este municipio, José Luis Fernández-Quejo, a la que entramos como pardillos. Cuando la cabeza de la marcha descendía del monte Abantos en dirección a San Lorenzo, el edil, que era todo un elemento, temiéndose una multitudinaria protesta en el centro de la localidad contra los planes urbanísticos del ayuntamiento, planes que habíamos denunciado repetidamente en nuestras notas de prensa por contemplar la construcción de más de siete mil viviendas en zonas de alto valor natural y paisajístico, como la espléndida finca de Monesterio que forma parte de la cerca histórica de Felipe II, envió a la policía municipal a una bifurcación de la pista forestal por la que bajábamos para cambiar el lugar de destino de nuestra marcha con el señuelo de un espléndido recibimiento gastronómico en el restaurante El Tomillar, situado a cuatro kilómetros del centro urbano. Ello alargó el recorrido en casi cinco kilómetros y provocó el extravío de más de un centenar de personas que llegaban rezagadas, agotadas y sedientas tras ocho horas de marcha por el largo cordal de Cuelgamuros y la posterior visita al pozo de nieve de Abantos. La turbia pero magistral jugada de ajedrez del señor Fernández-Quejo fue causa, nunca mejor dicho, de muchas y muy justificadas quejas sobre la organización de los Allendes, lo que nos aconsejó la supresión de las marchas de verano para evitar en el futuro los riesgos de la sed ‒me niego a decir deshidratación‒ o de un golpe de calor a los que habíamos sometido en aquella marcha a centenares de personas.
Con tantas marchas multitudinarias a cuestas a uno se le mezclan en la cabeza muchos recuerdos sobre este tipo de situaciones, además de otras anécdotas mucho más risibles. Supuso un verdadero milagro el hecho providencial de que ninguna de las miles de personas que participaron en ellas sufriera un accidente de importancia en tantos años, porque lo que se dice tentar a la suerte la tentamos en no pocas ocasiones. Las marchas eran auténticos palizones de ocho a nueve horas de duración, en las que cruzábamos la sierra por collados situados por encima de los 2.000 metros de altitud o recorríamos las cumbres en largas travesías, con tiempo a veces muy adverso. Los cambios meteorológicos imprevistos propios de la montaña nos hicieron pasar serios apuros en algunas ocasiones, más allá de los habituales extravíos de una parte de los participantes. El entusiasmo que derrochábamos acallaba la preocupación por tener a nuestro cargo la seguridad de cientos de personas que se apuntaban alegremente a las marchas, sin haber contratado previamente una póliza de seguro de accidentes colectivo para actividades de senderismo. De este problema, que podría haber tenido graves consecuencias, sólo nos ocupábamos dando información sobre la dificultad del recorrido y situando a la cola de la marcha a algunos participantes conocedores del terreno para indicar el camino a los excursionistas rezagados. Nos dimos de bruces con este peligro en la larguísima Marcha de Primavera celebrada el 19 de mayo de 2007, que transcurrió entre el antiguo albergue de la Sociedad Peñalara, en Cercedilla (Madrid), y el Rancho del cuartel de don Luis, en Ortigosa del Monte (Segovia), recorriendo las cumbres de Cerro Minguete y la Mujer Muerta. Las previsiones meteorológicas eran de buen tiempo con algunas nubes de evolución, pero las cosas se torcieron hasta el punto de que al día siguiente pudimos haber ocupado los titulares dominicales de los medios de comunicación de todo el país, si no hubiera sido por la suerte providencial que siempre acompañó a nuestras marchas.
El autor explicando el paisaje a los asistentes desde la cima del Cerro Minguete, durante la Marcha de Primavera de 2007. Pocos momentos después nos jugamos el tipo frente a los elementos (Centaurea) |
La larga y deshilachada fila de excursionistas cruzando el collado de Tirobarra y perdiéndose en lontananza por la ladera de La Pinareja (Centaurea) |
La atmósfera revuelta y amenazante jugó con nosotros a la ruleta rusa durante un par de horas, tejiendo y destejiendo jirones de nubes a nuestro alrededor que al final se abrieron dejando ver el sol y la llanura segoviana con gran alivio de todos. Si se hubiera cerrado la niebla de forma permanente aquella tarde, como suele ocurrir en estas cumbres durante las tormentas de primavera, por la noche se habría tenido que organizar una masiva operación de rescate de dimensiones nunca conocidas con posibles consecuencias judiciales para los organizadores, lo que habría puesto punto y final a las marchas Allende Sierra y a nuestras ganas de seguir reivindicando el parque nacional de esta forma tan alegre y despreocupada.
Iniciando la travesía de los canchales de la Mujer Muerta, poco antes del comienzo de la tormenta que se desató durante la Marcha de Primavera de 2007 (Centaurea) |
Otras veces fue la nieve la que nos causó serios problemas. En la Marcha de Invierno de 2005, celebrada el 26 de febrero, pasamos el puerto de La Acebeda con una fuerte ventisca desoyendo las recomendaciones de la Guardia Civil y los agentes forestales para que desistiéramos de hacerlo. El problema de aquel día no fueron tanto las condiciones meteorológicas a las que nos enfrentamos al atravesar el puerto como la posterior pérdida del camino y la dispersión total de los participantes, ya que unos decidieron atajar directamente ladera abajo mientras los demás siguieron por la larguísima pista forestal que descendía en interminables revueltas. Tras muchas horas de ir y venir por las desoladas laderas septentrionales de los Montes Carpetanos intentando reunir a los rezagados, acabamos en el pueblo segoviano de Prádena en lugar del de Arcones, que era donde se había programado el fin de la marcha y nos esperaban los autobuses para el regreso de unos y otros a Madrid y a La Granja.
Esta mala experiencia nos sirvió un año más tarde, en la Marcha de Invierno del 25 de febrero de 2006, para ser más prudentes. Aquel día partimos de Villavieja de Lozoya con intención de cruzar el puerto de la Linera (1.834 m.) y descender después a la localidad segoviana de Gallegos, pero en el momento de partir caía una fuerte nevada que había acumulado cerca de un metro de nieve en lo alto del puerto. Partimos en larguísima fila india turnándonos en cabeza de la marcha para abrir el camino, incluidos el consejero Mariano Zabía y el entonces secretario general del Partido Socialista de Madrid, Rafael Simancas, que asistieron a la marcha. Pero a mitad de la subida tuvimos que darnos la vuelta vistas las grandes dificultades para avanzar por la pista forestal que asciende hasta el puerto, y conscientes de la imprudencia que suponía exponer a más de doscientas personas a un trance parecido al que sufrieron Napoleón en persona y todas sus tropas en el puerto del León en el día de nochebuena de 1808. Esa fue la única vez que la meteorología nos obligó a suspender una marcha, aunque el por entonces alcalde de Villavieja de Lozoya, Agustín Calvo, hombre de recursos donde los hubiera, nos improvisó un espléndido almuerzo en las escuelas del pueblo. El vino que corrió con profusión y el reconfortante calor de una gran estufa de leña encendida especialmente para nosotros levantó nuestros ánimos ateridos, y entre aclamaciones empujamos literalmente al secretario general Rafael Simancas y al consejero Mariano Zabía a que olvidaran sus diferencias políticas en la sierra y brindaran por una rápida declaración del parque nacional.
Mariano Zabía y Rafael Simancas brindando en Villavieja de Lozoya por el parque nacional, tras la fallida Marcha de Invierno de 2006 (Fundación para la Investigación y el Desarrollo Ambiental FIDA) |
Hubo otra marcha lamentablemente suspendida incluso antes de organizarse, pero esta vez no por las adversas condiciones meteorológicas, sino por los no menos hostiles vaivenes de las políticas regionales que amenazaban la ya de por sí complicada gestación del parque nacional, unidos a nuestras propias disensiones internas. Fue a raíz del comunicado que hizo el 30 de enero de 2008 la consejera María Jesús Ruiz anunciando la renuncia de la Junta de Castilla y León a su compromiso de declarar como parque nacional la parte segoviana del territorio contemplada en el PORN de la Sierra de Guadarrama, que tan trabajosamente había sido redactado durante años, lo que tuvo un fuerte efecto colateral de dejación y renuncia también en la Administración madrileña con respecto al proyecto. Al conocerse esta noticia, Santiago de Mora-Figueroa, marqués de Tamarón, Alfredo Pérez de Armiñán, presidente de Hispania Nostra, la abogada y exdiputada de Izquierda Unida Carmen Roney y el erudito guadarramista Paco Villén promovieron la llamada «Carta del Guadarrama», una iniciativa de carácter muy transversal y con gran respaldo social e institucional que ya había sido propuesta por Villén en el Aurrulaque del verano anterior y que se presentó por partida doble en la madrileña Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y en la segoviana Real Academia de Historia y Arte de San Quirce. En el acto de la Academia de San Fernando, que tuvo lugar el 5 de febrero de 2008 ‒momento elegido por Álvaro Blázquez para iniciar su crónica‒, se respiraba tal sentimiento de indignación que Pérez de Armiñán llegó a exigir airadamente la aplicación del artículo 155 de la Constitución a la Junta de Castilla y León por su dejación de funciones en el proceso de declaración del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. ¡Casi nada! Entonces pocos de los allí presentes habíamos oído hablar de este artículo de la carta magna, ni mucho menos imaginábamos que en apenas diez años se haría tan célebre.
Por su parte, Antonio Sáenz de Miera propuso en aquella reunión de la Academia de San Fernando algo de gran simbolismo y muchas posibilidades mediáticas para meter en cintura a la díscola consejera María Jesús Ruiz, y de paso ‒pensamos muchos‒ apretarle las tuercas a la presidenta madrileña Esperanza Aguirre, que como ya se ha mencionado tampoco mostró nunca el más mínimo interés por este proyecto heredado de su antecesor Ruiz Gallardón. La idea consistía en la celebración de una larguísima marcha Allende Sierra interurbana que partiría de la segoviana Puerta de Madrid, el arco levantado a comienzos del siglo XVIII en los arrabales de Segovia para conmemorar la reconquista medieval de Madrid por los capitanes segovianos Fernán García y Día Sanz, y tras recorrer nada menos que ochenta kilómetros entraría en la capital de España cruzando el río Manzanares por el puente de Segovia. Desde allí, subiendo por la calle de Segovia hasta la Plaza Mayor, la marcha finalizaría en la Puerta del Sol, donde centenares de «allendistas» reclamaríamos la declaración del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama al son de dulzainas y tamboriles. La idea, además de tanto simbolismo segoviano y madrileño en la toponimia urbana referida a las puertas, calles y puentes que atravesaríamos a nuestro paso por las dos ciudades, prometía ser muy divertida, por lo que fue aclamada casi unánimemente por los integrantes del Proyecto Allende Sierra. Sin embargo, en una reunión que mantuvimos pocos días después, Pepe Hurtado, presidente de la Sociedad Peñalara, se opuso a ella por considerarla demasiado populista. A partir de entonces, Antonio Sáenz de Miera, cansado de tantos desacuerdos, dejó de asistir a las reuniones para volver a centrarse en exclusiva en sus Aurrulaques, desvinculándose así la Asociación de Amigos del Guadarrama de la organización de las marchas. Poco después se descolgaría también Centaurea para continuar la lucha por su cuenta, a causa de las discrepancias con Hurtado sobre el grado de firmeza que había que utilizar frente a la flaqueza de las administraciones regionales, quedando Allende Sierra ya sólo con las sociedades Peñalara y Castellarnau como únicas representantes de las dos vertientes de la sierra. La época de esplendor popular y mediático de las marchas Allende Sierra había tocado a su fin por nuestras propias disensiones internas, porque la labor de la sociedad ecologista Centaurea con Carlos Bravo al frente había sido decisiva antes de esta ruptura, y lo siguió siendo después.
El 'lobby' de los mochileros
Pero la actividad frenética de Allende Sierra no se limitó a las marchas. En los cuatro primeros años nos habíamos convertido en una plataforma realmente influyente y aprovechamos nuestro tirón mediático para hacer presión sobre las administraciones, publicando notas y artículos de prensa que tuvieron amplia repercusión y forzando a mantener continuas reuniones con nosotros a los distintos consejeros de Medio Ambiente que se sucedieron en el cargo a lo largo de nueve años en las dos comunidades autónomas. Sin contar a Pedro Calvo tuvimos que bregar nada menos que con nueve, cuatro de la Comunidad de Madrid y cinco de la Junta de Castilla y León. El más próximo de todos ellos, hay que decirlo, fue Mariano Zabía, una persona que respondía mucho más al perfil de un intelectual que al de un político al uso, afable, educado y cercano a nuestras demandas. Nos acompañó en varias marchas durante el desempeño de su cargo en la consejería de Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid, desafiando a veces las más abruptas orografías y las más adversas condiciones meteorológicas, aunque ello no le libró de recibir numerosas críticas desde algunas de las asociaciones integradas en Allende Sierra durante aquellos años de furia neoliberal desatada por el gobierno de Esperanza Aguirre, del que formaba parte. Ninguna competencia escapaba a la férula de la presidenta, y yo pienso que como amante de la Naturaleza y del paisaje ‒recientemente ha publicado un ensayo sobre la influencia que ha ejercido en su vida la obra de Pío Baroja‒ Zabía debió sentir gran pesadumbre ante las acusaciones de las asociaciones ecologistas por algunas actuaciones que incumbían de lleno a su consejería, como el desdoblamiento de la carretera M-501, que afectó gravemente al entorno de gran valor natural y paisajístico de la Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA) de los Encinares de los ríos Alberche y Cofio, y que a posteriori una sentencia del Tribunal Supremo declaró ilegal por haberse ejecutado sin la preceptiva declaración de impacto ambiental. En todo caso, su apuesta personal contra viento y marea por la creación del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama fue muy importante en aquellos años para mantener viva esta reivindicación histórica.
Nota de prensa emitida por Allende Sierra con motivo de la Marcha de Otoño de 2007 |
Por el contrario, María Jesús Ruiz, la entonces consejera de Medio Ambiente y vicepresidenta de la Junta de Castilla y León, personificó el mayor desencuentro de las administraciones con nuestras demandas. Impulsora de los ilegales y afortunadamente paralizados proyectos urbanísticos de la Ciudad del Medio Ambiente (Soria), la Ciudad del Golf (Ávila), la estación de esquí de San Glorio (León), y algún otro desafuero lamentablemente sí consumado, como la ciudad residencial y de ocio construida en el monte protegido de Quitapesares (Segovia), a principios de 2008 anunció sorpresivamente, como ya hemos mencionado, que el gobierno castellanoleonés renunciaba a la declaración del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama en su territorio. Nadie se extrañó por ello, pues era conocida de todos su desafección con este proyecto heredado de su antecesora Silvia Clemente, que ponía en entredicho intereses tan poderosos como los que representaban los grandes desarrollos urbanísticos previstos en algunos pueblos de la vertiente norte de la sierra, o las captaciones de manantiales en la cabecera del arroyo Cambrones por la empresa Bezoya. Sin embargo, tras catorce marchas Allende Sierra ya celebradas, aquello significaba para nosotros una auténtica declaración de guerra. Según cuenta Álvaro Blázquez en su crónica al referirse a una reunión que mantuvieron cuatro años antes en Valladolid con la consejera Ruiz, a la que asistió junto a Carlos Bravo y a Pepe Hurtado como representantes de Allende Sierra, tuvieron «que aguantar la actitud de menosprecio de aquella "responsable" del medio ambiente castellano para la que eso del desarrollo sostenible no era importante, ya que lo suyo ‒según les afirmó‒ era el desarrollo sostenido». Sólo la presión mediática que hicimos obligaría finalmente a la Junta de Castilla y León a dar marcha atrás en su decisión e incluir alrededor de 11.000 hectáreas de su territorio en el parque nacional.
En una aparatosa ceremonia escenificada a lo grande el 18 de noviembre de 2009 en el hermoso refectorio gótico del monasterio de El Paular, Esperanza Aguirre y Juan Vicente Herrera aprobaron conjuntamente los planes de ordenación de los recursos naturales de ambas vertientes de la sierra, un acto en el que se masticaba la tensión y el desencuentro desatados en la batalla política entablada alrededor de la creación del espacio protegido por la no asistencia de ningún representante del Organismo Autónomo de Parques Nacionales, ni de los dos ilustres catedráticos responsables de los equipos redactores de ambos documentos. También por el cruce de acusaciones que se produjo a la salida ante los medios de comunicación allí presentes entre la presidenta madrileña y la representante de Ecologistas en Acción de Madrid, María Ángeles Nieto, quien ya había anunciado la interposición de un recurso judicial contra el PORN recién aprobado por considerar que reducía la protección de la Sierra de Guadarrama. La aprobación de los dos planes de ordenación tan bien teatralizada aquel día en El Paular era sólo el primer paso en el proceso de declaración del parque nacional, y darlo, aunque fuera a trompicones y de mala manera, había costado nada menos que ocho años desde que se hiciera público el inicio del proyecto.
Tuvimos reuniones con casi todos los consejeros de Medio Ambiente de ambas comunidades autónomas y su innumerable cohorte de directores generales. Éramos muy contumaces en nuestras peticiones para que nos recibieran, hasta el punto de que no pocos de ellos acabaron más que hartos de nosotros, aunque no podían escurrir el bulto sin desafiar nuestro poder mediático. Creo recordar que la primera reunión tras el inicio de las marchas fue la mantenida el 3 de mayo de 2004 en Valladolid con la consejera María Jesús Ruiz, a la que nos acabamos de referir. Apenas un mes después tuvimos otra mucho más agradable y relajada con Mariano Zabía y sus dos directores generales, en la que en un gesto de mano tendida escuchó nuestras demandas con interés y quiso conocer de primera mano los detalles sobre el parque nacional que reclamábamos.
Entre tantas reuniones mantenidas durante años con los diferentes consejeros, a mi juicio la más significativa y trascendente fue la que tuvimos el 17 de febrero de 2009 con la entonces consejera de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio de la Comunidad de Madrid, Ana Isabel Mariño, para hablar de la amenaza que suponía una hipotética conexión de las estaciones de Navacerrada y Valdesquí, sobre la que se especulaba por entonces. Y fue importante no por lo que tratamos allí con la señora Mariño, a quien se le notaba mucho el desinterés por este y algún otro asunto que le planteamos, sino por la presencia de su recién nombrado director general de Medio Ambiente, Federico Ramos de Armas, para nosotros entonces casi un desconocido pero que a partir de aquel momento se convertiría en una persona muy cercana a nuestras demandas y, como vamos a ver, en un actor clave para desbloquear el proceso de declaración del parque nacional. No nos acompañó a ninguna marcha Allende Sierra, pero sí asistió a varios Aurrulaques, como el celebrado el 18 de julio de 2009, en el que Juan Luis Arsuaga, tras leer el manifiesto «Una alianza con el futuro», le echó en público un severo aunque amistoso rapapolvo que capeó como pudo, al igual que un alumno reprendido por su profesor. Fue esta actitud suya tan próxima, accesible y llana, muy poco frecuente entre los políticos, lo que le ganó inmediatamente nuestra simpatía.
Esta cercanía con Federico Ramos no nos impidió ponerle con firmeza los puntos sobre las íes al denunciar algunas agresiones que por acción u omisión de la consejería de Medio Ambiente en los años de Ana Isabel Mariño se produjeron en las zonas más sensibles y frágiles del futuro parque nacional. Una de ellas fue la apertura, en la primavera de 2010, de una pista forestal para sacar del monte las cabras monteses capturadas en unas jaulas-trampa instaladas en el Hueco de San Blas el Viejo, que causó graves destrozos en la vertiente sur de la Najarra. Otra, con mucha más repercusión en los medios, fue la decisión de celebrar aquel mismo año en la cumbre de las Guarramillas la «etapa reina» de la Vuelta Ciclista a España, que levantó en su contra a todo el movimiento ecologista agrupado en la Coordinadora Salvemos la Sierra, y por supuesto también a nuestras iniciativas de Allende Sierra y los Aurrulaques. Para impedir que se sentara este peligroso precedente mantuvimos varias reuniones convocadas por el marqués de Tamarón y Carmen Roney en la casa de esta última en la localidad segoviana de Aldealengua de Pedraza, y por Arsuaga en una excursión al Collado de la Dehesilla, en la Pedriza de Manzanares, que realizamos el 3 de octubre de 2010 para hablar, entre otras cuestiones, de la respuesta de Federico Ramos, nuestro interlocutor en la consejería de Medio Ambiente, a la enérgica carta de protesta firmada por Eduardo Martínez de Pisón, el marqués de Tamarón, Antonio Sáenz de Miera y el mismo Arsuaga que fue enviada poco antes a la presidenta Esperanza Aguirre, con quien mantuvieron una reunión para intentar evitar la celebración de este evento deportivo multitudinario en la cumbre de las Guarramillas. Con estas y otras exigencias tuvimos abrumado al director general Ramos de Armas por aquellos años, pero hay que decir que siempre nos respondió dando la cara rápida y abiertamente.
El 21 de marzo de 2011 empujamos otra vez a Federico Ramos a saltar a la arena en un debate público sobre el interminable proceso de declaración del parque nacional, que fue organizado por Antonio Sáenz de Miera con motivo de la presentación en la Casa de las Alhajas de la Fundación Caja Madrid de la cuarta edición de mi libro Memorias del Guadarrama, y que aprovechamos para hacer una propuesta de ampliación de los límites previstos para el futuro espacio protegido con la inclusión de las cotas altas de los pinares de Valsaín, los pinares de Canencia, parte de los Montes Carpetanos situados al este del puerto de Navafría y algunas otras zonas, propuesta que habíamos elaborado y consensuado apenas diez días antes en el despacho de Juan Luis Arsuaga. En ella no incluimos el Pinar de los Belgas, porque tras tantos años de pelea por el parque nacional éramos ante todo pragmáticos y posibilistas, y su incorporación al parque nacional la dábamos de momento por perdida.
Pocos días después de aquel debate, el 7 de abril de 2011, Federico Ramos nos invitó a comer en el restaurante El Luarqués de la calle Ventura de la Vega para escuchar con detalle nuestra propuesta de ampliación de los límites del futuro parque nacional, que en el Plan de Ordenación de los Recursos Naturales (PORN) de la Sierra de Guadarrama se reducían únicamente a las zonas de cumbres. Aquella era una cuestión muy compleja y ya prácticamente cerrada, pero gracias a lo hablado allí durante la sobremesa se consiguió más tarde la inclusión de 3.300 hectáreas de las zonas altas del pinar de Valsaín y que la línea de delimitación del parque en su extremo más oriental bajara de cota haciendo un amplio bucle alrededor de los pinares de repoblación del monte Perímetro de Navarredonda para incluir la Chorrera de San Mamés, la espectacular cascada por la que se descuelga el arroyo de Pinilla, también llamado «del Chorro», desde las cumbres de los Montes Carpetanos, que habíamos visitado en multitud durante la Marcha de Invierno de 2009. Aquella comida en El Luarqués, a la que asistimos Eduardo Martínez de Pisón, el marqués de Tamarón, Juan Luis Arsuaga, Antonio Sáenz de Miera y quien esto escribe, nos abrió un cauce directo de diálogo con Federico Ramos, lo que no era poca cosa pues apenas tres meses después fue ascendido a la viceconsejería de Medio Ambiente del gobierno regional, y al poco tiempo, en diciembre de 2011, nombrado Secretario de Estado de Medio Ambiente por el ministro Miguel Arias Cañete, cargo con los máximos poderes y competencias estatales en materia medioambiental. No conseguimos sacar adelante todas las ampliaciones planteadas en aquella comida, pero al menos habíamos logrado las suficientes para poder cambiar el nombre previsto para el futuro espacio protegido, quitándole el restrictivo remoquete «de las cumbres», por el que nosotros queríamos: «Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama» a secas. En todo caso, aquí quedaron estas propuestas para que puedan ser consideradas a medio plazo, cuando los principales problemas de gestión del parque nacional, como son la masificación de los usos deportivos y recreativos del territorio, la sobrepoblación de cabras monteses y algunos otros, puedan ser resueltos y llegue el momento de replantearse la ampliación de sus actuales límites.
La fulgurante carrera política de Federico Ramos se había iniciado e ido de la mano con el proceso de declaración del parque nacional, y pudo sacar adelante el proyecto, según su propia expresión futbolística, haciéndose autopases desde los cargos que ocupó en la Consejería de Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid hasta su llegada al Ministerio de Medio Ambiente. Sin embargo, su nombramiento fue muy criticado por las principales agrupaciones ecologistas y no lo tuvo fácil en la enrevesada y siempre áspera batalla que rodea la política ambiental en nuestro país, sobre todo porque su antecesora, la hoy ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, había dejado el listón muy alto ante todas las asociaciones ambientalistas que ahora a él le miraban con lupa. Al final lo pasó mal cruzando ese peligroso campo de minas que es la política, y nosotros quisimos agradecerle años más tarde su dedicación y esfuerzo en otra grata comida de amigos, a la que le invitamos en el entorno inmediato del ya declarado parque nacional, al pie mismo de la cumbre de la Najarra.
La última marcha Allende Sierra de las celebradas antes de la declaración del parque nacional tuvo lugar el 18 de mayo de 2013 con un recorrido que en un principio pensamos fuera el mismo que el de aquella primera marcha celebrada el 10 de enero de 2004 desde Cercedilla hasta Valsaín, aunque a última hora, vistos los pronósticos meteorológicos, hubo de reducirse a la bajada por la vertiente segoviana desde el puerto de Navacerrada hasta La Granja de San Ildefonso. Solemnizábamos así el logro de nuestro objetivo, aunque, como escribí en el texto del folleto para la marcha, resignados a una reducción sustancial de aquellos límites ideales del espacio protegido propuestos en las primeras redacciones del PORN, que conforman, por así decirlo, el territorio histórico irrenunciable para el conservacionismo en el Guadarrama. Dar por bueno lo conseguido no significaba haber hecho concesión alguna a las administraciones, ni mucho menos renunciar a las ampliaciones propuestas dos años antes. Con la primavera muy avanzada, en aquel día nos sorprendió una gran nevada tardía que cubrió el pinar de Valsaín con una gruesa capa de nieve. A la marcha asistió Mariano Zabía, que tantas veces nos había acompañado durante sus años al frente de la consejería de Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid, y la finalizamos con una comida en el mejor lugar posible: el restaurante El Hábito de nuestro compañero «allendista» Valentín Quevedo, donde, tras la entrega al ex consejero de la colección Clásicos del Guadarrama como agradecimiento a su apoyo, brindamos y nos abrazamos por haber logrado nuestro objetivo tras nueve años de lucha y veintiocho marchas Allende Sierra.
El Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama fue inaugurado el 10 de julio de 2013 por los entonces príncipes de Asturias en el espléndido y abarrotado escenario del puerto de los Cotos, con la cobertura masiva de los medios de comunicación y la asistencia de los máximos responsables políticos de las administraciones, algunos de los cuales, hay que volver a decirlo, habían puesto todo tipo de obstáculos a su larguísimo proceso de gestación. Nos invitaron al acto sólo a unos pocos impulsores de las marchas Allende Sierra y los Aurrulaques, las iniciativas que sacaron adelante el proyecto cuando se daba todo por perdido, encabezados por los catedráticos redactores del PORN, Valentín Cabero y Eduardo Martínez de Pisón, autores intelectuales de todo el proceso. Y aunque los allendistas que no fueron invitados hoy se alegran de no haber tenido que hacerse la foto de rigor con algunos de los allí presentes, en justicia deberían haber estado con nosotros compartiendo aquel momento, porque sin su trabajo entusiasta y continuado durante casi una década el parque nacional no hubiera sido posible.
Es hora de finalizar aquí esta ya larga crónica que adelanta la mucho más extensa y divertida que Álvaro Blázquez continúa escribiendo, pues las marchas Allende Sierra siguen celebrándose como actividad cultural organizada conjuntamente por las sociedades Peñalara y Castellarnau, crónica que uno quiere dejar reflejada en este cuaderno de bitácora como aproximación a uno de los capítulos importantes del guadarramismo y de la historia de la conservación en España. Me dejo en el tintero no pocos hechos de interés, innumerables anécdotas y algunas cuestiones espinosas y polémicas que rodearon la actividad de los Allendes durante años, entre ellas las enemistades que se crearon entonces entre algunos sectores conservacionistas y ecologistas en medio del fragor de nuestra lucha compartida y apasionada por proteger la sierra, unidas a otros desencuentros y agravios que el paso del tiempo y el recuerdo de los buenos momentos vividos ya habrán hecho olvidar. Dando por hecho que en algunos aspectos importantes el Plan Rector de Uso y Gestión (PRUG) del parque nacional rebaja el grado de protección en relación con las figuras de protección preexistentes, como consecuencia de la entrada en vigor de la última y protestada Ley 30/2014 de Parques Nacionales, las diferencias y rivalidades que surgieron entre sus partidarios y sus detractores, entre los que lo reclamábamos de una forma y los que lo querían de otra deberían estar superadas después de tanto tiempo, pues ya no pueden hacernos desviar nuestra mirada del objetivo común y prioritario que es la protección de la Sierra de Guadarrama en su conjunto frente a las enormes amenazas del calentamiento climático y la consecuente pérdida de biodiversidad en sus ecosistemas. La lucha de las marchas Allende Sierra mereció la pena como pocas cosas, pero esto de andar peleando tantos años por la creación de un parque nacional, o lo que es lo mismo, de un pequeño reducto de naturaleza amenazado y aislado de los demás espacios naturales de la geografía ibérica, a uno le parece una entelequia que ya no nos podemos permitir ante la urgente necesidad de una acción global de conservación que nos imponen los tiempos de colapso ambiental que están por llegar.
La última marcha Allende Sierra de las celebradas antes de la declaración del parque nacional tuvo lugar el 18 de mayo de 2013 con un recorrido que en un principio pensamos fuera el mismo que el de aquella primera marcha celebrada el 10 de enero de 2004 desde Cercedilla hasta Valsaín, aunque a última hora, vistos los pronósticos meteorológicos, hubo de reducirse a la bajada por la vertiente segoviana desde el puerto de Navacerrada hasta La Granja de San Ildefonso. Solemnizábamos así el logro de nuestro objetivo, aunque, como escribí en el texto del folleto para la marcha, resignados a una reducción sustancial de aquellos límites ideales del espacio protegido propuestos en las primeras redacciones del PORN, que conforman, por así decirlo, el territorio histórico irrenunciable para el conservacionismo en el Guadarrama. Dar por bueno lo conseguido no significaba haber hecho concesión alguna a las administraciones, ni mucho menos renunciar a las ampliaciones propuestas dos años antes. Con la primavera muy avanzada, en aquel día nos sorprendió una gran nevada tardía que cubrió el pinar de Valsaín con una gruesa capa de nieve. A la marcha asistió Mariano Zabía, que tantas veces nos había acompañado durante sus años al frente de la consejería de Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid, y la finalizamos con una comida en el mejor lugar posible: el restaurante El Hábito de nuestro compañero «allendista» Valentín Quevedo, donde, tras la entrega al ex consejero de la colección Clásicos del Guadarrama como agradecimiento a su apoyo, brindamos y nos abrazamos por haber logrado nuestro objetivo tras nueve años de lucha y veintiocho marchas Allende Sierra.
El Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama fue inaugurado el 10 de julio de 2013 por los entonces príncipes de Asturias en el espléndido y abarrotado escenario del puerto de los Cotos, con la cobertura masiva de los medios de comunicación y la asistencia de los máximos responsables políticos de las administraciones, algunos de los cuales, hay que volver a decirlo, habían puesto todo tipo de obstáculos a su larguísimo proceso de gestación. Nos invitaron al acto sólo a unos pocos impulsores de las marchas Allende Sierra y los Aurrulaques, las iniciativas que sacaron adelante el proyecto cuando se daba todo por perdido, encabezados por los catedráticos redactores del PORN, Valentín Cabero y Eduardo Martínez de Pisón, autores intelectuales de todo el proceso. Y aunque los allendistas que no fueron invitados hoy se alegran de no haber tenido que hacerse la foto de rigor con algunos de los allí presentes, en justicia deberían haber estado con nosotros compartiendo aquel momento, porque sin su trabajo entusiasta y continuado durante casi una década el parque nacional no hubiera sido posible.
Es hora de finalizar aquí esta ya larga crónica que adelanta la mucho más extensa y divertida que Álvaro Blázquez continúa escribiendo, pues las marchas Allende Sierra siguen celebrándose como actividad cultural organizada conjuntamente por las sociedades Peñalara y Castellarnau, crónica que uno quiere dejar reflejada en este cuaderno de bitácora como aproximación a uno de los capítulos importantes del guadarramismo y de la historia de la conservación en España. Me dejo en el tintero no pocos hechos de interés, innumerables anécdotas y algunas cuestiones espinosas y polémicas que rodearon la actividad de los Allendes durante años, entre ellas las enemistades que se crearon entonces entre algunos sectores conservacionistas y ecologistas en medio del fragor de nuestra lucha compartida y apasionada por proteger la sierra, unidas a otros desencuentros y agravios que el paso del tiempo y el recuerdo de los buenos momentos vividos ya habrán hecho olvidar. Dando por hecho que en algunos aspectos importantes el Plan Rector de Uso y Gestión (PRUG) del parque nacional rebaja el grado de protección en relación con las figuras de protección preexistentes, como consecuencia de la entrada en vigor de la última y protestada Ley 30/2014 de Parques Nacionales, las diferencias y rivalidades que surgieron entre sus partidarios y sus detractores, entre los que lo reclamábamos de una forma y los que lo querían de otra deberían estar superadas después de tanto tiempo, pues ya no pueden hacernos desviar nuestra mirada del objetivo común y prioritario que es la protección de la Sierra de Guadarrama en su conjunto frente a las enormes amenazas del calentamiento climático y la consecuente pérdida de biodiversidad en sus ecosistemas. La lucha de las marchas Allende Sierra mereció la pena como pocas cosas, pero esto de andar peleando tantos años por la creación de un parque nacional, o lo que es lo mismo, de un pequeño reducto de naturaleza amenazado y aislado de los demás espacios naturales de la geografía ibérica, a uno le parece una entelequia que ya no nos podemos permitir ante la urgente necesidad de una acción global de conservación que nos imponen los tiempos de colapso ambiental que están por llegar.