Capítulo escrito por el autor para el libro colectivo
«Venta Marcelino: cien años en el Puerto de los Cotos»,
recientemente publicado por la Editorial Desnivel
Hablar de la Venta Marcelino no es sólo hablar de
hostelería, el mantra turístico, económico y casi religioso de un país como el
nuestro tan devoto de los dioses del sector servicios, que tienen
precisamente en la Sierra de Guadarrama uno de sus más peregrinados santuarios.
Podríamos decir que este pequeño establecimiento hostelero, tan querido dentro
del pequeño mundo del guadarramismo, conserva el espíritu y la esencia de las
antiguas ventas o alberguerías medievales que daban acogida a arrieros,
carreteros, trajinantes, o simples caminantes escoteros que durante siglos cruzaron
los peligrosos puertos de la Sierra, como el poeta Juan Ruiz, Arcipreste de
Hita. Hay referencias escritas a que estas ventas de los puertos del Guadarrama
se conocían en el siglo XIX con la explícita denominación de aguardenterías, nombre que hoy
resultaría poco comercial y políticamente incorrecto, pero hay que decir aquí, aun
a riesgo de volver a despertar la ira de los deportistas de alto rendimiento, que
el aguardiente tenía entonces una función parecida a la que cumplen actualmente las
modernas barritas energéticas. Sin necesidad de haber sido arriero ni aficionado
al aguardiente, simplemente hay que haber recorrido la Sierra en los años sesenta
o principios de los setenta del siglo pasado para apreciar con verdadero conocimiento
de causa la calidez acogedora de lugares como la Venta Marcelino, con la
chimenea encendida durante todo el invierno. Entonces todavía no existían
materiales aislantes o impermeabilizantes como el Gore-Tex o el Thinsulate, y
muchos íbamos calzados con simples botas militares de segunda mano compradas en
El Rastro, desafiando los fríos, las humedades y el azote de los vientos del
Guadarrama con los pobres medios que teníamos a nuestro alcance en la época de nuestra
primera juventud. Hasta 1977 uno no pudo comprarse en la tienda de Pedro Acuña unas
buenas y recias botas de cuero marca Kamet con suela Vibram (que conservo y
aprecio mucho al asociarlas cronológicamente con las que Bob Dylan da título a su
canción Boots of spanish leather, en la que menciona también «las montañas de Madrid»). Dejando a un lado nostalgias guadarramistas de juventud, hay
que decir que la Venta Marcelino ha salvado muchas vidas, y esto último no es
una figura retórica a la que recurre el autor para adornar estas líneas.
La Venta Marcelino aislada por la nieve en los años treinta del siglo pasado, ocupando su primitivo emplazamiento al otro lado de la carretera (fotografía de Miguel Oronoz) |
Marcelino García y otros paisanos junto a un esquiador en la entrada de la venta. (fotografía de autor desconocido tomada hacia 1930) |
Tras estas divagaciones personales, es obligado decir que la Venta Marcelino fue fundada en 1924 por Marcelino García, un vecino de Rascafría con gran visión de futuro, tras la llegada del Ferrocarril Eléctrico del Guadarrama al cercano puerto de Navacerrada y hacerse público el pretencioso proyecto del llamado Sindicato de Iniciativas del Guadarrama, que ya preveía prolongar la línea hasta el puerto de los Cotos y construir allí una ciudad deportiva invernal al estilo de las de los Alpes. No son unos orígenes muy antiguos si los comparamos con los de otras ventas de la sierra, pero antes de que el turismo de masas intentara clavar sus garras por primera vez en estos magníficos parajes, cuando todavía no existía la actual carretera, abierta poco tiempo antes de su fundación, es muy posible que hubiera en el puerto alguna humilde edificación que sirviera de abrigo a los arrieros y carreteros que cruzaban el puerto por el antiguo camino carretero de El Paular y hacían una parada para dar descanso a las mulas o desenganchar de los carros los encuartes de los bueyes, al igual que la hubo en lo alto del cercano puerto de Navacerrada. Quién sabe si tendría esa función la llamada Choza del Gitano, mencionada en un documento de 1883 que trata de la inscripción registral de la finca procedente de la desamortización de Madoz que después, por avatares de la especulación, sería denominada Valcotos para construir en ella la estación de esquí homónima y una urbanización en las inmediaciones de la mismísima Laguna de Peñalara bautizada con el nombre hortera y rebuscado de «Monte Olimpo».
Un arriero con su recua de mulas cruzando el puerto de los Cotos hacia 1920, cuando el firme de la carretera todavía en construcción era de tierra (Archivo Ruiz Vernacci) |
El Puerto del Paular,
como así era llamado este paso de la sierra antes de que en 1762 se colocaran los
cotos reales que marcaban los límites entre la gran posesión del Pinar del Rey (hoy de Valsaín) y el Pinar de los Frailes (después de los
Belgas), fue un lugar de tránsito de viajeros desde tiempos medievales, pues
servía de principal y casi único acceso desde la ciudad de Segovia a Valdelozoya, uno de los diez sexmos de
sus tierras comuneras hasta 1833. Por allí cruzaban la sierra los reyes de
Castilla, en especial Enrique IV, para cazar y descansar en El Paular de Segovia, topónimo que mantuvo
su filiación segoviana hasta la división provincial de Javier de Burgos, en la última
fecha citada.
La Venta Marcelino, en su «corta» historia de un siglo, ha visto desfilar entre sus muros (reedificados completamente en otro emplazamiento entre los años cuarenta y sesenta del siglo XX) a una parte importante de la historia del guadarramismo, y no sólo en lo que se refiere a los deportes de montaña. Así, el domingo 30 de mayo de 1926, apenas dos años después de su fundación, debió acoger a una verdadera multitud de sesudos geólogos y geógrafos que participaron en la llamada excursión B-2 a los circos glaciares de Peñalara, que se organizó durante el XIV Congreso Geológico Internacional celebrado en España. No he encontrado ninguna referencia a ello, pero imagino que de los más de cien congresistas extranjeros sudorosos y quemados por el sol que regresaban aquel día al puerto de los Cotos desde la Laguna de los Pájaros, guiados por Hugo Obermaier y Juan Carandell, no debieron ser pocos los que hicieron parada en la pequeña venta, atraídos por el sencillo rótulo escrito con pintura alrededor de la puerta que rezaba: «Casa Marcelino. Vinos y Cervezas». El bueno de Marcelino debió sentirse satisfecho aquel día al ver convertida su venta en una pequeña y animada Babel científica en la que se hablaban decenas de idiomas. Ese mismo afán de reponer fuerzas en animada y tumultuosa compañía ambientalista hizo de la Venta Marcelino lugar de parada obligada en algunas de las numerosas marchas Allende Sierra, proyecto que pusimos en marcha (nunca mejor dicho) hace exactamente veinte años para reclamar la declaración del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. Buenos recuerdos aquellos...
La Venta Marcelino, en su «corta» historia de un siglo, ha visto desfilar entre sus muros (reedificados completamente en otro emplazamiento entre los años cuarenta y sesenta del siglo XX) a una parte importante de la historia del guadarramismo, y no sólo en lo que se refiere a los deportes de montaña. Así, el domingo 30 de mayo de 1926, apenas dos años después de su fundación, debió acoger a una verdadera multitud de sesudos geólogos y geógrafos que participaron en la llamada excursión B-2 a los circos glaciares de Peñalara, que se organizó durante el XIV Congreso Geológico Internacional celebrado en España. No he encontrado ninguna referencia a ello, pero imagino que de los más de cien congresistas extranjeros sudorosos y quemados por el sol que regresaban aquel día al puerto de los Cotos desde la Laguna de los Pájaros, guiados por Hugo Obermaier y Juan Carandell, no debieron ser pocos los que hicieron parada en la pequeña venta, atraídos por el sencillo rótulo escrito con pintura alrededor de la puerta que rezaba: «Casa Marcelino. Vinos y Cervezas». El bueno de Marcelino debió sentirse satisfecho aquel día al ver convertida su venta en una pequeña y animada Babel científica en la que se hablaban decenas de idiomas. Ese mismo afán de reponer fuerzas en animada y tumultuosa compañía ambientalista hizo de la Venta Marcelino lugar de parada obligada en algunas de las numerosas marchas Allende Sierra, proyecto que pusimos en marcha (nunca mejor dicho) hace exactamente veinte años para reclamar la declaración del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. Buenos recuerdos aquellos...
Es imposible siquiera pretender resumir aquí la pequeña
historia de este acogedor establecimiento hostelero de la Sierra de Guadarrama,
escrita a su vez con las miles y miles de pequeñas historias y vivencias personales
de todos los esquiadores, montañeros o simples caminantes que allí hemos
encontrado refugio, calor y yantar durante décadas. Por ello me resisto a la
tentación de referir en estas líneas alguna de las mías. La historia de la
Venta Marcelino es también la misma historia del puerto de los Cotos en los
últimos cien años, lo que no es poca cosa. Afortunadamente, los proyectos de construir
en los maravillosos parajes que la rodean un enorme complejo
turístico-deportivo y la mencionada urbanización Monte Olimpo, en virtud de
la Ley de Zonas y Centros de Interés Turístico Nacional de 1963, la llamada «Ley Fraga», quedaron reducidos al mal menor que supuso la construcción de la
estación de esquí de Valcotos, mal situada por su orientación a solana y
afectada desde sus inicios por una crónica y más tarde persistente falta de
nieve, que fue felizmente desmantelada a fines del siglo pasado.
El paisaje inalterado del Puerto de los Cotos en 1944. Se ven las ruinas de la venta primitiva y uno de los cotos reales (fotografía de Francisco Hernández-Pacheco) |
La Venta Marcelino fue reedificada en su actual emplazamiento en los años cuarenta del siglo pasado y posteriormente ampliada (fotografía de 1968 publicada en Nevasport) |
La Venta Marcelino ha sido protagonista destacada en la época de esplendor del deporte del esquí alpino en la sierra de Guadarrama, y testigo también de su declive por causas de carácter socioeconómico, pero sobre todo relacionadas con el calentamiento del clima, como he escrito en otras ocasiones. También ha presenciado el milagro que supuso la restauración ambiental y paisajística del entorno de Peñalara, en la que sobrevivió al derribo por formar ya parte de la historia de los deportes de montaña en nuestras sierras centrales. Y allí seguirá en un futuro, espero, en el que los gestores del hoy declarado Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama busquen soluciones a los graves problemas de masificación turística y recreativa que sufre la Sierra, y tomen todas las medidas necesarias orientadas a reducir en lo posible la enorme amenaza que supone la pérdida de biodiversidad por la emergencia climática. Y la primera de todas ellas debería ser poner algo de cordura en la absurda trifulca política y judicial desatada entre administraciones alrededor del obligado cierre y desmantelamiento de la cercana estación de esquí de Navacerrada, tras el vencimiento de la también centenaria concesión de los terrenos sobre la que se construyó, para después seguir el magnífico ejemplo de la recuperación ambiental del Puerto de los Cotos, que hoy es referencia internacional en la restauración de paisajes degradados.
La Venta Marcelino sigue siendo un lugar de encuentro indispensable para los amantes de la Sierra de Guadarrama, reunidos en persona en torno a un buen fuego de leña ardiendo en la chimenea, o por qué no, alrededor de unos buenos aguardientes a la vieja usanza caminera. Pero también lo es de forma no presencial (como se dice ahora) en las redes sociales, a través de las cuales participa en debates sobre la actualidad de la Sierra, informa sobre meteorología, o alerta sobre incidencias de movilidad y accidentes en la montaña, como siempre salvando vidas. Por ello hay que agradecer al ventero, nuestro buen amigo Rafa Sánchez de la Coba, el haber tenido la valentía de continuar y actualizar la labor iniciada por Marcelino García hace cien años.