Por la actualidad que ha recobrado el contencioso sobre la estación de esquí, transcribo este ensayo sobre la situación ambiental y urbanística del puerto de Navacerrada, que publiqué en la primavera de 2012 en la web de la Sociedad Castellarnau. Aquí se puede descargar la publicación original.
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Esquiadores echando pie a tierra para subir caminando al puerto de Navacerrada, en la segunda década del siglo XX (Archivo General de la Administración) |
Entre la larga serie de controversias que ha desatado el interminable proceso de
declaración del mal concebido y peor denominado Parque Nacional de las Cumbres de
la Sierra de Guadarrama, quizá ninguna tan polémica como la que rodea al llamado
«Proyecto de Recuperación Ambiental del Puerto de Navacerrada», cuyas obras está
previsto que se culminen a lo largo de este año 2012 tras una inversión prevista de diez
millones de euros por parte de la Comunidad de Madrid.
Los trabajos, que se están llevando a cabo sin el preceptivo procedimiento de
evaluación de impacto ambiental ni la apertura de período alguno de información
pública, parece que están encaminados más bien a perpetuar el problema ya endémico
que afecta desde hace décadas a este popular paraje de la sierra que a buscar una
verdadera solución del mismo. Y esto es evidente a pesar de la ostentosa declaración de
intenciones del proyecto, que según se puede leer en la web oficial de la Comunidad de
Madrid, pretende «devolver el esplendor a este emblemático enclave serrano». Tras los
cambios introducidos en el plan a posteriori por parte de la presidenta de la Comunidad
de Madrid, queda claro que el Gobierno regional pretende más una vuelta al
«esplendor» deportivo e inmobiliario de la segunda mitad del pasado siglo que al
perdido esplendor natural y paisajístico del enclave, como podría dar a entender a los
incautos la expresión «recuperación ambiental» que figura en el título.
No se trata de pedir aquí responsabilidades a nadie por el deterioro del puerto, que
se consumó ya hace más de medio siglo a resultas de las desordenadas iniciativas de
algunos promotores vinculados a los deportes de montaña y muy bien relacionados con
las altas instancias del régimen de Franco. Pero en beneficio de la verdad histórica y con
vistas a una ineludible y auténtica recuperación ambiental de este paraje, que tarde o
temprano tendrá que abordarse, sí queremos recordar cómo fue el largo proceso de
privatización que acabó por convertir el puerto de Navacerrada en un auténtico «no
lugar», término éste acuñado por el geógrafo norteamericano James Howard Kunstler
para referirse a esos espacios de tránsito fríos y desnaturalizados, como son las
gasolineras, los polígonos industriales o esas desoladas áreas de descanso de las
autovías, que invitan a cualquier cosa menos a detenerse en ellas. Un paisaje degradado
de edificios abandonados o en ruinas, con sus fachadas cubiertas de grafitis y las
puertas y ventanas tapiadas para evitar la acción de ocupantes ilegales; y el resto de
inmuebles que aún no han sido abandonados exhibiendo por doquier carteles de venta
de apartamentos que nadie quiere comprar ni a precios de saldo. Esta es hoy la triste
realidad de un lugar que en poco tiempo va a convertirse en el principal punto de acceso
para los miles de turistas nacionales o extranjeros que pretendan visitar el futuro Parque
Nacional de la Sierra de Guadarrama.