sábado, 18 de mayo de 2024

DIVAGACIONES AL CALOR DEL FUEGO DE LA VENTA MARCELINO, EN SU CENTENARIO

Capítulo escrito por el autor para el libro colectivo 
«Venta Marcelino: cien años en el Puerto de los Cotos»
recientemente publicado por la Editorial Desnivel

Hablar de la Venta Marcelino no es sólo hablar de hostelería, el mantra turístico, económico y casi religioso de un país como el nuestro tan devoto de los dioses del sector servicios, que tienen precisamente en la Sierra de Guadarrama uno de sus más peregrinados santuarios. Podríamos decir que este pequeño establecimiento hostelero, tan querido dentro del pequeño mundo del guadarramismo, conserva el espíritu y la esencia de las antiguas ventas o alberguerías medievales que daban acogida a arrieros, carreteros, trajinantes, o simples caminantes escoteros que durante siglos cruzaron los peligrosos puertos de la Sierra, como el poeta Juan Ruiz, Arcipreste de Hita. Hay referencias escritas a que estas ventas de los puertos del Guadarrama se conocían en el siglo XIX con la explícita denominación de aguardenterías, nombre que hoy resultaría poco comercial y políticamente incorrecto, pero hay que decir aquí, aun a riesgo de volver a despertar la ira de los deportistas de alto rendimiento, que el aguardiente tenía entonces una función parecida a la que cumplen actualmente las modernas barritas energéticas. Sin necesidad de haber sido arriero ni aficionado al aguardiente, simplemente hay que haber recorrido la Sierra en los años sesenta o principios de los setenta del siglo pasado para apreciar con verdadero conocimiento de causa la calidez acogedora de lugares como la Venta Marcelino, con la chimenea encendida durante todo el invierno. Entonces todavía no existían materiales aislantes o impermeabilizantes como el Gore-Tex o el Thinsulate, y muchos íbamos calzados con simples botas militares de segunda mano compradas en El Rastro, desafiando los fríos, las humedades y el azote de los vientos del Guadarrama con los pobres medios que teníamos a nuestro alcance en la época de nuestra primera juventud. Hasta 1977 uno no pudo comprarse en la tienda de Pedro Acuña unas buenas y recias botas de cuero marca Kamet con suela Vibram (que conservo y aprecio mucho al asociarlas cronológicamente con las que Bob Dylan da título a su canción Boots of spanish leather, en la que menciona también «las montañas de Madrid»). Dejando a un lado nostalgias guadarramistas de juventud, hay que decir que la Venta Marcelino ha salvado muchas vidas, y esto último no es una figura retórica a la que recurre el autor para adornar estas líneas.

La Venta Marcelino aislada por la nieve en los años treinta del siglo pasado, ocupando
su primitivo emplazamiento al otro lado de la carretera (fotografía de Miguel Oronoz) 
Marcelino García y otros paisanos junto a un esquiador en la entrada de la venta.
(fotografía de autor desconocido tomada hacia 1930)

          Tras estas divagaciones personales, es obligado decir que la Venta Marcelino fue fundada en 1924 por Marcelino García, un vecino de Rascafría con gran visión de futuro, tras la llegada del Ferrocarril Eléctrico del Guadarrama al cercano puerto de Navacerrada y hacerse público el pretencioso proyecto del llamado Sindicato de Iniciativas del Guadarrama, que ya preveía prolongar la línea hasta el puerto de los Cotos y construir allí una ciudad deportiva invernal al estilo de las de los Alpes. No son unos orígenes muy antiguos si los comparamos con los de otras ventas de la sierra, pero antes de que el turismo de masas intentara clavar sus garras por primera vez en estos magníficos parajes, cuando todavía no existía la actual carretera, abierta poco tiempo antes de su fundación, es muy posible que hubiera en el puerto alguna humilde edificación que sirviera de abrigo a los arrieros y carreteros que cruzaban el puerto por el antiguo camino carretero de El Paular y hacían una parada para dar descanso a las mulas o desenganchar de los carros los encuartes de los bueyes, al igual que la hubo en lo alto del cercano puerto de Navacerrada. Quién sabe si tendría esa función la llamada Choza del Gitano, mencionada en un documento de 1883 que trata de la inscripción registral de la finca procedente de la desamortización de Madoz que después, por avatares de la especulación, sería denominada Valcotos para construir en ella la estación de esquí homónima y una urbanización en las inmediaciones de la mismísima Laguna de Peñalara bautizada con el nombre hortera y rebuscado de
«Monte Olimpo».

Un arriero con su recua de mulas cruzando el puerto de los Cotos hacia 1920, cuando
el firme de la carretera todavía en construcción era de tierra (Archivo Ruiz Vernacci)
          
          El Puerto del Paular, como así era llamado este paso de la sierra antes de que en 1762 se colocaran los cotos reales que marcaban los límites entre la gran posesión del Pinar del Rey (hoy de Valsaín) y el Pinar de los Frailes (después de los Belgas), fue un lugar de tránsito de viajeros desde tiempos medievales, pues servía de principal y casi único acceso desde la ciudad de Segovia a Valdelozoya, uno de los diez sexmos de sus tierras comuneras hasta 1833. Por allí cruzaban la sierra los reyes de Castilla, en especial Enrique IV, para cazar y descansar en El Paular de Segovia, topónimo que mantuvo su filiación segoviana hasta la división provincial de Javier de Burgos, en la última fecha citada.
          La Venta Marcelino, en su «corta» historia de un siglo, ha visto desfilar entre sus muros (reedificados completamente en otro emplazamiento entre los años cuarenta y sesenta del siglo XX) a una parte importante de la historia del guadarramismo, y no sólo en lo que se refiere a los deportes de montaña. Así, el domingo 30 de mayo de 1926, apenas dos años después de su fundación, debió acoger a una verdadera multitud de sesudos geólogos y geógrafos que participaron en la llamada excursión B-2 a los circos glaciares de Peñalara, que se organizó durante el XIV Congreso Geológico Internacional celebrado en España. No he encontrado ninguna referencia a ello, pero imagino que de los más de cien congresistas extranjeros sudorosos y quemados por el sol que regresaban aquel día al puerto de los Cotos desde la Laguna de los Pájaros, guiados por Hugo Obermaier y Juan Carandell, no debieron ser pocos los que hicieron parada en la pequeña venta, atraídos por el sencillo rótulo escrito con pintura alrededor de la puerta que rezaba: «Casa Marcelino. Vinos y Cervezas». El bueno de Marcelino debió sentirse satisfecho aquel día al ver convertida su venta en una pequeña y animada Babel científica en la que se hablaban decenas de idiomas. Ese mismo afán de reponer fuerzas en animada y tumultuosa compañía ambientalista hizo de la Venta Marcelino lugar de parada obligada en algunas de las numerosas marchas Allende Sierra, proyecto que pusimos en marcha (nunca mejor dicho) hace exactamente veinte años para reclamar la declaración del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. Buenos recuerdos aquellos...
          Es imposible siquiera pretender resumir aquí la pequeña historia de este acogedor establecimiento hostelero de la Sierra de Guadarrama, escrita a su vez con las miles y miles de pequeñas historias y vivencias personales de todos los esquiadores, montañeros o simples caminantes que allí hemos encontrado refugio, calor y yantar durante décadas. Por ello me resisto a la tentación de referir en estas líneas alguna de las mías. La historia de la Venta Marcelino es también la misma historia del puerto de los Cotos en los últimos cien años, lo que no es poca cosa. Afortunadamente, los proyectos de construir en los maravillosos parajes que la rodean un enorme complejo turístico-deportivo y la mencionada urbanización Monte Olimpo, en virtud de la Ley de Zonas y Centros de Interés Turístico Nacional de 1963, la llamada «Ley Fraga», quedaron reducidos al mal menor que supuso la construcción de la estación de esquí de Valcotos, mal situada por su orientación a solana y afectada desde sus inicios por una crónica y más tarde persistente falta de nieve, que fue felizmente desmantelada a fines del siglo pasado.

El paisaje inalterado del Puerto de los Cotos en 1944. Se ven las ruinas de la
venta primitiva y uno de los cotos reales (fotografía de Francisco Hernández-Pacheco)
 
La Venta Marcelino fue reedificada en su actual emplazamiento en los años cuarenta
del siglo pasado y posteriormente ampliada (fotografía de 1968 publicada en Nevasport)

          La Venta Marcelino ha sido protagonista destacada en la época de esplendor del deporte del esquí alpino en la sierra de Guadarrama, y testigo también de su declive por causas de carácter socioeconómico, pero sobre todo relacionadas con el calentamiento del clima, como he escrito en otras ocasiones. También ha presenciado el milagro que supuso la restauración ambiental y paisajística del entorno de Peñalara, en la que sobrevivió al derribo por formar ya parte de la historia de los deportes de montaña en nuestras sierras centrales. Y allí seguirá en un futuro, espero, en el que los gestores del hoy declarado Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama busquen soluciones a los graves problemas de masificación turística y recreativa que sufre la Sierra, y tomen todas las medidas necesarias orientadas a reducir en lo posible la enorme amenaza que supone la pérdida de biodiversidad por la emergencia climática. Y la primera de todas ellas debería ser poner algo de cordura en la absurda trifulca política y judicial desatada entre administraciones alrededor del obligado cierre y desmantelamiento de la cercana estación de esquí de Navacerrada, tras el vencimiento de la también centenaria concesión de los terrenos sobre la que se construyó, para después seguir el magnífico ejemplo de la recuperación ambiental del Puerto de los Cotos, que hoy es referencia internacional en la restauración de paisajes degradados.

Trabajos de desmantelamiento de la estación de esquí de Valcotos, que marcaron
un hito en la restauración de espacios naturales degradados (fotografía de archivo
del antiguo Parque Natural de Peñalara)

          La Venta Marcelino sigue siendo un lugar de encuentro indispensable para los amantes de la Sierra de Guadarrama, reunidos en persona en torno a un buen fuego de leña ardiendo en la chimenea, o por qué no, alrededor de unos buenos aguardientes a la vieja usanza caminera. Pero también lo es de forma no presencial (como se dice ahora) en las redes sociales, a través de las cuales participa en debates sobre la actualidad de la Sierra, informa sobre meteorología, o alerta sobre incidencias de movilidad y accidentes en la montaña, como siempre salvando vidas. Por ello hay que agradecer al ventero, nuestro buen amigo Rafa Sánchez de la Coba, el haber tenido la valentía de continuar y actualizar la labor iniciada por Marcelino García hace cien años.

lunes, 11 de septiembre de 2023

ALEGATO CONTRA LA RECALIFICACIÓN URBANÍSTICA DEL ENTORNO PROTEGIDO DEL MONASTERIO DE EL PAULAR

Todavía hay un valle
y una tarde serena.
Y lejos una campana
que suena en la serena tarde,
todavía...
(«Todavía», poema escrito por un monje anónimo del monasterio de El Paular)

Hace años escribimos aquí algunas líneas para denunciar proyectos urbanísticos en dos valiosas dehesas de la Sierra de Guadarrama, una en Moralzarzal (Madrid), y la otra en Sotosalbos (Segovia), afortunadamente paralizados a tiempo. Es sabido que los ecosistemas asociados a las dehesas y prados cercados por viejas tapias de piedra, tan ricos en paisajes y biodiversidad, son los más amenazados de toda la sierra por la presión urbanística, pero lo que nunca imaginamos entonces es que justo al cumplirse el décimo aniversario de la declaración del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama (y también del inicio de este Cuaderno de bitácora en el que escribo) hubiera que volver a alertar sobre los peligros que esta vez amenazan al mejor y más representativo de todos ellos: el entorno protegido del monasterio de El Paular. Sin embargo, hacerlo resulta obligado y más necesario que nunca en estos tiempos de retroceso ambiental sin parangón en la historia de la conservación en España, en los que se está desmantelando el entramado legal y administrativo con el que nos habíamos dotado desde los años ochenta del siglo pasado, y en el que se apoyaban las políticas de protección de la Naturaleza y el patrimonio cultural de nuestro país.

  El icónico entorno protegido del monasterio de El Paular con el macizo de Peñalara al fondo   

          En estas últimas décadas hemos ido marcha atrás vertiginosamente. Antes nos resignábamos, como un mal menor, a la realidad de que todo lo que no está protegido está amenazado, pero hemos llegado a un extremo en que las amenazas se ciernen ya sobre lo más protegido precisamente por los valores que guarda, tan tentadores para los que manejan los hilos de las políticas ultraliberales (o incluso no tanto) que están saqueando los bienes comunes tangibles e intangibles en favor de intereses privados o conveniencias electorales: Doñana, el Mar Menor, Canal Roya, por citar algunos ejemplos recientes, y otros muchos que no reciben tanta atención mediática. Esta, más que ninguna otra, es la «marca España» que vendemos en el mundo.
          En abril de 2023, poco antes de las elecciones municipales y autonómicas, el Ayuntamiento de Rascafría (Madrid) aprobó una modificación puntual de sus normas subsidiarias de planeamiento urbanístico vigentes desde 1985 para recalificar cerca de 200 hectáreas de terreno en el entorno protegido del conjunto monumental de la antigua cartuja de El Paular, con el fin de permitir el uso hotelero y la celebración de eventos turísticos en las fincas de propiedad privada comprendidas en este espacio, dedicadas desde siempre a los aprovechamientos forestales, agrícolas y ganaderos. Es este un entorno de enorme importancia natural y cultural, incluido parciamente en la Zona Periférica de Protección (ZPP) del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama y en el Lugar de Importancia Comunitaria (LIC) Cuenca del río Lozoya y Sierra Norte, figura de conservación europea de la Red Natura 2000. Desde un punto de vista biogeográfico se podría decir que es un enclave norteño incrustado en mitad de la España seca, formado por los sotos y pastizales de fondo de valle limítrofes con la carretera M-604 que sube desde Rascafría al puerto de los Cotos, y por antiguos campos de labor hoy convertidos en prados y bosques de ribera situados entre los arroyos del Artiñuelo y los Apriscos, en las zonas de Las Arroturas, Tras la Huerta y Las Cayadas.

El entorno amenazado del monasterio de El Paular, denominado Sector IV en las normas
subsidiarias de Rascafría (fuente: Documento de inicio. Evaluación ambiental
estratégica de la modificación puntual de las NNSS de Rascafría
)

Un paisaje natural y cultural de gran importancia simbólica
Los valores que guardan estas fincas están también reconocidos en otros ámbitos de protección. El entorno del monasterio de El Paular está incluido con la categoría de «Paisaje simbólico» en el listado de los cien mejores paisajes españoles catalogados en el Plan Nacional de Paisaje Cultural, aprobado en 2006 y ratificado por el Consejo del Patrimonio Histórico reunido en la Residencia de Estudiantes el 4 de octubre de 2012.
          Estos reconocidos valores naturales y culturales se concentran principalmente en el conjunto de prados de siega situados alrededor del monasterio, al que pertenecieron hasta la desamortización de Mendizábal en 1836, pasando después a manos privadas. Son el Prado Grande, el Prado de las Ovejas y el Prado de la Reina, los tres afectados de lleno por esta recalificación urbanística. El Prado Grande es sin duda el más bello, extenso y valioso de todos los prados de siega conservados en la Sierra de Guadarrama, todavía hoy aprovechado como pastizal para ganado vacuno. Según la tradición, en el Prado de la Reina fue proclamada Juana la Beltraneja como heredera del trono de Castilla en 1470, pocos días antes de las capitulaciones matrimoniales celebradas en la hoy desaparecida aldea de Santiago, cerca de Buitrago de Lozoya, que la prometían con el duque Carlos de Guyena, hermano del rey de Francia Luis XI. El paisaje de estos prados, de una belleza casi estremecedora, no ha cambiado desde entonces.

El Prado de las Ovejas con su pequeño pajar en pleno mes de agosto, rodeado por
extensos robledales y el bosque de ribera que cubre como un dosel el cauce del arroyo
de Santa María. Al fondo, el macizo de Peñalara y los Montes Carpetanos 

          Por si fuera poco, los tres conservan un valioso y muy poco conocido patrimonio de arquitectura rural y de antiguas infraestructuras hidráulicas. Hay que mencionar un viaje de agua del siglo XVI que capta las aguas del arroyo de Santa María para abastecer la gran alberca de la huerta del monasterio y las fuentes del jardín del claustro y del patio del Ave María, con su red de galerías subterráneas y los clásicos «capirotes» de granito que sirven de cierre a los registros. También hay que destacar un arca de distribución de agua que surte a una red de caceras labradas en sillería utilizadas, entre otras funciones, para regar los prados «a manta», lo que permitía a los monjes cartujos segarlos incluso dos veces por temporada. Este conjunto patrimonial se completa con varias casillas ganaderas con pajar conservadas gracias a su uso tradicional mantenido hasta hoy por sus sucesivos propietarios. Todo el espacio está rodeado y entrecruzado por muros de piedra seca tan característicos de los paisajes de fondo de valle de la Sierra de Guadarrama, sobre los que destaca la gran tapia de cal y canto que separa estas fincas de la huerta del monasterio.

«Capirote» de uno de uno de los registros del viaje de agua subterráneo en el Prado de
las Ovejas, aprovechado 
como fuente y abrevadero para el ganado
Arca de agua en el Prado Grande, utilizada por los monjes cartujos para distribuir
el agua a través de la red de caceras que daban servicio al monasterio 
Casilla con pajar situada entre el Prado de las Ovejas y el Prado Grande, conservada
gracias a su uso ganadero ininterrumpido. En la modificación de las normas subsidiarias
se califica como 
«almacén de uso agrario sin valor arquitectónico o patrimonial»
         
          Muy cerca, en el extremo sur del ámbito protegido y rodeada por el Prado de la Reina, se conserva la llamada Casa de la Madera, una preciosa edificación de principios del siglo XVIII que alojaba la vieja sierra de agua utilizada por los monjes para aserrar las trozas de pino bajadas del monte Cabeza de Hierro, a la que da acceso el pequeño Puente de la Reina por el que cruzaban el arroyo de Santa María los carros utilizados para el transporte de la madera. Hasta finales de los años ochenta del siglo XX se utilizó como establo para guardar una hermosa y bravía vacada de raza morucha que pastaba en el Prado Grande.

La Casa de la Madera, situada a escasos metros del monasterio, era utilizada por los
monjes cartujos como aserradero
El pequeño Puente de la Reina, que cruza el arroyo de Santa María y servía de acceso a
la Casa de la Madera y al Prado de la Reina desde el monasterio de El Paular

          Otra de las fincas afectadas, también procedente de los bienes desamortizados de la antigua cartuja, es la adquirida en 1840 por un grupo de inversores belgas para construir la serrería de la Sociedad Belga de los Pinares de El Paular, la veterana empresa maderera que desde entonces y hasta no hace mucho tiempo ha explotado de forma sostenible el monte Cabeza de Hierro, conocido popularmente como Pinar de los Belgas. Allí se conservan los antiguos edificios del aserradero de vapor, los almacenes y secaderos de madera, las cuadras y pajares para los bueyes y caballerías, y las casas destinadas a viviendas del director, el encargado y los guardeses, edificaciones todas ellas de la segunda mitad del siglo XIX que constituyen un importante conjunto de arquitectura industrial, y que hoy se ven amenazadas, al igual que la Casa de la Madera ya mencionada, por el cambio de usos que contempla la recalificación urbanística del Ayuntamiento de Rascafría.

Antiguo aserradero de vapor de la Sociedad Belga de los Pinares de El Paular
Almacenes y secaderos de madera en la fábrica de la Sociedad Belga de los Pinares de El Paular 
Cuadras con pajar para bueyes y caballerías en la fábrica de la Sociedad Belga de los
Pinares de El Paular. Como el resto de edificios y dependencias, se conservan en
muy buen estado gracias a los cuidados de la antigua dirección de la empresa
Inscripción en el revoco de cal de la fachada del antiguo aserradero
de vapor de la Sociedad Belga de los Pinares de El Paular, en la que
se dejó constancia de la fecha de su construcción
       
          A finales de siglo, los paisajes que circundan el monasterio de El Paular vieron nacer la afición por la Sierra de Guadarrama, lo que daría lugar al llamado movimiento guadarramista impulsado en sus orígenes por escritores, pintores, profesores de la Institución Libre de Enseñanza y naturalistas del Museo de Ciencias Naturales. Algunos de ellos encontraron en las celdas abandonadas de la entonces ruinosa cartuja un lugar de retiro en donde pasaban largas temporadas estivales o invernales, como el filólogo y académico de la Lengua Ramón Menéndez Pidal, el escritor y novelista Pío Baroja, el pedagogo y crítico de Arte Manuel Bartolomé Cossío, el militar José Ibáñez Marín, el pintor Enrique Simonet y el poeta Enrique de Mesa, entre otros. Fue este último, quizá injustamente denominado como representante «menor» de la generación del 98, quien mejor ha cantado estos paisajes que rodean el monasterio. Posiblemente emulando el melancólico retiro en El Paular de Gaspar Melchor de Jovellanos en 1779, donde el gran jurisconsulto y político ilustrado escribió su Epístola de Jovino a Anfriso, Enrique de Mesa se refugió en los primeros años del siglo XX en una de aquellas celdas ruinosas. Allí encontró la inspiración para escribir El silencio de la Cartuja (1916), una de sus más recordadas obras poéticas en la que alababa la paz y la quietud tan ligadas a este entorno durante siglos:

          Se oye un sonar de esquilas,
          y en la tarde bucólica,
          bajo la paz serena del crepúsculo
          al monasterio los rebaños tornan... 
 
«Paisaje de El Paular», obra del pintor Enrique Simonet (1921)

          Los valores naturales de estos prados son también sobresalientes y forman en conjunto un 
«punto caliente de biodiversidad», según se destaca en el Blog científico del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. El nivel freático poco profundo y los distintos grados de humedad que mantienen cada uno de ellos dan lugar a diferentes ambientes y paisajes agroforestales: desde las  dehesas mixtas de fresnos y robles hasta una pequeña extensión de abedular adehesado centenario que podemos admirar, por su excepcionalidad, en la zona occidental del Prado Grande, cerca del gran muro de la huerta del monasterio, o incluso aguazales y turberas en los que se encuentra el origen del hidrónimo «Paular» (del latín padule y su metátesis palus), que no significa otra cosa que un lugar permanentemente encharcado y palúdico, aunque hay alguna que otra hipótesis sobre su etimología. En gran parte fueron desecados en los siglos XV y XVI con el desvío del cauce del arroyo de Santa María durante las obras de ampliación del monasterio, pero hoy sigue siendo habitual observar en ellos garzas reales, garcillas, azulones y otras especies de aves acuáticas.

Abedules centenarios formando un paisaje típico de dehesa en el Prado Grande. Hoy
están amenazados por las prolongadas sequías de los últimos años

               La variedad de plantas vasculares que albergan estos pastizales está representada por más de 300 especies que conforman paisajes vegetales únicos en la Comunidad de Madrid. Constituyen además un hábitat importantísimo para anfibios, reptiles, micromamíferos y una gran variedad de especies de insectos muy amenazadas por el descenso dramático de sus poblaciones en las últimas décadas. El cambio de usos o el simple abandono de estos prados, utilizados desde siempre como pastizales para el ganado estante, unido a los efectos del cambio climático está siendo causa de la desaparición de la rica biodiversidad que albergan y de una notable reducción de la superficie que ocupan en todo el Valle de Lozoya, según concluye un reciente estudio científico encargado a los investigadores Iñaki Mola y Ana Méndez por la dirección del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama.
 
El Prado de las Ovejas recién segado. El aprovechamiento ganadero de estos prados
 y su siega anual son necesarios para su conservación. El cambio de usos o el
simple abandono traerían consigo su pérdida por la invasión del matorral  

La más burda y osada tropelía urbanística en la historia de la Sierra de Guadarrama
La recalificación de estos terrenos, denominados técnicamente «Sector IV: Monasterio» en las normas subsidiarias de Rascafría, tiene su origen en un proyecto de la Sociedad Belga de los Pinares de El Paular para construir un complejo turístico y hotelero en la finca que ocupan el aserradero y el resto de edificios industriales y residenciales vinculados con la pasada actividad maderera. Tras el cierre del aserradero como consecuencia de la crisis económica de 2008 y la adquisición del Pinar de los Belgas por el Organismo Autónomo de Parques Nacionales en diciembre de 2020, la veterana sociedad quiere rentabilizar sus activos restantes diversificando su actividad hacia el sector hotelero, lo que ya hizo en 1954 con la construcción del Hotel Mercator en terrenos de la Serrería Belga de la madrileña calle de Atocha. Vaya por delante que lo consideramos legítimo para sus intereses como empresa, y factible bajo otros criterios más sostenibles y respetuosos con el patrimonio y los valores naturales y culturales del entorno, como sería, por ejemplo, destinar gran parte de este espacio a actividades orientadas a la educación ambiental que mantengan viva la memoria y la tradición maderera del Valle de Lozoya. Pero, como denuncié hace poco en un artículo de opinión publicado en el diario El País, la modificación de las normas subsidiarias aprobada por el Ayuntamiento para sacar adelante este y otros proyectos al rebufo del tirón turístico del parque nacional trae consigo el cambio de usos del suelo y la desprotección de los edificios de valor patrimonial no sólo en los terrenos donde se levanta la fábrica, sino también en las 190 hectáreas de superficie, nada menos, que abarca todo el Sector IV, actualmente calificadas como Suelo no Urbanizable de Protección Especial (SNUPE). Tras la lectura detallada del documento que contiene esta modificación, publicado en la web del Ayuntamiento de Rascafría, salta a la vista que la actuación tiene como única finalidad abrir paso a la especulación urbanística en estos suelos acogidos bajo la máxima protección que contempla la ley, lo que tendría irreparables consecuencias por su impacto negativo sobre el paisaje, la biodiversidad y el patrimonio cultural de nuestra región.

El entorno del monasterio de El Paular está catalogado como «Paisaje simbólico»
en el Plan Nacional de Paisaje Cultural aprobado en 2006

          Para dar apariencia de rigor y formalidad a esta recalificación cogida con alfileres, el Ayuntamiento de Rascafría ha incluido en el documento las fichas correspondientes a diez edificios de valor histórico y cultural afectados por la misma, que están contenidas en un supuesto Catálogo de Bienes y Espacios Protegidos elaborado en 2017 por un equipo de gobierno anterior en cumplimiento de la Ley de Patrimonio de la Comunidad de Madrid, pero que no tiene validez al no haberse remitido después por la siguiente corporación municipal a la Administración regional para su aprobación definitiva. No hace falta imaginar los motivos de ello, pues lo mismo se está haciendo en otros ayuntamientos del entorno del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, como el de Miraflores de la Sierra, con el fin de eliminar obstáculos a las políticas que dan prioridad a la construcción, al turismo y a la hostelería a costa de la conservación del patrimonio, cuestión a la que ya me he referido en una entrada anterior a esta bitácora. Por si fuera poco, alguna de las fichas de este «falso» catálogo contiene notables e inexplicables errores en cuanto a la datación cronológica del edificio que debería proteger, como la que hace referencia a la Casa de la Madera. No se incluyen el pequeño Puente de la Reina construido en el siglo XVIII que le sirve de acceso, ni las valiosas muestras de infraestructura hidráulica del siglo XVI, ni el sencillo pero importante patrimonio de arquitectura rural constituido por las también muy antiguas casillas ganaderas, mencionadas en el documento como «almacenes de uso agrario sin valor arquitectónico o patrimonial» y excluidas del conjunto de edificaciones que deben ser conservadas (pág. 38). En esta azarosa situación resultante de la proverbial picaresca urbanística española se encuentran muchos bienes patrimoniales no sólo en Rascafría, sino también en otros municipios del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama cuyos ayuntamientos, como ya hemos mencionado, no tienen aprobado o actualizado el preceptivo catálogo municipal de bienes y espacios protegidos.
   
Ficha del «falso» Catálogo de Bienes y Espacios Protegidos de Rascafría
correspondiente a la casa destinada a oficinas y vivienda del director de
la 
Sociedad Belga de los Pinares de El Paular
 (fuente: Modificación
puntual de las NNSS de Rascafría. Sector IV: Monasterio)

Inscripción pintada con almagre en la jamba de una de las puertas de la Casa de la
Madera. La ficha correspondiente del supuesto Catálogo de Bienes y Espacios
Protegidos de Rascafría data la construcción del edificio a mediados del siglo XX, 
«error» que facilitaría su completa alteración para uso hotelero

          La recalificación municipal del entorno protegido del monasterio de El Paular se apoya en la política urbanística del gobierno regional madrileño plasmada en la modificación de la Ley del Suelo aprobada en 2020 y en la llamada Ley Ómnibus de 2022, ambas destinadas a impulsar la actividad económica eliminando «trabas» administrativas a la construcción, entre ellas los necesarios controles ambientales y de protección patrimonial, lo que nos devuelve a los peores tiempos del ladrillo y la especulación del suelo en nuestra región. Obedece, además, a la política de turismo a toda costa recogida en la Estrategia Turística 2023/26 de la Comunidad de Madrid, que va a ser presentada en breve. Los edificios afectados, sin contar las casillas ganaderas consideradas como simples almacenes de paja y estiércol sin valor patrimonial alguno, son la Casa de Madera situada junto al monasterio y el conjunto de construcciones industriales y residenciales de la fábrica de la Sociedad Belga de los Pinares de El Paular, que a pesar de su valor arquitectónico se califican en la modificación de las normas subsidiarias con el grado de protección A4, el más bajo y permisivo de los previstos en la normativa sobre conservación del patrimonio. Ello permitiría su completa alteración por la posibilidad de añadirles nuevas plantas en altura y su demolición parcial con el fin de mejorar su habitabilidad para uso hotelero. También se autoriza la construcción de módulos, casetas, carpas y otras instalaciones provisionales o permanentes para la celebración de eventos turísticos.

Tabla de grados de protección para los edificios de valor patrimonial en el Sector IV.
Se les da el grado Ambiental A4, el más bajo y permisivo contemplado en la
normativa sobre conservación del patrimonio (fuente: Modificación
puntual de 
las NNSS de Rascafría. Sector IV: Monasterio) 

            Aunque la modificación no reclasifica formalmente el ámbito del Sector IV y se limita a cambiar la calificación del suelo para otros usos, la realidad es que supone un reclasificación en la sombra al convertirlo de facto en suelo urbano por la necesidad de construir viales y zonas de aparcamiento, y dotarlo de infraestructuras para abastecimiento de agua, electricidad, alcantarillado e iluminación exterior, además de construcciones supuestamente provisionales para la celebración de eventos más o menos multitudinarios y actividades recreativas. Las consecuencias para el entorno del monasterio serán, inevitablemente, una mayor masificación turística que afectará a la fauna y a los frágiles suelos de estos pastizales, y un aumento de la contaminación acústica y lumínica.

El monasterio de El Paular (1) y la Casa de la Madera (2). Entre ellos corre el arroyo
de Santa María cubierto por un tupido bosque de ribera. Arriba a la izquierda
el Prado de las Ovejas y el Prado Grande. Abajo el Prado de la Reina
(fuente: Documento de inicio. Evaluación ambiental estratégica de la
modificación puntual de las NNSS de Rascafría)   
                    
          Todo lo que acabamos de referir se pretende justificar por razones de «interés público», algo habitual en este tipo de actuaciones que ignoran que el verdadero interés ciudadano reside, hoy más que nunca, en la conservación de la biodiversidad, los paisajes culturales y el derecho a una educación ambiental de calidad. El entorno protegido del monasterio de El Paular, insistimos, es uno de los lugares destinados para cumplir estas funciones en el Plan Nacional de Paisaje Cultural, por sus inigualables valores naturales y culturales y su gran carga simbólica. En el documento también se argumenta de forma falaz y retorcida que las normas subsidiarias de 1985 son una «ordenación obsoleta» que impide la construcción de nuevas edificaciones necesarias para dar repuesta a las actuales exigencias de «dinamizar» el entorno del Parque Nacional, manido eufemismo que en cuestiones ambientales y urbanísticas nos suena muy parecido a dinamitar. Como se ve, argumentos que no son sino ruedas de molino para comulgantes ingenuos.

Espléndido prado de siega que forma parte de los terrenos de la serrería de la Sociedad
Belga de los Pinares de El Paular. Pese a estar incluido en el ámbito protegido del
Sector IV, en 2020 se intentó convertirlo en un aparcamiento público
         
          El municipio de Rascafría es uno de los destinos turísticos más consolidados y frecuentados de la región, y a pesar de su pequeño tamaño concentra el mayor número de alojamientos hoteleros y casas rurales por habitante de toda la Comunidad de Madrid. Esto ha sido posible gracias a su entorno natural inigualable, pero en los últimos tiempos el principal «atractivo» de su oferta de ocio se concentra en las zonas habilitadas para el baño en la zona recreativa de Las Presillas, a poco más de un kilómetro del entorno protegido del monasterio. Tras el confinamiento decretado con motivo de la pandemia de coronavirus y las recientes olas de calor que casi han asfixiado a los madrileños, la afluencia de visitantes a este lugar durante los fines de semana veraniegos se ha disparado hasta alcanzar unos niveles de masificación nunca vistos hasta ahora, lo que ha dado lugar a serios problemas de movilidad y a riesgos inasumibles para la seguridad ciudadana en el caso de un gran incendio forestal.
          El Ayuntamiento dice apostar por un turismo de calidad, y tanto regidores como vecinos reclaman desde hace años la reapertura del Hotel Santa María de El Paular, un establecimiento abierto hace más de medio siglo en la antigua hospedería del monasterio y que lleva cerrado desde 2014. La recuperación de este gran hotel, el más renombrado de toda la Sierra de Guadarrama y principal motor económico del Valle de Lozoya hasta su cierre, seguramente será una realidad a corto plazo, hecho que no se prevé en el documento de modificación de las normas subsidiarias, pese a que supone un importante condicionamiento a tener en cuenta para la construcción de otro gran complejo hotelero en los terrenos colindantes de la serrería de la Sociedad Belga de los Pinares de El Paular, por la más que probable saturación turística y recreativa que afectaría a todo el ámbito protegido del Sector IV.

El patio del Ave María, magnífico lugar de encuentro del Hotel Santa María de
El Paular antes de su lamentable cierre 
          
          El turismo a toda costa no va a seguir siendo durante mucho tiempo la panacea económica en el entorno de nuestros mejores espacios naturales protegidos, porque la masificación del sector y sus consecuencias sobre el medio ambiente son incompatibles con un turismo de calidad no necesariamente elitista. Tarde o temprano, pese a la dictadura con mano de hierro del Producto Interior Bruto, habrá que enfrentarse a la realidad y pensar en el decrecimiento turístico en las zonas tan tensionadas como esta, buscando alternativas ante el gran desafío que plantea el calentamiento del clima y la consecuente pérdida de recursos hídricos y biodiversidad.
          Ya se han presentado alegaciones a la aprobación previa municipal, y se deberían interponer acciones judiciales si la Comunidad de Madrid da vía libre al osado intento de «poner en valor» este entorno único haciendo desaparecer sus auténticos valores. Pero frente al urbanismo sin escrúpulos también se puede alegar con la memoria colectiva o incluso la personal de cada uno, que es un arma poderosa para protegerlos. Además de planos de ordenación territorial, tablas de clasificación de elementos patrimoniales, fichas técnicas y áridas normativas urbanísticas, hemos traído a estas líneas los versos de dos poetas que vivieron y murieron cerca de estos prados idílicos llenos de silencio y de quietud: los que hemos transcrito en la cabecera titulados «Todavía», escritos a modo de advertencia en 1961 por un monje benedictino de El Paular bajo el seudónimo de Sergio eremita, y los de Enrique de Mesa incluidos en su obra El silencio de la Cartuja. La desmemoria siempre tiene un alto coste para la conservación de los paisajes culturales, porque los vuelve banales al vaciarlos de historia, poesía, misterio, vivencias, sonidos, olores, recuerdos... En el cementerio del jardín del claustro del monasterio los huesos de estos dos poetas y los de cientos de monjes cartujos anónimos allí enterrados durante siglos se estarán removiendo inquietos, por la amenaza de que el secular e inefable silencio del entorno protegido de El Paular no sea en el futuro ni siquiera un recuerdo.

El autor en el Prado Grande. Evocando los versos del monje anónimo que encabezan
estas líneas, hay que decir que la fotografía fue tomada en una serena tarde de agosto
de 2009 con el tañido lejano de la campana del monasterio como paisaje sonoro