miércoles, 13 de julio de 2022

RECORDANDO A ANTONIO SÁENZ DE MIERA DESDE SU ATALAYA (IN MEMORIAM)

Palabras escritas y leídas por el autor en la reunión guadarramista del Aurrulaque, 
que tuvo lugar en la fuente de Navarrulaque (Cercedilla) 
el 9 de julio de 2022, en memoria de Antonio Sáenz de Miera

Cartel del Aurrulaque 2022, con viñeta de Jorge Arranz
Presentación del acto en memoria de Antonio Sáenz de Miera, en el Aurrulaque de 2022.
De izquierda a derecha: Jorge Riechmann, Antonio Guerrero, el autor, Pedro Nicolás
y Gonzalo Sáenz de Miera (fotografía de Claudia Schaefer)

Estar en este lugar tan evocador como es la pradera de Navarrulaque con objeto de recordar a nuestro amigo Antonio Sáenz de Miera es para mí motivo de muchas emociones, como sé que os ocurre también a todos los aquí presentes. Dentro de pocos días va a hacer un año que nos dejó, y hoy nos reunimos para honrar su memoria aquí arriba, en esta «atalaya» que levantó en 1984 para otear las cumbres y horizontes de aquende y allende sierra con su mirada sabia y de largo alcance, y donde, llegado el verano, nos convocaba puntualmente todos los años. Son muchos los recuerdos que me vienen a la cabeza de momentos compartidos con Antonio a lo largo de dos décadas de andanzas y excursiones por la Sierra de Guadarrama, y de incursiones en sus entretelas más ocultas y enrevesadas. Le conocí hace exactamente veinte años en el Curso de Verano de El Escorial La Sierra de Guadarrama: reencuentro con el viejo amigo, en el que coincidimos como ponentes en el verano de 2002, aunque le venía siguiendo la pista desde diez años antes, tras leer su ensayo Sierra de Guadarrama: naturaleza, paisaje y aire de Madrid, incluido en el libro del mismo nombre de cuya coordinación editorial se encargó junto a Fernando González Bernáldez, el eminente catedrático de Ecología desaparecido en 1992, poco antes de su publicación. De la muerte de Fernando, uno de los grandes referentes del conservacionismo en España, se han cumplido hace pocos días treinta años, por lo que también quiero recordarle aquí, en esta ocasión tan señalada.

Antonio subido en el estrado de piedra situado en lo alto de su
«atalaya», en la pradera de Navarrulaque (fotografía del autor)

          La ponencia de Antonio en aquel Curso de Verano de El Escorial, titulada Sierra de Guadarrama: tentaciones y pecados, y la charla que mantuvimos durante la comida despertaron definitivamente mi interés por su persona y por su larga trayectoria guadarramista, que se ha materializado en muchos aspectos, pero especialmente en el Aurrulaque, esta reunión anual para debatir sobre el futuro de la sierra que se celebra aquí desde 1984, y a la que dedicamos un libro monográfico publicado en 2017. Pero el trato habitual y directo con él no lo tuve hasta finales de 2003, cuando Antonio Lucio, nuestro amigo Tonet, por entonces Director General de Promoción y Disciplina Ambiental en la Consejería de Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid, y hoy aquí presente como dulzainero, impulsó las Marchas Allende Sierra. Fue en las reuniones que manteníamos para organizar aquellas excursiones, primero en la Fundación San Benito de Alcántara y después en la sede de la Sociedad Peñalara donde pude poco a poco conocer la personalidad y la calidad humana de Antonio Sáenz de Miera. Como les ocurrió a otros buenos amigos y compañeros del mundo de la conservación, que también asistieron a aquellas conversaciones iniciales para exigir la declaración del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, la primera impresión que me llevé de él fue el estereotipo del clásico señor de derechas del barrio de Salamanca, muy bien relacionado con los más altos círculos políticos y empresariales del país, expeditivo en las formas e incluso imperioso y autoritario a la hora de hacer valer sus posturas. Después nos fuimos dando cuenta de que esa fachada seria y resolutiva que podía adoptar sentado ante una gran mesa de trabajo en consejos de administración de empresas y en reuniones de patronatos de importantes fundaciones apenas ocultaba su lado más sencillo, cercano y socarrón, que nos mostró en cuanto cobró confianza con nosotros en mesas mucho más pequeñas hablando de la sierra. En mi caso, lo que más me acercó a Antonio por encima de nuestras diferencias ideológicas fue su gran sentido del humor, algo que en estos tiempos tan crispados, puritanos y políticamente correctos está tan en peligro de extinción como el urogallo cantábrico.

Antonio Sáenz de Miera y Eduardo Martínez de Pisón en el Mirador de Luis Rosales,
 durante el Aurrulaque celebrado el 6 de julio de 2013 (fotografía del autor)






















          El catedrático Francisco Laporta, en el prólogo del libro autobiográfico de Antonio El oficio de unir, se refiere a él como «un hombre de actividad, no un contemplativo, un hombre nervioso e inquieto [...], capaz de ponerse en marcha con la vista puesta en un fin, [...], haciendo, escribiendo, llamando, pidiendo, urgiendo, insistiendo...». Sin pretender enmendarle la plana a Paco, que conocía a Antonio mejor que yo, me voy a permitir discrepar con una parte de sus afirmaciones, pues estoy convencido de que sí era un contemplativo cuando caminaba en soledad nosotros siempre le vimos hacerlo en multitud, pues como él mismo decía «la sierra es el lugar al que siempre vuelvo para encontrarme a mí mismo». Por lo demás, estoy plenamente de acuerdo con lo que dice en su prólogo, pues ¡vaya si pedía, urgía, insistía y machacaba nuestro buen amigo Antonio cuando se le metía algo entre ceja y ceja! Literalmente «como un martillo pilón», según sus propias palabras. Su larga y brillante actividad profesional en el mundo de la empresa y las fundaciones le permitió tejer y mantener una red de amistades y contactos muy influyentes a los que recurría constantemente en su labor conservacionista en el Guadarrama, aunque para ello tuviera que remover Roma con Santiago. Era tan resolutivo, expeditivo y convincente que ni la entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, mucho más expeditiva que él, pudo negarse a su insistencia y tuvo que recibirle de mala gana en su despacho de la Puerta del Sol, junto a Eduardo Martínez de Pisón, Juan Luis Arsuaga y el marqués de Tamarón, para escuchar personalmente sus protestas por la subida de la Vuelta Ciclista a España a la cumbre de las Guarramillas. Como el mismo Antonio se definió a sí mismo por ciertas alusiones, sólo era «un señor de Cercedilla», pero lo cierto es que tenía el poder de persuasión de un diplomático, don que sabía combinar hábilmente con su capacidad de hacer cuadrarse en primer tiempo de saludo a los más altos responsables de los gobiernos de Madrid y Castilla y León como si fueran reclutas, y no por tener mando en plaza, sino por el aura de autoridad que desprendía su persona, pese a ser tan bajito. Estos poderes no inflaban su ego lo más mínimo, pues tenía la virtud añadida de la modestia, al ser de pueblo, y por ello prodigaba el trato llano con los que él consideraba sus iguales, guardas forestales, ganaderos y otras gentes del monte, que eran con quienes realmente se encontraba a gusto.

En la casa de Antonio en el barrio de Chamberí, el 23 de octubre de 2017, preparando
la edición del libro "Aurrulaque". De izquierda a derecha: Álvaro Bermejo,
Pablo Sanjuanbenito, Antonio Sáenz de Miera, Jorge Arranz y
Miguel Tébar (fotografía del autor) 















En el Parque del Retiro, el 1 de noviembre de 2017, posando para la fotografía de la
contracubierta del libro "Aurrulaque". De pie, de izquierda a derecha: Álvaro
Bermejo, Jorge Arranz, Antonio Guerrero y el autor. Sentados: Eduardo Martínez
de Pisón, Antonio Sáenz de Miera, Pedro Nicolás y Juan Vielva (Ediciones La Librería)















                      Su influencia a la hora de defender el Guadarrama la ejerció eficazmente de muchas formas, pero sobre todo a través de la pequeña columna que publicaba en el diario ABC, primero titulada «Dimes y diretes» y después «Al día», que sirvió para mantener candente el debate sobre la protección de la Sierra de Guadarrama en los años más duros del urbanismo salvaje, cuando la Ley del Suelo de 1998 consagró en España la doctrina neocon del «todo urbanizable». En el Aurrulaque de 2006 se negó a retirar el cartel ilustrado de forma magistral por Andrés Rábago, El Roto, que mostraba un diluvio de ladrillos cayendo sobre la Sierra de Guadarrama, frente a las presiones que recibió desde arriba para que lo hiciera.

Columna publicada por Antonio Sáenz de Miera en ABC, el 21 de mayo de 2006, en
apoyo a SOS Miraflores, plataforma que creamos por aquel tiempo para evitar la
construcción de más de 2.000 viviendas en Prado Toro y La Nava, en
Miraflores de la Sierra (Diario ABC)




















                Como anécdota personal, tengo que decir que en su día le agradecí mucho la encendida defensa que hizo de mi persona en uno de aquellos artículos ‒publicado en ABC el 15 de junio de 2015 y después en su blog Allende Guadarrama con motivo de un enfrentamiento que mantuve en las redes sociales con un alto cargo de la Administración ambiental madrileña sobre un asunto menor referente al parque nacional. En aquel artículo me calificó de «santo varón», lo cual me avergonzó mucho al verlo así escrito en la prensa, y como le dije después con humor: «Antonio, te agradezco mucho tus loas hacia mí, que obedecen sin duda a la sagrada amistad que nos une, pero hombre, no me dejes en mal lugar ante la opinión pública, que nunca he sido ni seré un santo... ¡Dios me libre!»

En la Venta Arias del puerto de Navacerrada con María Ángeles Nieto, representante de
Ecologistas en Acción, y el conductor del coche que nos llevó a Valsaín para asistir a
la reunión del Patronato del Parque Nacional celebrada el 29 de enero de 2018. Tras
el agrio debate que hubo allí, Antonio invitó a comer para templar los ánimos. Así era él




















          Al margen de nuestra buena sintonía en las reuniones e iniciativas en defensa de la sierra que alcanzó su mejor momento en los cuatro años que compartimos en el Patronato del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama tuve oportunidad de hablar con Antonio sobre los asuntos más variados, trascendentes o triviales, durante algunas comidas y sobremesas, y en cortas conversaciones callejeras ocasionales. Hasta que hace unos cinco años se mudó con Paloma, su mujer, a su nueva casa del barrio de Chamberí, solíamos coincidir por la calle de Serrano cuando iba a visitar a mi anciana madre, ya fallecida. La casa donde viví toda mi infancia y parte de mi juventud estaba situada a escasos doscientos metros de la suya, y durante años fuimos vecinos muy próximos sin conocernos. Por ello, en esas conversaciones mantenidas a salto de mata recordábamos con cierta nostalgia el viejo barrio de Salamanca, hoy irreconocible a causa de la transformación de la calle de Serrano, donde vivió tantos años, que se ha extendido a otras de la actual y mal llamada «Milla de oro». Allí mismo debatíamos y filosofábamos un ratito sobre lo horteras que resultan los conceptos del «lujo» y lo «exclusivo» en el mundo en que vivimos un pensamiento que me invade de forma recurrente cada vez que paso por mi antiguo barrio, y recordábamos los bares, cervecerías y cafés populares que entonces daban vida a esta calle, como El Corrillo, El Aguilucho, El Roma, y otros establecimientos «de barrio», como la Carnicería de Blas, que mostraba como reclamo unos cochinillos abiertos en canal que colgaban de unos garfios de hierro en la misma acera, mucho más atrayentes que los zapatos, vestidos y relojes de primeras marcas que hoy se exponen tras los cristales blindados de los escaparates. Con la que está cayendo en pleno debate sobre las macrogranjas, quizá sea una imprudencia mencionar en una concentración ambientalista algo tan políticamente incorrecto como son los lechones muertos, aunque espero no ser juzgado duramente por los posibles simpatizantes del animalismo aquí presentes. No puedo ni quiero hablar de mis recuerdos con Antonio sin recurrir al sentido del humor y sin mostrar nuestra visión más subjetiva de las cosas y nuestras propias contradicciones, que son también necesarias para mirar un mundo que cambia a velocidad de vértigo desde esta atalaya de Navarrulaque.

Antonio abrió el blog "Allende Guadarrama", sobre el que trata
"Tómate un blog", el menos conocido de sus libros publicados

          Antonio se definía a sí mismo como «un hombre de orden», lo que según la terminología de otra época podría traducirse como un «señor de derechas», expresión que ya he empleado anteriormente para referirme a él, aunque con matices, pero por encima de todo era un liberal en el buen sentido del término no me refiero al otro y su independencia de espíritu y de pensamiento hacía difícil encasillarle en ningún bando ideológico. Fue ante todo un conciliador de ideas, de posturas diferentes y muchas veces opuestas, labor que llevó a cabo incluso en el ámbito internacional viajando a Bogotá para entrevistarse con representantes de fundaciones, empresas y universidades colombianas con motivo de los acuerdos de paz con las FARC, y que tuvo como fruto la publicación en 2017 de su libro Colombia busca la paz. Mis conversaciones con la sociedad civil entre los dos acuerdos. Para apreciar en toda su dimensión esta vocación y capacidad de conciliación hay que leer su libro anteriormente mencionado El oficio de unir, que me regaló dedicado y firmado en una tarde de charla vis a vis divertida y apasionante tomando unos gin-tonics en El Jardín de Serrano. Él sí que fue un santo varón, al pertenecer a una clase de hombres cada vez más escasos y necesarios en el agrio panorama político que nos rodea en estos tiempos tan difíciles y llenos de incertidumbres.

Antonio tras la presentación de su libro "Colombia busca la paz", en la
Universidad Internacional Menéndez Pelayo (fotografía: UIMP)





















               Hoy nos reunimos aquí para recordar a Antonio, al cumplirse un año de su partida a otra atalaya más alta que esta en donde estamos, pero, siguiendo la máxima de Don Quijote «la diligencia es madre de la buena ventura», aprovechamos la ocasión para recordar también a los responsables políticos que toman las decisiones de las que depende el futuro de la Sierra de Guadarrama, que vamos a seguir en la lucha por la conservación de los bienes comunes en la que él nos dio el mejor de los ejemplos. Hace apenas ocho meses hemos ganado la larga batalla del Pinar de los Belgas, que casi dábamos por perdida, y Antonio sabe mejor que nadie, allá donde se encuentre, que ganaremos también la del Puerto de Navacerrada, pese a los últimos reveses sufridos. En ambas compartimos con él durante muchos años esperanzas y decepciones, como viejos veteranos que somos todos los aquí presentes en la interminable lucha a favor del Guadarrama, que es el título de otro de sus numerosos libros publicados.

Portada del libro de Antonio "A favor del Guadarrama"
(Ediciones La Librería, 2005)

          Para terminar estas líneas quiero traer aquí una anécdota y unas palabras de Antonio, que guardo respectivamente en mi recuerdo y en la memoria de mi smartphone. Ambas nos muestran su sencillez y el realismo del que hacía gala ante el negro futuro que se cierne sobre la naturaleza y la humanidad, reflexión que nuestro amigo el ilustrador Jorge Arranz ha escrito en el «bocadillo» de la graciosa y entrañable viñeta del cartel de este acto, que representa a Antonio mirando con preocupación desde su atalaya de la sierra hacia un Madrid cada vez más cercano y amenazante erizado de rascacielos afilados como colmillos. Y a ellas paso a referirme: en el Aurrulaque celebrado el 26 de junio de 2010 en el Mirador de Luis Rosales, tras la lectura del manifiesto por Luis Rosales Fouz, hijo del poeta, se me ocurrió decirle medio en broma y públicamente: –«Antonio, tú eres el creador de este mirador y del cercano de Vicente Aleixandre, y en agradecimiento algún día tendremos que dedicarte otro a ti para que mires por siempre estos horizontes en compañía de los poetas», a lo que me respondió con su socarronería habitual ante todos los allí presentes: «¡Julio, no se te ocurra decirlo ni en broma, o te la cargas!». Le hemos hecho caso, y en su recuerdo sólo hemos colocado una sencilla reproducción en bronce de su sombrero de campo, como si estuviera colgado de un perchero en el muro interior de la acogedora casilla de piedra que alberga la fuente de Navarrulaque, donde hoy nos reunimos.

En el Mirador de Luis Rosales durante el Aurrulaque del 26 de junio de 2010,
con Antonio Sáenz de Miera y Luis Rosales Fouz, hijo del poeta
(fotografía de Pedro Nicolás)

 
 

















Paloma Cárdenas, viuda de Antonio, y Juan Vielva descubriendo el monumento dedicado
a su memoria en la fuente de Navarrulaque, el 9 de julio de 2022 (fotografía del autor)



















  
                En cuanto a esas otras palabras suyas a las que también me acabo de referir, las conservo en uno de los últimos mensajes de whatsapp que me envió. En ellas, respondiendo a mi preocupación por su salud, ya deteriorada, se refería así, con tristeza y realismo, a la pandemia que nos ha azotado como un cataclismo y a las consecuencias que tendrá para la naturaleza y la humanidad la ya imparable y a largo plazo irreversible amenaza del calentamiento global, preocupación que tuvo hasta el final de sus días: –«Julio, en cualquier caso puede no venir mal para recordarnos lo poquito que somos y la mucha importancia que nos damos»Así era Antonio, siempre mirando a lo lejos desde su atalaya...