lunes, 16 de diciembre de 2024

EL PUERTO DE NAVACERRADA: PASADO, PRESENTE Y FUTURO DE UN «NO LUGAR»

Por la actualidad que ha recobrado el contencioso sobre la estación de esquítranscribo
aquí este ensayo sobre la situación ambiental y urbanística del puerto de Navacerrada, que publiqué en la primavera de 2012 en la web de la Sociedad Castellarnau. 
Aquí se puede descargar la versión original en formato PDF.

Esquiadores echando pie a tierra para subir caminando al puerto de Navacerrada, en
la segunda década del siglo XX (Archivo General de la Administración) 
 
Entre la larga serie de controversias que ha desatado el interminable proceso de declaración del mal concebido y peor denominado Parque Nacional de las Cumbres de la Sierra de Guadarrama, quizá ninguna tan polémica como la que rodea al llamado «Proyecto de Recuperación Ambiental del Puerto de Navacerrada», cuyas obras está previsto que se culminen a lo largo de este año 2012 tras una inversión prevista de diez millones de euros por parte de la Comunidad de Madrid. Los trabajos, que se están llevando a cabo sin el preceptivo procedimiento de evaluación de impacto ambiental ni la apertura de período alguno de información pública, parece que están encaminados más bien a perpetuar el problema ya endémico que afecta desde hace décadas a este popular paraje de la sierra que a buscar una verdadera solución del mismo. Y esto es evidente a pesar de la ostentosa declaración de intenciones del proyecto, que según se puede leer en la web oficial de la Comunidad de Madrid, pretende «devolver el esplendor a este emblemático enclave serrano». Tras los cambios introducidos en el plan a posteriori por parte de la presidenta de la Comunidad de Madrid, queda claro que el Gobierno regional pretende más una vuelta al «esplendor» deportivo e inmobiliario de la segunda mitad del pasado siglo que al perdido esplendor natural y paisajístico del enclave, como podría dar a entender a los incautos la expresión «recuperación ambiental» que figura en el título. No se trata de pedir aquí responsabilidades a nadie por el deterioro del puerto, que se consumó ya hace más de medio siglo a resultas de las desordenadas iniciativas de algunos promotores vinculados a los deportes de montaña y muy bien relacionados con las altas instancias del régimen de Franco. Pero en beneficio de la verdad histórica y con vistas a una ineludible y auténtica recuperación ambiental de este paraje, que tarde o temprano tendrá que abordarse, sí queremos recordar cómo fue el largo proceso de privatización que acabó por convertir el puerto de Navacerrada en un auténtico «no lugar», término éste acuñado por el geógrafo norteamericano James Howard Kunstler para referirse a esos espacios de tránsito fríos y desnaturalizados, como son las gasolineras, los polígonos industriales o esas desoladas áreas de descanso de las autovías, que invitan a cualquier cosa menos a detenerse en ellas. Un paisaje degradado de edificios abandonados o en ruinas, con sus fachadas cubiertas de grafitis y las puertas y ventanas tapiadas para evitar la acción de ocupantes ilegales; y el resto de inmuebles que aún no han sido abandonados exhibiendo por doquier carteles de venta de apartamentos que nadie quiere comprar ni a precios de saldo. Esta es hoy la triste realidad de un lugar que en poco tiempo va a convertirse en el principal punto de acceso para los miles de turistas nacionales o extranjeros que pretendan visitar el futuro Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama.
 
La puerta del Guadarrama
Como ya hemos apuntado, esta situación de abandono es el resultado de un largo y complejo proceso de privatización caracterizado por la total despreocupación de los sucesivos responsables de los que ha dependido este lugar a lo largo de casi un siglo, en unos tiempos en los que la conciencia ambiental era algo desconocido en España. Sin embargo, a pesar de estar tan degradado, este pequeño pero emblemático paraje de la sierra guarda todavía importantes valores culturales y paisajísticos al haber sido un lugar de tránsito recorrido durante siglos por ilustres viajeros, además de haber desempeñado un papel decisivo en el proceso histórico que modernamente se ha denominado como «descubrimiento del Guadarrama». 
          La utilización de este puerto como lugar de paso se remonta al menos al siglo XIII, cuando era conocido con el nombre de puerto de Manzanares y por él cruzaba una humilde senda de herradura que apenas debía ser utilizada en verano para subir los ganados a las majadas serranas, ya que el puerto utilizado desde la antigüedad para atravesar esta parte de la sierra era el de la Fuenfría. Pero se puede decir que la corta aunque brillante historia del puerto de Navacerrada como lugar de tránsito de viajeros comienza a partir de la construcción de la carretera de Villalba a La Granja, que el arquitecto Juan de Villanueva decidió que pasara por aquí sustituyendo al camino de la Fuenfría como vía de comunicación entre Madrid y Segovia. Las obras, iniciadas en 1778, duraron diez años, quedando la carretera abierta al tráfico poco después de la muerte del rey Carlos III, su verdadero impulsor.

El puerto de Navacerrada antes de su completa urbanización (Archivo Ruiz Vernacci)
         
          Durante siglo y medio, el puerto de Navacerrada fue lugar de paso habitual de los reyes y sus ministros en sus jornadas hacia el Real Sitio de San Ildefonso. Personajes como Fernando VII, Isabel II, Amadeo de Saboya, Alfonso XII, Mendizábal, Prim, Castelar y otros muchos solían hacer alto en la Fonda de Navacerrada para comer y cambiar el tiro de sus carruajes. En la entrada de esta venta, hoy convertida en el restaurante Fonda Real, coincidían con el abigarrado pueblo llano de la época, como arrieros y trajinantes segovianos o cabreros de Cercedilla y Navacerrada que subían a la sierra durante el verano para hacer el relevo en las majadas. 
          Alrededor de 1875, las solitarias alturas del puerto contemplaron por primera vez el paso de un grupo de viajeros que no sólo iba a cambiar la historia de este paso, sino también la de la misma sierra de Guadarrama, e incluso a influir grandemente en la del país. Estos precursores fueron los ingenieros de la Escuela Especial de Montes, que por entonces se ocupaban de los trabajos de ordenación de los pinares de Valsaín, y los entomólogos de la Sociedad Española de Historia Natural capitaneados por Ignacio Bolívar, primeros transeúntes que se atrevieron a abandonar la carretera para internarse por las soledades de las Guarramillas, la Maliciosa y los Siete Picos, sólo transitadas hasta entonces por pastores y bandidos. A partir de entonces, el puerto de Navacerrada se convertiría en la puerta de entrada a la sierra para los grupos de científicos e intelectuales que, tanto desde aquella sociedad precursora dedicada al estudio de las ciencias naturales, como desde la Institución Libre de Enseñanza fundada muy poco después, dedicarían sus esfuerzos a explorar el extenso campo de conocimiento que se les abría desde las vecinas cumbres. 
          Uno de ellos fue Francisco Giner de los Ríos, que en el verano de 1885 subió hasta el puerto junto a un reducido grupo de alumnos para desde allí ascender a la cumbre de las Guarramillas, donde pudo contemplar una soberbia puesta de sol que le dejaría indeleble recuerdo. Poco después publicaba en la revista barcelonesa La Ilustración Artística su artículo «Paisaje», inspirado por aquella experiencia contemplativa y que influiría decisivamente en algunos jóvenes escritores de la época, como Azorín y Unamuno, que harían más tarde del paisaje castellano el ideal estético de la generación del 98. 
          Otro de los viajeros que poco después descubrían el Guadarrama desde el incomparable balcón del puerto de Navacerrada fue Constancio Bernaldo de Quirós, alumno de Giner en la facultad de Derecho y más tarde fundador de la Sociedad Española de Alpinismo Peñalara. Precursor y verdadero artífice del guadarramismo, nos dejó una hermosísima descripción de su paso por el puerto a finales del verano de 1902, en un artículo publicado en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza en octubre de aquel mismo año. Aún a riesgo de resultar demasiado prolijo, no me resisto a transcribir aquí parte de aquel relato, como testimonio insustituible de lo que eran todavía estos parajes a comienzos del siglo XX: 

«En el alto debíamos dejar la carretera y buscar el camino que, según nos habían dicho, conduce hasta el puerto del Paular. Reposamos un instante junto a una fuente. Una hermosísima ave de rapiña pasó por encima de nosotros. De un solo impulso de sus grandes alas pardas perdióse a nuestra vista tras los montes. Buscando el camino, equivocados, bajamos al fondo de la garganta resbalando por canchales movedizos, depósitos de fragmentos de roca desprendidos de las montañas y arrastrados por la nieve. Era un espectáculo de ruina y desastre el de aquellas piedras amontonadas en un cono de escombros, cubiertas en su cara superior de líquenes verdosos. [...].
          Un pastor nos señaló el camino. Hacía calceta mientras apacentaba su ganado, y no dejó de chocarle que “navegásemos” –según decía– por aquellas tierras. Su cara era inmóvil, fija, no más rica en expresión que la de sus mastines. La soledad habíala petrificado. Y en verdad, al pasar el alto, sugerido sin duda por la palabra del pastor, veíase en el paisaje un nuevo aspecto. Parecían los montes olas petrificadas. Tal vez en una impresión como esta se funda la hipótesis lanzada por algún sabio soñador, que explica la formación de las cordilleras de un modo análogo al de las mareas. La atracción del sol y de la luna, no contenta con levantar las olas del mar dos veces al día, habría hecho que la tierra se hinchara también y levantaría olas sólidas hasta la región de las nieves. [...]. 
          El cielo se nublaba hacia el oeste, tomando lívidas coloraciones. Algunos picos estaban cubiertos por las nubes. Poco a poco, una columna de éstas empezó a moverse. Apretada y densa al principio, luego se hizo más tenue y vaporosa, como el ropaje de una Victoria alada. Resbalaba por la pendiente de la montaña con una gracia doble y serena, incomparable. Se diría que iba impulsada por un ser de pies ligeros. Recordábase al verla la frase de Federico Nietzsche: “Todo lo que es bueno es ligero; todo lo que es divino anda sobre pies pequeños”. Dos grandes aves rapaces, suspendidas a una altura prodigiosa, se entregaban al placer triunfante de volar, que debía embriagarlas de alegría. Trazaban en el cielo espirales que dilataban o estrechaban alternativamente. De improviso una desapareció, precipitándose en las sombrías desgarraduras de la nube. 
          Nuevamente emprendimos la marcha, llena la cabeza de pensamientos sugeridos por la grandeza de aquel espectáculo inefable. Habíamos reabsorbido la Naturaleza y comprendíamos bien que tanto vale ser piedra, nube, águila u hombre...»1.

          Pero la paz y el silencio del puerto de Navacerrada, únicamente alterados hasta entonces por el trasiego de carros y caballerías y por el paso ocasional de las comitivas reales durante el verano, iban a durar ya muy poco tiempo. Apenas unos años más tarde, estos parajes, hasta entonces solitarios y prácticamente desconocidos para los vecinos de la Villa y Corte, se convirtieron en un hervidero humano donde cientos de madrileños se iniciaban en los deportes de invierno a raíz del nacimiento de la afición al esquí, actividad de moda que desató un auténtico movimiento de entusiasmo hacia la sierra y hacia todo lo «alpino». En 1907 el Club Alpino Español construyó en el Ventorrillo su chalet del Twenty Club, primero de los numerosos refugios que llegó a levantar al pie del puerto. Ya en 1914, la cumbre y las laderas del puerto de Navacerrada eran también el lugar de reunión para los deportistas de la Sociedad de Alpinismo Peñalara, la Sociedad Deportiva Excursionista y algunos otros grupos menos conocidos, como la Sociedad Gimnástica Española.

Deportistas, hosteleros y promotores 
Pero en su búsqueda de nieve para esquiar, los deportistas debían recorrer, a pie o en caballerías alquiladas a los lugareños, los cuatro kilómetros de empinada carretera que median entre el Ventorrillo y lo más alto del puerto, lo que impulsó a un grupo de destacados miembros del Club Alpino Español a proyectar la construcción de un «tranvía» que comunicara la estación ferroviaria de Cercedilla con el puerto de Navacerrada. El llamado Sindicato de Iniciativas del Guadarrama, más tarde convertido en Sociedad Anónima Ferrocarril Eléctrico del Guadarrama, solicitó a la Dirección General de Obras Públicas del Ministerio de Fomento la concesión de los terrenos necesarios para hacer el trazado de la vía, situados en su mayor parte en el monte «Pinar y agregados», perteneciente al Ayuntamiento de Cercedilla. Pero también se solicitó la concesión de otros terrenos colindantes situados ya en las inmediaciones del puerto, en el monte llamado «Pinar Baldío», que pertenece en régimen de mancomunidad a los Ayuntamientos de Cercedilla y Navacerrada y en los que, según se manifestaba en la solicitud, se proyectaba construir «sanatorios de altura» para enfermos de tuberculosis. La concesión, autorizada definitivamente por Real Orden de 16 de abril de 1920, determinaba en consecuencia que los terrenos cedidos –de una superficie total cercana a las cien hectáreas– se destinarían para construir «habitaciones de personas que necesitan descanso en sus ocupaciones diarias, para reponer su salud quebrantada por exceso de trabajo, y para aquellas personas que por su estado delicado de salud les fuese necesario». Sin embargo, estos pretendidos fines sociales ya fueron silenciados en la primera junta general de accionistas de la sociedad, que se celebró el 21 de mayo de 1921 y en la que se declaró abiertamente a los asistentes el propósito de «promover la construcción de viviendas que por su traspaso o alquiler proporcionen a la Sociedad un saneado ingreso». En total, según consta en las actas de aquella reunión, se planeaba construir nada menos que unas mil viviendas entre la colonia de Camorritos y los terrenos situados en las inmediaciones del puerto. 
          En el verano de 1923, tras la inauguración del ferrocarril, quedaba abierta la puerta al turismo de masas en la sierra de Guadarrama. Poco antes, los promotores ya habían levantado en el puerto un hotel para esquiadores, el llamado Real Hotel Victoria, situado estratégicamente junto al apeadero que daba fin a la línea férrea. Por su parte, las principales sociedades deportivas de la época adquirieron los derechos de la empresa concesionaria de los terrenos para poder a su vez construir sus propios refugios en las laderas que forman la cabecera del arroyo del Regajo del Puerto, en las zonas altas del monte público «Pinar Baldío». Así, entre 1924 y 1927 se construyeron los grandes refugios del Club Alpino Español y la Real Sociedad de Alpinismo Peñalara. Ya en los años anteriores a la guerra civil, con la construcción del restaurante Dos Castillas, las avanzadillas de la urbanización alcanzaban la divisoria de la sierra, asomándose desafiantes a los inmensos y silenciosos pinares de Valsaín. Posteriormente, tras la contienda, fueron apareciendo otros albergues privados, como el Hotel Arias, levantado en 1947 junto a la estación del tren y antecesor de la célebre Venta Arias. 
          Lo que vino después desbordaría todas las previsiones. Las edificaciones fueron creciendo como hongos tras la lluvia, sobre todo después de la instalación de los primeros remontes mecánicos por la empresa TAGSA a mediados de los años 50. Al rebufo de la creación de la estación de esquí, en estos años se fueron construyendo los albergues de la Sociedad Deportiva Excursionista, Puente Cultural, Club Alpino Guadarrama y el Grupo Castellano Cumbres. También se levantaron las residencias de algunas instituciones oficiales dependientes del régimen, como el enorme edificio de Educación y Descanso, conocido popularmente como el «Cucharilla Hilton», la residencia de la Sección Femenina y el Albergue Juvenil Francisco Franco, además de las residencias de los ejércitos de Tierra y del Aire. Los negocios hosteleros también proliferaron: Hotel Pasadoiro (1943), Venta Arias (1952), Hostal El Corzo (1964), Restaurante Las Brañas, Casa Ochoa...

El paisaje del puerto ya dominado por el "rascacielos" de Educación y Descanso (Nevasport)
          
          Los años 60 y comienzos de los 70 marcaron la época de máxima actividad de la estación de esquí, que todavía monopolizaba casi en exclusiva la demanda de los miles de esquiadores madrileños. Los cinco telesillas y tres telesquís existentes en 1969, con una capacidad de remonte de más de 4.500 esquiadores a la hora, tuvieron como consecuencia la completa masificación del lugar, hasta el punto de que en alguna ocasión se llegaron a contar más de un centenar de autobuses y cerca de 6.000 automóviles aparcados a lo largo de los arcenes de la carretera y en el aparcamiento de la cumbre. Durante estos años, se podían concentrar en el puerto y en sus alrededores más de 20.000 personas, con el enorme riesgo que ello suponía en caso de cambio brusco de condiciones meteorológicas. En 1967 la promotora La Fama Industrial S.A consiguió la licencia para construir el primero de los diez grandes bloques de apartamentos que hoy se levantan en la zona baja cercana a la estación de ferrocarril, y que son los que hacen patente en mayor medida la aberración ambiental y paisajística en la que se ha convertido el puerto de Navacerrada.

Los diez grandes bloques de apartamentos que se levantan cerca de la estación
del ferrocarril deben ser los primeros candidatos al derribo
          
          Aquellos años de finales de los 60 fueron los últimos tiempos de esplendor del esquí en el puerto. La construcción de las cercanas estaciones de Valcotos y Valdesquí, unida a la mejora en las comunicaciones nacionales por carretera y ferrocarril, que ya hacían más fácil el desplazamiento de los esquiadores madrileños a las estaciones de los Pirineos y Sierra Nevada, hicieron cambiar el panorama y ya a finales de la década de los 70 la estación de Navacerrada entró en un proceso de decadencia irreversible que se prolonga hasta nuestros días. En 1981 la Diputación Provincial de Madrid adquirió la empresa TAGSA, que se hallaba al borde de la quiebra. Tres años más tarde esta sociedad pasó a formar parte de la recién creada Comunidad de Madrid, y en 1993 se le cambió el nombre por el de Deporte y Montaña de la Comunidad de Madrid S.A. Al convertirse en empresa pública, los madrileños comenzaron a asumir así las pérdidas y los elevadísimos gastos de explotación de esta empresa siempre deficitaria. 

Eufemismos ambientales 
En 1993 la empresa Deporte y Montaña aprobó un proyecto encaminado a mejorar y ampliar las instalaciones de la estación de esquí con el fin de hacerla rentable. Se le bautizó con un nombre equívoco y pretencioso: «Plan de Ecodesarrollo de la Sierra de Guadarrama», un eufemismo que intentaba dar una cierta imagen de sostenibilidad ante la opinión pública. Pero el tópico prefijo «eco» sobraba, pues este plan, entre otras lindezas, proyectaba nada menos que la construcción de un túnel para atravesar la divisoria de la sierra y un enorme aparcamiento subterráneo de tres plantas para descongestionar el cruce de carreteras y el enorme espacio destinado a estacionamiento de vehículos que se emplazan en lo más alto del puerto. De este proyecto, aprobado en la Asamblea de Madrid por unanimidad de los grupos del PSOE, PP e IU, sólo se llevó a cabo la primera de sus dos fases, que consistía fundamentalmente en la instalación de unos polémicos cañones para producir nieve artificial, obras a las que se opusieron de forma numantina las asociaciones ecologistas AEDENAT, COMADEN y La Vereda, por entonces las más activas y batalladoras. También lo hicieron otras asociaciones de carácter más cultural, como la Sociedad de Amigos del Guadarrama, y profesionales independientes del ámbito académico y científico, como el catedrático de Geografía Física Eduardo Martínez de Pisón, quien redactó un voluminoso informe discrepando con el proyecto2 , y el también geógrafo y montañero Pedro Nicolás3 . Al final no pudieron impedirlo, y la controvertida instalación de 58 cañones, que garantizaba un mínimo de nieve para esquiar, salvó a la estación del cierre definitivo. Para derribar el viejo edificio del albergue Dos Castillas, también previsto en esta primera fase, no hubo, sin embargo, tantas prisas, y éste no cayó bajo las máquinas excavadoras hasta el año 2003.

Plano alzado del aparcamiento subterráneo del puerto de Navacerrada que preveía
en 1993 el Plan de Ecodesarrollo de la Sierra de Guadarrama
          
          En 2005 la Comunidad de Madrid decidió reprivatizar la estación, y en enero de 2007 la adquirió Inversiones Río S.A. Con la total permisividad de la Consejería de Medio Ambiente, esta empresa llevó a cabo poco después un drástico desbroce de la vegetación en la ladera oeste de las Guarramillas y levantó aparatosos cortavientos formados por centenares de metros de empalizadas de madera, de un enorme impacto paisajístico, todo ello sin el preceptivo estudio de impacto ambiental. Sin embargo, la adopción de estas polémicas y agresivas medidas para intentar mantener la nieve y facilitar la utilización de las pistas no ha servido para que la situación de la estación mejore sustancialmente, y menos tras esta última campaña 2011-2012, en la que la falta de precipitaciones apenas ha permitido abrir las instalaciones durante unos días. 
          El 15 de septiembre de 2009, durante el debate sobre el estado de la región, la presidenta de la Comunidad de Madrid anunció a bombo y platillo la puesta en marcha del Proyecto de Recuperación Ambiental del Puerto de Navacerrada, denominación eufemística no menos equívoca y artificiosa, como veremos, que la del plan de 1993. Según las palabras de Esperanza Aguirre, este proyecto iba a acometer una profunda remodelación del puerto en la que, entre otras actuaciones, se derribarían los arruinados albergues del Club Alpino Guadarrama y Álvaro Iglesias y se revocarían las concesiones de otros cuatro edificios también abandonados para ser igualmente derribados. Se recuperaría así una superficie de terreno cercana a la hectárea y media para ser renaturalizada posteriormente. Sin embargo, el 19 de mayo de 2010, durante el acto previsto para iniciar el derribo del vetusto edificio del Alpino y con las excavadoras ya preparadas, la presidenta, que no debía saber muy bien a qué iba allí, tomó la decisión tajante e inapelable de indultar el edificio para destinarlo a fines más rentables que la simple demolición y la restauración paisajística, poniendo en evidencia a los responsables de la Consejería de Medio Ambiente allí reunidos, que no tuvieron otra alternativa que plegarse a su capricho y someter a sus neoliberales deseos toda la maquinaria administrativa de su competencia.

Ruinas del albergue del Club Alpino Guadarrama cuando todavía se pensaba en
su derribo como opción más acertada (Desnivel)

          Unos meses después el edificio fue adjudicado a la empresa Innergia S.L, que proyecta convertir las ruinas del albergue en un lujoso hotel de 25 habitaciones que contará, entre otros servicios, con un balneario-spa. Nadie en la Consejería parece haber pensado cómo se van a resolver los problemas de abastecimiento de agua para este balneario, ni en la forma de cumplir la obligación legal a la que están sometidos los establecimientos hoteleros de este tipo, que tienen que estar dotados de un determinado número de plazas de aparcamiento subterráneas y en superficie. 
          El resto de las actuaciones del plan, aunque algunas de ellas necesarias, pueden considerarse como una simple operación de maquillaje y no van a cambiar la tendencia al deterioro progresivo del enclave. Se limitan al asfaltado de calles, al soterramiento de contenedores de residuos y de líneas eléctricas y telefónicas, a la instalación de nuevo mobiliario urbano y al ajardinamiento del entorno con criterios estéticos más propios de un PAU de la periferia de Madrid. La única actuación de cierto alcance paisajístico ha sido la sustitución del telesquí del Telégrafo por un remonte desmontable de cinta transportadora, iniciativa emprendida y costeada por la empresa concesionaria de la estación de esquí. 

La opción civilizada y deseable, sin eufemismos 
Pese a todas las actuaciones acometidas hasta el momento, es evidente que el puerto de Navacerrada va a seguir siendo lo que es: un verdadero «no lugar» formado por una caótica acumulación de infraestructuras turísticas mal emplazadas y ambiental y económicamente insostenibles. Su proverbial suciedad, sus atascos de tráfico, su paisaje degradado, sus aguas fecales poco depuradas y mal evacuadas, y su alumbrado nocturno que enturbia con su potente halo de contaminación lumínica los espléndidos cielos estrellados de las cumbres del Guadarrama son problemas que hipotecan el futuro de las actividades ya consolidadas ubicadas en el puerto, como lo harán también con las nuevas iniciativas que se autoricen bajo el sello de calidad del futuro parque nacional.

El colapso del tráfico durante los fines de semana es uno de los más graves
problemas que afectan al Puerto de Navacerrada

          No se puede obviar aquí la compleja situación legal y administrativa de este enclave, en donde tienen jurisdicción dos comunidades autónomas y competencia en materia forestal tres entidades gestoras de montes: la Comunidad de Madrid, la Junta de Castilla y León y el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente. Por si esto fuera poco, su suelo está repartido entre cuatro propietarios diferentes: la Comunidad de Ciudad y Tierra de Segovia y los Ayuntamientos de Cercedilla, Navacerrada y La Granja de San Ildefonso. El puerto tiene la calificación de Lugar de Importancia Comunitaria al formar parte del LIC Cuenca del Río Guadarrama, y en el Plan de Ordenación de los Recursos Naturales (PORN) de la Sierra de Guadarrama está declarado como Zona de Uso Especial, contraviniendo muy posiblemente las directrices que establece el Plan Director de la Red de Parques Nacionales para estas zonas tanto por la extensión del enclave –más de sesenta hectáreas– como por la cantidad y tamaño de los edificios que alberga. 
          Sin embargo, como verá poco más adelante quien tenga la paciencia de seguir leyendo estas ya largas líneas, la solución al problema puede ser sumamente sencilla, siempre, claro está, que estemos dispuestos a contentarnos con lo que el puerto de Navacerrada puede ofrecer, que no es poco: paisajes irrepetibles y un entorno privilegiado donde poder pasear relajadamente, practicar deportes de montaña en armonía con la naturaleza, y quizá también desarrollar actividades de formación relacionadas con el medio ambiente y el deporte, como permitiría la creación de un centro de alto rendimiento para deportistas de élite, proyecto del que se habla desde hace tiempo. Pedirle más al puerto es querer perpetuar un problema que exige una pronta solución con vistas a la inminente declaración de un parque nacional que rodeará a este enclave casi por todos lados. 
          Cuanto más tiempo se alargue la situación actual del puerto de Navacerrada, más nos irá pesando el grave error de no haber utilizado aquí los criterios que se emplearon en 1999 para llevar a cabo la recuperación ambiental y paisajística del entorno de Peñalara, que marcó un hito en toda Europa en lo que se refiere a restauración de espacios naturales degradados con el desmantelamiento de la estación de esquí de Valcotos. El ejemplo que supone hoy día esta actuación pionera, en la que se hicieron desaparecer tres edificios en el vecino puerto de los Cotos, se desmontaron once remontes mecánicos en las laderas de Dos Hermanas y se restauró la topografía original y la vegetación autóctona en veinticuatro hectáreas de terreno completamente degradadas, siempre va a estar allí presente a apenas una decena de kilómetros, como un espejo en donde será inevitable mirarse. 
          Pero ni los importantes beneficios ambientales, sociales y económicos que ha traído consigo la recuperación del entorno de Peñalara, ni la perspectiva que da el tiempo transcurrido desde entonces, son razones que parezcan convencer a la Administración madrileña de que derribar lo que sobra, que es mucho, y mantener en pie únicamente lo que de verdad merece ser conservado es también la apuesta más acertada para el puerto de Navacerrada y el entorno deteriorado de la cumbre de las Guarramillas. 
          Hasta la llegada de Esperanza Aguirre a la presidencia de la Comunidad de Madrid, la política adoptada por la Administración regional con respecto a estos edificios abandonados que proliferan en la sierra de Guadarrama, solía ser la del derribo y la restauración paisajística. Ejemplo de ello fueron las demoliciones de algunos edificios levantados a comienzos y mediados de los años 70 en otros parajes de la sierra, como la residencia de suboficiales del ejército del Aire del puerto de los Cotos, o el ruinoso bloque de apartamentos que hasta hace no mucho exhibía sus vergüenzas en lo más alto del puerto de la Morcuera. En 1994 se derribaron las ruinas del enorme sanatorio del Guadarrama, levantado en 1917 en terrenos del vecino monte de utilidad pública «Pinar de la Barranca» en virtud de otra antigua concesión del Ministerio de Fomento. Los que por edad pudimos llegar a ver estos grandes y antiestéticos edificios degradando unos paisajes hoy magníficamente recuperados, somos los más conscientes de lo acertado de su derribo. Hoy nadie, absolutamente nadie los echa en falta. 
          Si la señora Aguirre recobrara la memoria y asumiera el compromiso que hizo público solemnemente en el debate sobre el Estado de la Región de 2009, su consejera de Medio Ambiente debería informarle de que en un futuro relativamente próximo se le va a presentar una ocasión única para hacerlo con muy pocas trabas legales y administrativas. Según la ley española, las concesiones que afectan a terrenos de dominio público no pueden tener una duración superior a 99 años, lo que quiere decir que el 16 de abril de 2019, si no se ha regularizado la situación de las actividades emplazadas en los edificios del puerto de Navacerrada afectados por aquella concesión otorgada en 1920, estos dejarán de pertenecer a sus actuales propietarios y pasarán automáticamente, junto a todas las infraestructuras asociadas a ellos, a la propiedad del titular del suelo, que es el Ayuntamientos de Cercedilla.

Publicidad del Plan de Recuperación ambiental del Puerto de Navacerrada, en la que
se anunciaba el derribo de varios edificios ruinosos. Tras el intempestivo cambio de
planes de la presidenta de la Comunidad de Madrid, la Consejería de Medio Ambiente
tuvo que retirarla apresuradamente de la circulación en los medios
          
          Con vistas a este paso a la titularidad pública de los cerca de sesenta edificios construidos sin orden ni concierto a lo largo de noventa años, la Consejería de Medio Ambiente dispone de tiempo más que sobrado para ir elaborando un riguroso plan de actuaciones a corto y medio plazo, que debería ser consensuado entre todas las administraciones competentes y los agentes sociales implicados, como las asociaciones ecologistas y deportivas, las federaciones de esquí y montañismo y los empresarios con intereses en el puerto. 
          El catedrático Eduardo Martínez de Pisón, director del equipo científico que realizó los estudios en los que se apoyó la primera propuesta del PORN de la Sierra de Guadarrama, destacó hace ya tiempo la necesidad de elaborar un inventario de las edificaciones existentes en el puerto, reconociendo su situación administrativa y registral, su estado de conservación, los propósitos municipales que podrían afectarlas, sus valores estéticos y las posibilidades de recuperación e integración paisajística de cada una de ellas en un entorno restaurado que será limítrofe con el futuro Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. Ese podría ser el documento de partida, que tendría que ser elaborado por un equipo técnico multidisciplinar compuesto por ingenieros forestales, arquitectos y expertos en paisaje. La parte paisajística y urbanística de este futurible documento ya ha sido iniciada por un destacado experto en paisaje urbano, el geógrafo Álvaro Blázquez4
          Y mientras tanto, en cumplimiento de la solemne promesa de la señora Aguirre, se podrían ir derribando sin miramientos los edificios ruinosos y abandonados, ya que el cese de la actividad es causa por la cual pueden ser rescindidas la concesiones, lo que permitiría ir restaurando y naturalizando –no ajardinando– los terrenos recuperados, como parece lo lógico en un entorno con inequívoca vocación forestal. 
          A nadie se le escapa que, tras una verdadera recuperación ambiental del puerto de Navacerrada, habría que apostar decididamente por el transporte colectivo y devolver su pasado protagonismo al ferrocarril del Guadarrama, que languidece desde hace años, pero en especial tras la reciente suspensión del servicio entre los puertos de Navacerrada y Los Cotos. Aprovechando las posibilidades de comunicación que ofrece la línea ferroviaria y con vistas a una deseable vertebración del sistema de visitas del futuro parque nacional alrededor de esta infraestructura histórica, como también por la necesidad de concentración de servicios que establece el Plan Director de la Red de Parques Nacionales para las Zonas de Uso Especial, quizá se podría rehabilitar y acondicionar alguna de las edificaciones mejor situadas y con más entidad arquitectónica para instalar allí un centro de interpretación y de acogida de visitantes. Muy posiblemente, una de las mejores alternativas podría ser el antiguo Hotel Arias, levantado en 1947 a escasos metros de la estación del ferrocarril y actualmente cerrado. Emplazar la «casa del parque» en el puerto de Navacerrada, además de ser la opción geográficamente más acertada, serviría como un poderoso argumento más a favor de la restauración paisajística de todo el enclave a medio plazo. 
          Esta apuesta por el tren, imprescindible por criterios de sostenibilidad y de una estética acorde con el sello de calidad que impondrá el parque nacional, debería complementarse necesariamente con medidas disuasorias en lo que se refiere a la utilización del vehículo privado, como la prohibición de estacionar en el puerto salvo en los casos debidamente justificados. Ello permitiría, con la deseable colaboración del Ayuntamiento de La Granja de San Ildefonso –que acaba de solicitar la declaración de la totalidad de la sierra de Guadarrama como Reserva de la Biosfera–, recuperar, restaurar y naturalizar una gran parte de los terrenos ocupados actualmente por el enorme aparcamiento construido en los años 60 y 70 del siglo pasado, manteniendo sólo una parte del mismo para el estacionamiento de los autobuses-lanzadera destinados a absorber el grueso del transporte en los días de más afluencia. Tanto los trabajos de restauración del entorno como el mantenimiento de actividades deportivas y hosteleras sostenibles y de calidad serían, además, fuentes de creación de empleo estable. 
          En cuanto a la veterana estación de esquí del puerto de Navacerrada, la opción quizá más acertada sería dejar que acabara sus días de muerte natural, sin imposiciones encaminadas a su cierre definitivo que serían ampliamente contestadas desde el mundo del deporte, pero prohibiendo rotundamente su ampliación, como así prescribía el primer borrador del PORN descartado por el gobierno de la Comunidad de Madrid. Sobre esto mismo ha insistido recientemente Pedro Nicolás, uno de los artífices de aquella primera redacción del Plan y destacado experto en cuestiones de impacto ambiental de los deportes de montaña5
          Sin embargo, parece que nada de esto va a ser posible a corto plazo, al menos mientras se mantenga la política impuesta a la Consejería de Medio Ambiente desde los más altos órganos del Gobierno de la Puerta del Sol. A la hora de aprobar el texto definitivo del PORN, es evidente que en los despachos de la Presidencia de la Comunidad de Madrid se han atendido más las presiones de los empresarios vinculados al deporte del esquí y a la hostelería que las históricas demandas conservacionistas procedentes de ámbitos académicos, científicos y ecologistas. Como resultado de ello, en el documento finalmente aprobado en 2009 se ha dejado abierta la posibilidad de una futura unión de la estación de esquí de Navacerrada con la vecina de Valdesquí, lo cual representa una verdadera espada de Damocles que va a pender a partir de ahora sobre el corazón orográfico e hidrográfico de la sierra de Guadarrama. De consumarse, esta actuación sería incompatible con el parque nacional que se quiere declarar y tendría irreparables consecuencias ambientales en zonas todavía bien conservadas de la cabecera del valle del Eresma, uno de los espacios naturales más ricos en biodiversidad y paisajes sobresalientes de todo el país.

Esta recreación de la posible unión de las estaciones de Navacerrada y
Valdesquí deja patente el gran impacto ambiental que se produciría en zonas
todavía bien conservadas del valle de Valsaín, y su incompatibilidad con
el futuro parque nacional (Nevasport)
          
          La unión de las dos estaciones de esquí de la sierra de Guadarrama es un viejo proyecto acariciado durante muchos años por los empresarios madrileños vinculados a este deporte, y llegó a saltar a la prensa con todos sus detalles tras su divulgación bajo la forma de una simple inocentada aparecida el 28 de diciembre de 2005 en el conocido portal de deportes de invierno Nevasport, y lanzada posiblemente como un globo sonda para calibrar las reacciones en contra. No cabe duda de que sus promotores han sabido mover en silencio los hilos precisos cerca de los órganos del poder regional, hasta ver recogidas oficialmente sus demandas en el PORN de la Sierra de Guadarrama aprobado en 2009. 
          Otras presiones procedentes del lobby del deporte han encontrado igualmente fácil acogida en el despacho presidencial de la Puerta del Sol, para convertir la vecina cumbre de las Guarramillas –donde Giner de los Ríos se inspiró en 1885 para encender la llama del guadarramismo con su artículo «Paisaje»– en meta de una de las etapas de la Vuelta Ciclista a España. Aunque hace dos años este evento deportivo fue muy contestado por parte de las asociaciones ecologistas, los mercados mandan y la Vuelta Ciclista parece que sube a la cumbre más simbólica del Guadarrama para quedarse. 
          Por lo que respecta al núcleo urbano del puerto, una vez ejecutadas las últimas fases del polémico proyecto en curso, todo apunta a que las próximas actuaciones que se acometan estarán más encaminadas a la a la reprivatización de los edificios desocupados y a la regularización de las actividades ya existentes que a su eliminación definitiva cuando finalice el plazo de la concesión. Así lo contempla el Plan Forestal de la Comunidad de Madrid, que desde el año 2007 se encarga de llevar a cabo los trabajos encaminados a regularizar o eliminar, según cada caso, las ocupaciones temporales en todos los montes madrileños de utilidad pública. En un interesante artículo publicado no hace mucho en la revista Foresta, el ingeniero jefe del citado Plan Forestal, Pablo Sanjuanbenito, refiriéndose a la concesión del puerto de Navacerrada y a su próximo vencimiento en 2019, califica estos trabajos como «importante reto que supondrá la regularización de tantos edificios históricos con multitud de titulares distintos»6
          Durante estos años cruciales en los que se está decidiendo su destino histórico como espacio protegido, la sierra de Guadarrama no ha tenido la suerte de contar con unos dirigentes políticos con la sensibilidad, la conciencia ambiental y la preparación necesarias para manejar un asunto de tanta trascendencia como es el de su preservación definitiva para las generaciones futuras. Sin embargo, los políticos pasan y caen en el olvido mientras que las montañas perduran, y llegarán tiempos en los que el parque nacional limítrofe ya declarado imponga pautas más exigentes que no deberían tardar en extenderse a este enclave. Quizá entonces el viejo y maltrecho puerto de Navacerrada podrá ser recuperado de forma efectiva, esta vez sin trampas ni eufemismos, y rescatado de su degradante condición de «no lugar» a la que lo hemos condenado desde hace tanto tiempo. Pero para ello antes será necesario superar la percepción antropocéntrica de nuestro entorno que tenemos hoy día, y recuperar aquella emocionada visión naturalista de la montaña que nos transmitió Constancio Bernaldo de Quirós al contemplar por primera vez estos mismos paisajes en aquel remoto verano de 1902. Si lo logramos, de cara al importante reto que supone la protección definitiva del Guadarrama habremos asumido y materializado sus palabras, cada vez más vigentes, de que ante la Naturaleza soberana «tanto vale ser piedra, nube, águila u hombre».

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1. Constancio Bernaldo de Quirós. «En la Cartuja del Paular». Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, nº 511. Madrid, octubre de 1902. pp. 306-307.

2. Eduardo Martínez de Pisón. «Bases para la redacción del plan de utilización plurideportiva del espacio de montaña de la Comunidad de Madrid». Dirección General de Deportes. Comunidad de Madrid. Madrid, 1994.

3. Pedro Nicolás Martínez. «Actividades deportivas y conservación de la naturaleza: el caso de la Sierra de Guadarrama» (publicado como capítulo en el libro Eduardo Martínez de Pisón et al. Estudios sobre el paisaje. Universidad Autónoma de Madrid y Fundación Duques de Soria. Madrid, 2000. pp.141-162.

4. Álvaro Blázquez Jiménez. «El paisaje urbano del puerto de Navacerrada». Peñalara. Revista Ilustrada de Alpinismo, nº 542. Madrid, IV trimestre de 2012. pp. 221-226. También publicado en la web de la Sociedad Castellarnau de Amigos de Valsaín, La Granja y su entorno. 

5. Pedro Nicolás Martínez. «Diagnóstico diferente. La sierra sobrevive...» Peñalara. Revista Ilustrada de Alpinismo, nº 539. Madrid, I trimestre de 2012. pp.33-37.

6. Pablo Sanjuanbenito García. «El catálogo de montes de utilidad pública de Madrid». Foresta. Revista de la Asociación y Colegio de Ingenieros Técnicos Forestales, nº 52. Madrid, 2011. p. 177.