Por la actualidad que ha recobrado el contencioso sobre la estación de esquí, transcribo
aquí este ensayo sobre la situación ambiental y urbanística del puerto de Navacerrada, que publiqué en la primavera de 2012 en la web de la Sociedad Castellarnau.
Aquí se puede descargar la versión original en formato PDF.
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Esquiadores echando pie a tierra para subir caminando al puerto de Navacerrada, en la segunda década del siglo XX (Archivo General de la Administración) |
Entre la larga serie de controversias que ha desatado el interminable proceso de
declaración del mal concebido y peor denominado Parque Nacional de las Cumbres de
la Sierra de Guadarrama, quizá ninguna tan polémica como la que rodea al llamado
«Proyecto de Recuperación Ambiental del Puerto de Navacerrada», cuyas obras está
previsto que se culminen a lo largo de este año 2012 tras una inversión prevista de diez
millones de euros por parte de la Comunidad de Madrid.
Los trabajos, que se están llevando a cabo sin el preceptivo procedimiento de
evaluación de impacto ambiental ni la apertura de período alguno de información
pública, parece que están encaminados más bien a perpetuar el problema ya endémico
que afecta desde hace décadas a este popular paraje de la sierra que a buscar una
verdadera solución del mismo. Y esto es evidente a pesar de la ostentosa declaración de
intenciones del proyecto, que según se puede leer en la web oficial de la Comunidad de
Madrid, pretende «devolver el esplendor a este emblemático enclave serrano». Tras los
cambios introducidos en el plan a posteriori por parte de la presidenta de la Comunidad
de Madrid, queda claro que el Gobierno regional pretende más una vuelta al
«esplendor» deportivo e inmobiliario de la segunda mitad del pasado siglo que al
perdido esplendor natural y paisajístico del enclave, como podría dar a entender a los
incautos la expresión «recuperación ambiental» que figura en el título.
No se trata de pedir aquí responsabilidades a nadie por el deterioro del puerto, que
se consumó ya hace más de medio siglo a resultas de las desordenadas iniciativas de
algunos promotores vinculados a los deportes de montaña y muy bien relacionados con
las altas instancias del régimen de Franco. Pero en beneficio de la verdad histórica y con
vistas a una ineludible y auténtica recuperación ambiental de este paraje, que tarde o
temprano tendrá que abordarse, sí queremos recordar cómo fue el largo proceso de
privatización que acabó por convertir el puerto de Navacerrada en un auténtico «no
lugar», término éste acuñado por el geógrafo norteamericano James Howard Kunstler
para referirse a esos espacios de tránsito fríos y desnaturalizados, como son las
gasolineras, los polígonos industriales o esas desoladas áreas de descanso de las
autovías, que invitan a cualquier cosa menos a detenerse en ellas. Un paisaje degradado
de edificios abandonados o en ruinas, con sus fachadas cubiertas de grafitis y las
puertas y ventanas tapiadas para evitar la acción de ocupantes ilegales; y el resto de
inmuebles que aún no han sido abandonados exhibiendo por doquier carteles de venta
de apartamentos que nadie quiere comprar ni a precios de saldo. Esta es hoy la triste
realidad de un lugar que en poco tiempo va a convertirse en el principal punto de acceso
para los miles de turistas nacionales o extranjeros que pretendan visitar el futuro Parque
Nacional de la Sierra de Guadarrama.
La puerta del Guadarrama
Como ya hemos apuntado, esta situación de abandono es el resultado de un largo y
complejo proceso de privatización caracterizado por la total despreocupación de los
sucesivos responsables de los que ha dependido este lugar a lo largo de casi un siglo, en
unos tiempos en los que la conciencia ambiental era algo desconocido en España. Sin
embargo, a pesar de estar tan degradado, este pequeño pero emblemático paraje de la
sierra guarda todavía importantes valores culturales y paisajísticos al haber sido un
lugar de tránsito recorrido durante siglos por ilustres viajeros, además de haber
desempeñado un papel decisivo en el proceso histórico que modernamente se ha
denominado como «descubrimiento del Guadarrama».
La utilización de este puerto como lugar de paso se remonta al menos al siglo
XIII, cuando era conocido con el nombre de puerto de Manzanares y por él cruzaba una
humilde senda de herradura que apenas debía ser utilizada en verano para subir los
ganados a las majadas serranas, ya que el puerto utilizado desde la antigüedad para
atravesar esta parte de la sierra era el de la Fuenfría. Pero se puede decir que la corta
aunque brillante historia del puerto de Navacerrada como lugar de tránsito de viajeros
comienza a partir de la construcción de la carretera de Villalba a La Granja, que el
arquitecto Juan de Villanueva decidió que pasara por aquí sustituyendo al camino de la
Fuenfría como vía de comunicación entre Madrid y Segovia. Las obras, iniciadas en
1778, duraron diez años, quedando la carretera abierta al tráfico poco después de la
muerte del rey Carlos III, su verdadero impulsor.
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El puerto de Navacerrada antes de su completa urbanización (Archivo Ruiz Vernacci) |
Durante siglo y medio, el puerto de Navacerrada fue lugar de paso habitual de los reyes y sus ministros en sus jornadas hacia el Real Sitio de San Ildefonso. Personajes como Fernando VII, Isabel II, Amadeo de Saboya, Alfonso XII, Mendizábal, Prim, Castelar y otros muchos solían hacer alto en la Fonda de Navacerrada para comer y cambiar el tiro de sus carruajes. En la entrada de esta venta, hoy convertida en el restaurante Fonda Real, coincidían con el abigarrado pueblo llano de la época, como arrieros y trajinantes segovianos o cabreros de Cercedilla y Navacerrada que subían a la sierra durante el verano para hacer el relevo en las majadas.
Alrededor de 1875, las solitarias alturas del puerto contemplaron por primera vez
el paso de un grupo de viajeros que no sólo iba a cambiar la historia de este paso, sino
también la de la misma sierra de Guadarrama, e incluso a influir grandemente en la del
país. Estos precursores fueron los ingenieros de la Escuela Especial de Montes, que por
entonces se ocupaban de los trabajos de ordenación de los pinares de Valsaín, y los
entomólogos de la Sociedad Española de Historia Natural capitaneados por Ignacio
Bolívar, primeros transeúntes que se atrevieron a abandonar la carretera para internarse
por las soledades de las Guarramillas, la Maliciosa y los Siete Picos, sólo transitadas hasta entonces por pastores y bandidos. A partir de entonces, el puerto de Navacerrada
se convertiría en la puerta de entrada a la sierra para los grupos de científicos e
intelectuales que, tanto desde aquella sociedad precursora dedicada al estudio de las
ciencias naturales, como desde la Institución Libre de Enseñanza fundada muy poco después, dedicarían sus esfuerzos a explorar el extenso campo de conocimiento que se les abría desde las vecinas cumbres.
Uno de ellos fue Francisco Giner de los Ríos, que en el verano de 1885 subió
hasta el puerto junto a un reducido grupo de alumnos para desde allí ascender a la
cumbre de las Guarramillas, donde pudo contemplar una soberbia puesta de sol que le
dejaría indeleble recuerdo. Poco después publicaba en la revista barcelonesa La
Ilustración Artística su artículo «Paisaje», inspirado por aquella experiencia
contemplativa y que influiría decisivamente en algunos jóvenes escritores de la época,
como Azorín y Unamuno, que harían más tarde del paisaje castellano el ideal estético de
la generación del 98.
Otro de los viajeros que poco después descubrían el Guadarrama desde el
incomparable balcón del puerto de Navacerrada fue Constancio Bernaldo de Quirós,
alumno de Giner en la facultad de Derecho y más tarde fundador de la Sociedad
Española de Alpinismo Peñalara. Precursor y verdadero artífice del guadarramismo, nos
dejó una hermosísima descripción de su paso por el puerto a finales del verano de 1902,
en un artículo publicado en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza en octubre
de aquel mismo año. Aún a riesgo de resultar demasiado prolijo, no me resisto a
transcribir aquí parte de aquel relato, como testimonio insustituible de lo que eran
todavía estos parajes a comienzos del siglo XX:
«En el alto debíamos dejar la carretera y buscar el camino que, según nos habían dicho,
conduce hasta el puerto del Paular. Reposamos un instante junto a una fuente. Una
hermosísima ave de rapiña pasó por encima de nosotros. De un solo impulso de sus
grandes alas pardas perdióse a nuestra vista tras los montes. Buscando el camino,
equivocados, bajamos al fondo de la garganta resbalando por canchales movedizos,
depósitos de fragmentos de roca desprendidos de las montañas y arrastrados por la nieve.
Era un espectáculo de ruina y desastre el de aquellas piedras amontonadas en un cono de
escombros, cubiertas en su cara superior de líquenes verdosos. [...].
Un pastor nos señaló el camino. Hacía calceta mientras apacentaba su ganado, y no
dejó de chocarle que “navegásemos” –según decía– por aquellas tierras. Su cara era
inmóvil, fija, no más rica en expresión que la de sus mastines. La soledad habíala
petrificado. Y en verdad, al pasar el alto, sugerido sin duda por la palabra del pastor,
veíase en el paisaje un nuevo aspecto. Parecían los montes olas petrificadas. Tal vez en
una impresión como esta se funda la hipótesis lanzada por algún sabio soñador, que
explica la formación de las cordilleras de un modo análogo al de las mareas. La atracción
del sol y de la luna, no contenta con levantar las olas del mar dos veces al día, habría
hecho que la tierra se hinchara también y levantaría olas sólidas hasta la región de las
nieves. [...].
El cielo se nublaba hacia el oeste, tomando lívidas coloraciones. Algunos picos
estaban cubiertos por las nubes. Poco a poco, una columna de éstas empezó a moverse.
Apretada y densa al principio, luego se hizo más tenue y vaporosa, como el ropaje de una
Victoria alada. Resbalaba por la pendiente de la montaña con una gracia doble y serena,
incomparable. Se diría que iba impulsada por un ser de pies ligeros. Recordábase al verla
la frase de Federico Nietzsche: “Todo lo que es bueno es ligero; todo lo que es divino
anda sobre pies pequeños”. Dos grandes aves rapaces, suspendidas a una altura
prodigiosa, se entregaban al placer triunfante de volar, que debía embriagarlas de alegría.
Trazaban en el cielo espirales que dilataban o estrechaban alternativamente. De improviso
una desapareció, precipitándose en las sombrías desgarraduras de la nube.
Nuevamente emprendimos la marcha, llena la cabeza de pensamientos sugeridos
por la grandeza de aquel espectáculo inefable. Habíamos reabsorbido la Naturaleza y comprendíamos bien que tanto vale ser piedra, nube, águila u hombre...»1.
Pero la paz y el silencio del puerto de Navacerrada, únicamente alterados hasta
entonces por el trasiego de carros y caballerías y por el paso ocasional de las comitivas
reales durante el verano, iban a durar ya muy poco tiempo. Apenas unos años más tarde,
estos parajes, hasta entonces solitarios y prácticamente desconocidos para los vecinos de
la Villa y Corte, se convirtieron en un hervidero humano donde cientos de madrileños se
iniciaban en los deportes de invierno a raíz del nacimiento de la afición al esquí,
actividad de moda que desató un auténtico movimiento de entusiasmo hacia la sierra y
hacia todo lo «alpino». En 1907 el Club Alpino Español construyó en el Ventorrillo su
chalet del Twenty Club, primero de los numerosos refugios que llegó a levantar al pie
del puerto. Ya en 1914, la cumbre y las laderas del puerto de Navacerrada eran también
el lugar de reunión para los deportistas de la Sociedad de Alpinismo Peñalara, la
Sociedad Deportiva Excursionista y algunos otros grupos menos conocidos, como la
Sociedad Gimnástica Española.
Deportistas, hosteleros y promotores
Pero en su búsqueda de nieve para esquiar, los deportistas debían recorrer, a pie o en
caballerías alquiladas a los lugareños, los cuatro kilómetros de empinada carretera que
median entre el Ventorrillo y lo más alto del puerto, lo que impulsó a un grupo de
destacados miembros del Club Alpino Español a proyectar la construcción de un
«tranvía» que comunicara la estación ferroviaria de Cercedilla con el puerto de
Navacerrada. El llamado Sindicato de Iniciativas del Guadarrama, más tarde convertido
en Sociedad Anónima Ferrocarril Eléctrico del Guadarrama, solicitó a la Dirección
General de Obras Públicas del Ministerio de Fomento la concesión de los terrenos
necesarios para hacer el trazado de la vía, situados en su mayor parte en el monte «Pinar
y agregados», perteneciente al Ayuntamiento de Cercedilla. Pero también se solicitó la
concesión de otros terrenos colindantes situados ya en las inmediaciones del puerto, en
el monte llamado «Pinar Baldío», que pertenece en régimen de mancomunidad a los
Ayuntamientos de Cercedilla y Navacerrada y en los que, según se manifestaba en la
solicitud, se proyectaba construir «sanatorios de altura» para enfermos de tuberculosis.
La concesión, autorizada definitivamente por Real Orden de 16 de abril de 1920,
determinaba en consecuencia que los terrenos cedidos –de una superficie total cercana a
las cien hectáreas– se destinarían para construir «habitaciones de personas que necesitan
descanso en sus ocupaciones diarias, para reponer su salud quebrantada por exceso de
trabajo, y para aquellas personas que por su estado delicado de salud les fuese
necesario». Sin embargo, estos pretendidos fines sociales ya fueron silenciados en la
primera junta general de accionistas de la sociedad, que se celebró el 21 de mayo de
1921 y en la que se declaró abiertamente a los asistentes el propósito de «promover la
construcción de viviendas que por su traspaso o alquiler proporcionen a la Sociedad un
saneado ingreso». En total, según consta en las actas de aquella reunión, se planeaba
construir nada menos que unas mil viviendas entre la colonia de Camorritos y los
terrenos situados en las inmediaciones del puerto.
En el verano de 1923, tras la inauguración del ferrocarril, quedaba abierta la
puerta al turismo de masas en la sierra de Guadarrama. Poco antes, los promotores ya
habían levantado en el puerto un hotel para esquiadores, el llamado Real Hotel Victoria,
situado estratégicamente junto al apeadero que daba fin a la línea férrea. Por su parte,
las principales sociedades deportivas de la época adquirieron los derechos de la empresa
concesionaria de los terrenos para poder a su vez construir sus propios refugios en las
laderas que forman la cabecera del arroyo del Regajo del Puerto, en las zonas altas del
monte público «Pinar Baldío». Así, entre 1924 y 1927 se construyeron los grandes
refugios del Club Alpino Español y la Real Sociedad de Alpinismo Peñalara. Ya en los
años anteriores a la guerra civil, con la construcción del restaurante Dos Castillas, las
avanzadillas de la urbanización alcanzaban la divisoria de la sierra, asomándose
desafiantes a los inmensos y silenciosos pinares de Valsaín. Posteriormente, tras la
contienda, fueron apareciendo otros albergues privados, como el Hotel Arias, levantado
en 1947 junto a la estación del tren y antecesor de la célebre Venta Arias.
Lo que vino después desbordaría todas las previsiones. Las edificaciones fueron
creciendo como hongos tras la lluvia, sobre todo después de la instalación de los
primeros remontes mecánicos por la empresa TAGSA a mediados de los años 50. Al
rebufo de la creación de la estación de esquí, en estos años se fueron construyendo los
albergues de la Sociedad Deportiva Excursionista, Puente Cultural, Club Alpino
Guadarrama y el Grupo Castellano Cumbres. También se levantaron las residencias de
algunas instituciones oficiales dependientes del régimen, como el enorme edificio de
Educación y Descanso, conocido popularmente como el «Cucharilla Hilton», la
residencia de la Sección Femenina y el Albergue Juvenil Francisco Franco, además de
las residencias de los ejércitos de Tierra y del Aire. Los negocios hosteleros también
proliferaron: Hotel Pasadoiro (1943), Venta Arias (1952), Hostal El Corzo (1964),
Restaurante Las Brañas, Casa Ochoa...
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El paisaje del puerto ya dominado por el "rascacielos" de Educación y Descanso (Nevasport) |
Los años 60 y comienzos de los 70 marcaron la época de máxima actividad de la
estación de esquí, que todavía monopolizaba casi en exclusiva la demanda de los miles
de esquiadores madrileños. Los cinco telesillas y tres telesquís existentes en 1969, con
una capacidad de remonte de más de 4.500 esquiadores a la hora, tuvieron como
consecuencia la completa masificación del lugar, hasta el punto de que en alguna
ocasión se llegaron a contar más de un centenar de autobuses y cerca de 6.000
automóviles aparcados a lo largo de los arcenes de la carretera y en el aparcamiento de
la cumbre. Durante estos años, se podían concentrar en el puerto y en sus alrededores
más de 20.000 personas, con el enorme riesgo que ello suponía en caso de cambio
brusco de condiciones meteorológicas. En 1967 la promotora La Fama Industrial S.A
consiguió la licencia para construir el primero de los diez grandes bloques de
apartamentos que hoy se levantan en la zona baja cercana a la estación de ferrocarril, y
que son los que hacen patente en mayor medida la aberración ambiental y paisajística en
la que se ha convertido el puerto de Navacerrada.
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Los diez grandes bloques de apartamentos que se levantan cerca de la estación del ferrocarril deben ser los primeros candidatos al derribo |
Aquellos años de finales de los 60 fueron los últimos tiempos de esplendor del
esquí en el puerto. La construcción de las cercanas estaciones de Valcotos y Valdesquí,
unida a la mejora en las comunicaciones nacionales por carretera y ferrocarril, que ya
hacían más fácil el desplazamiento de los esquiadores madrileños a las estaciones de los
Pirineos y Sierra Nevada, hicieron cambiar el panorama y ya a finales de la década de
los 70 la estación de Navacerrada entró en un proceso de decadencia irreversible que se
prolonga hasta nuestros días. En 1981 la Diputación Provincial de Madrid adquirió la
empresa TAGSA, que se hallaba al borde de la quiebra. Tres años más tarde esta
sociedad pasó a formar parte de la recién creada Comunidad de Madrid, y en 1993 se le
cambió el nombre por el de Deporte y Montaña de la Comunidad de Madrid S.A. Al
convertirse en empresa pública, los madrileños comenzaron a asumir así las pérdidas y
los elevadísimos gastos de explotación de esta empresa siempre deficitaria.
Eufemismos ambientales
En 1993 la empresa Deporte y Montaña aprobó un proyecto encaminado a mejorar y
ampliar las instalaciones de la estación de esquí con el fin de hacerla rentable. Se le
bautizó con un nombre equívoco y pretencioso: «Plan de Ecodesarrollo de la Sierra de
Guadarrama», un eufemismo que intentaba dar una cierta imagen de sostenibilidad ante
la opinión pública. Pero el tópico prefijo «eco» sobraba, pues este plan, entre otras
lindezas, proyectaba nada menos que la construcción de un túnel para atravesar la
divisoria de la sierra y un enorme aparcamiento subterráneo de tres plantas para
descongestionar el cruce de carreteras y el enorme espacio destinado a estacionamiento
de vehículos que se emplazan en lo más alto del puerto. De este proyecto, aprobado en
la Asamblea de Madrid por unanimidad de los grupos del PSOE, PP e IU, sólo se llevó
a cabo la primera de sus dos fases, que consistía fundamentalmente en la instalación de
unos polémicos cañones para producir nieve artificial, obras a las que se opusieron de
forma numantina las asociaciones ecologistas AEDENAT, COMADEN y La Vereda,
por entonces las más activas y batalladoras. También lo hicieron otras asociaciones de
carácter más cultural, como la Sociedad de Amigos del Guadarrama, y profesionales
independientes del ámbito académico y científico, como el catedrático de Geografía
Física Eduardo Martínez de Pisón, quien redactó un voluminoso informe discrepando
con el proyecto2
, y el también geógrafo y montañero Pedro Nicolás3
. Al final no
pudieron impedirlo, y la controvertida instalación de 58 cañones, que garantizaba un
mínimo de nieve para esquiar, salvó a la estación del cierre definitivo. Para derribar el
viejo edificio del albergue Dos Castillas, también previsto en esta primera fase, no
hubo, sin embargo, tantas prisas, y éste no cayó bajo las máquinas excavadoras hasta el
año 2003.
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Plano alzado del aparcamiento subterráneo del puerto de Navacerrada que preveía en 1993 el Plan de Ecodesarrollo de la Sierra de Guadarrama |
En 2005 la Comunidad de Madrid decidió reprivatizar la estación, y en enero de
2007 la adquirió Inversiones Río S.A. Con la total permisividad de la Consejería de
Medio Ambiente, esta empresa llevó a cabo poco después un drástico desbroce de la
vegetación en la ladera oeste de las Guarramillas y levantó aparatosos cortavientos
formados por centenares de metros de empalizadas de madera, de un enorme impacto
paisajístico, todo ello sin el preceptivo estudio de impacto ambiental. Sin embargo, la
adopción de estas polémicas y agresivas medidas para intentar mantener la nieve y
facilitar la utilización de las pistas no ha servido para que la situación de la estación
mejore sustancialmente, y menos tras esta última campaña 2011-2012, en la que la falta
de precipitaciones apenas ha permitido abrir las instalaciones durante unos días.
El 15 de septiembre de 2009, durante el debate sobre el estado de la región, la
presidenta de la Comunidad de Madrid anunció a bombo y platillo la puesta en marcha
del Proyecto de Recuperación Ambiental del Puerto de Navacerrada, denominación
eufemística no menos equívoca y artificiosa, como veremos, que la del plan de 1993.
Según las palabras de Esperanza Aguirre, este proyecto iba a acometer una profunda
remodelación del puerto en la que, entre otras actuaciones, se derribarían los arruinados
albergues del Club Alpino Guadarrama y Álvaro Iglesias y se revocarían las
concesiones de otros cuatro edificios también abandonados para ser igualmente
derribados. Se recuperaría así una superficie de terreno cercana a la hectárea y media
para ser renaturalizada posteriormente. Sin embargo, el 19 de mayo de 2010, durante el
acto previsto para iniciar el derribo del vetusto edificio del Alpino y con las
excavadoras ya preparadas, la presidenta, que no debía saber muy bien a qué iba allí,
tomó la decisión tajante e inapelable de indultar el edificio para destinarlo a fines más
rentables que la simple demolición y la restauración paisajística, poniendo en evidencia
a los responsables de la Consejería de Medio Ambiente allí reunidos, que no tuvieron
otra alternativa que plegarse a su capricho y someter a sus neoliberales deseos toda la
maquinaria administrativa de su competencia.
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Ruinas del albergue del Club Alpino Guadarrama cuando todavía se pensaba en su derribo como opción más acertada (Desnivel) |
Unos meses después el edificio fue adjudicado a la empresa Innergia S.L, que
proyecta convertir las ruinas del albergue en un lujoso hotel de 25 habitaciones que
contará, entre otros servicios, con un balneario-spa. Nadie en la Consejería parece haber
pensado cómo se van a resolver los problemas de abastecimiento de agua para este
balneario, ni en la forma de cumplir la obligación legal a la que están sometidos los
establecimientos hoteleros de este tipo, que tienen que estar dotados de un determinado
número de plazas de aparcamiento subterráneas y en superficie.
El resto de las actuaciones del plan, aunque algunas de ellas necesarias, pueden
considerarse como una simple operación de maquillaje y no van a cambiar la tendencia
al deterioro progresivo del enclave. Se limitan al asfaltado de calles, al soterramiento de
contenedores de residuos y de líneas eléctricas y telefónicas, a la instalación de nuevo
mobiliario urbano y al ajardinamiento del entorno con criterios estéticos más propios de
un PAU de la periferia de Madrid. La única actuación de cierto alcance paisajístico ha
sido la sustitución del telesquí del Telégrafo por un remonte desmontable de cinta
transportadora, iniciativa emprendida y costeada por la empresa concesionaria de la
estación de esquí.
La opción civilizada y deseable, sin eufemismos
Pese a todas las actuaciones acometidas hasta el momento, es evidente que el puerto de
Navacerrada va a seguir siendo lo que es: un verdadero «no lugar» formado por una
caótica acumulación de infraestructuras turísticas mal emplazadas y ambiental y
económicamente insostenibles. Su proverbial suciedad, sus atascos de tráfico, su paisaje
degradado, sus aguas fecales poco depuradas y mal evacuadas, y su alumbrado nocturno
que enturbia con su potente halo de contaminación lumínica los espléndidos cielos
estrellados de las cumbres del Guadarrama son problemas que hipotecan el futuro de las
actividades ya consolidadas ubicadas en el puerto, como lo harán también con las
nuevas iniciativas que se autoricen bajo el sello de calidad del futuro parque nacional.
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El colapso del tráfico durante los fines de semana es uno de los más graves problemas que afectan al Puerto de Navacerrada |
No se puede obviar aquí la compleja situación legal y administrativa de este
enclave, en donde tienen jurisdicción dos comunidades autónomas y competencia en
materia forestal tres entidades gestoras de montes: la Comunidad de Madrid, la Junta de
Castilla y León y el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente. Por si
esto fuera poco, su suelo está repartido entre cuatro propietarios diferentes: la
Comunidad de Ciudad y Tierra de Segovia y los Ayuntamientos de Cercedilla,
Navacerrada y La Granja de San Ildefonso. El puerto tiene la calificación de Lugar de
Importancia Comunitaria al formar parte del LIC Cuenca del Río Guadarrama, y en el
Plan de Ordenación de los Recursos Naturales (PORN) de la Sierra de Guadarrama está
declarado como Zona de Uso Especial, contraviniendo muy posiblemente las directrices
que establece el Plan Director de la Red de Parques Nacionales para estas zonas tanto
por la extensión del enclave –más de sesenta hectáreas– como por la cantidad y tamaño
de los edificios que alberga.
Sin embargo, como verá poco más adelante quien tenga la paciencia de seguir
leyendo estas ya largas líneas, la solución al problema puede ser sumamente sencilla,
siempre, claro está, que estemos dispuestos a contentarnos con lo que el puerto de
Navacerrada puede ofrecer, que no es poco: paisajes irrepetibles y un entorno
privilegiado donde poder pasear relajadamente, practicar deportes de montaña en
armonía con la naturaleza, y quizá también desarrollar actividades de formación
relacionadas con el medio ambiente y el deporte, como permitiría la creación de un
centro de alto rendimiento para deportistas de élite, proyecto del que se habla desde
hace tiempo. Pedirle más al puerto es querer perpetuar un problema que exige una
pronta solución con vistas a la inminente declaración de un parque nacional que rodeará
a este enclave casi por todos lados.
Cuanto más tiempo se alargue la situación actual del puerto de Navacerrada, más
nos irá pesando el grave error de no haber utilizado aquí los criterios que se emplearon
en 1999 para llevar a cabo la recuperación ambiental y paisajística del entorno de
Peñalara, que marcó un hito en toda Europa en lo que se refiere a restauración de
espacios naturales degradados con el desmantelamiento de la estación de esquí de
Valcotos. El ejemplo que supone hoy día esta actuación pionera, en la que se hicieron
desaparecer tres edificios en el vecino puerto de los Cotos, se desmontaron once
remontes mecánicos en las laderas de Dos Hermanas y se restauró la topografía original
y la vegetación autóctona en veinticuatro hectáreas de terreno completamente
degradadas, siempre va a estar allí presente a apenas una decena de kilómetros, como un
espejo en donde será inevitable mirarse.
Pero ni los importantes beneficios ambientales, sociales y económicos que ha
traído consigo la recuperación del entorno de Peñalara, ni la perspectiva que da el
tiempo transcurrido desde entonces, son razones que parezcan convencer a la
Administración madrileña de que derribar lo que sobra, que es mucho, y mantener en
pie únicamente lo que de verdad merece ser conservado es también la apuesta más
acertada para el puerto de Navacerrada y el entorno deteriorado de la cumbre de las
Guarramillas.
Hasta la llegada de Esperanza Aguirre a la presidencia de la Comunidad de
Madrid, la política adoptada por la Administración regional con respecto a estos
edificios abandonados que proliferan en la sierra de Guadarrama, solía ser la del derribo
y la restauración paisajística. Ejemplo de ello fueron las demoliciones de algunos
edificios levantados a comienzos y mediados de los años 70 en otros parajes de la sierra,
como la residencia de suboficiales del ejército del Aire del puerto de los Cotos, o el
ruinoso bloque de apartamentos que hasta hace no mucho exhibía sus vergüenzas en lo
más alto del puerto de la Morcuera. En 1994 se derribaron las ruinas del enorme sanatorio del Guadarrama, levantado en 1917 en terrenos del vecino monte de utilidad
pública «Pinar de la Barranca» en virtud de otra antigua concesión del Ministerio de
Fomento. Los que por edad pudimos llegar a ver estos grandes y antiestéticos edificios
degradando unos paisajes hoy magníficamente recuperados, somos los más conscientes
de lo acertado de su derribo. Hoy nadie, absolutamente nadie los echa en falta.
Si la señora Aguirre recobrara la memoria y asumiera el compromiso que hizo
público solemnemente en el debate sobre el Estado de la Región de 2009, su consejera
de Medio Ambiente debería informarle de que en un futuro relativamente próximo se le
va a presentar una ocasión única para hacerlo con muy pocas trabas legales y
administrativas. Según la ley española, las concesiones que afectan a terrenos de
dominio público no pueden tener una duración superior a 99 años, lo que quiere decir
que el 16 de abril de 2019, si no se ha regularizado la situación de las actividades
emplazadas en los edificios del puerto de Navacerrada afectados por aquella concesión
otorgada en 1920, estos dejarán de pertenecer a sus actuales propietarios y pasarán
automáticamente, junto a todas las infraestructuras asociadas a ellos, a la propiedad del
titular del suelo, que es el Ayuntamientos de Cercedilla.
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Publicidad del Plan de Recuperación ambiental del Puerto de Navacerrada, en la que se anunciaba el derribo de varios edificios ruinosos. Tras el intempestivo cambio de planes de la presidenta de la Comunidad de Madrid, la Consejería de Medio Ambiente tuvo que retirarla apresuradamente de la circulación en los medios |
Con vistas a este paso a la titularidad pública de los cerca de sesenta edificios
construidos sin orden ni concierto a lo largo de noventa años, la Consejería de Medio
Ambiente dispone de tiempo más que sobrado para ir elaborando un riguroso plan de
actuaciones a corto y medio plazo, que debería ser consensuado entre todas las
administraciones competentes y los agentes sociales implicados, como las asociaciones
ecologistas y deportivas, las federaciones de esquí y montañismo y los empresarios con
intereses en el puerto.
El catedrático Eduardo Martínez de Pisón, director del equipo científico que
realizó los estudios en los que se apoyó la primera propuesta del PORN de la Sierra de
Guadarrama, destacó hace ya tiempo la necesidad de elaborar un inventario de las
edificaciones existentes en el puerto, reconociendo su situación administrativa y
registral, su estado de conservación, los propósitos municipales que podrían afectarlas,
sus valores estéticos y las posibilidades de recuperación e integración paisajística de
cada una de ellas en un entorno restaurado que será limítrofe con el futuro Parque
Nacional de la Sierra de Guadarrama. Ese podría ser el documento de partida, que
tendría que ser elaborado por un equipo técnico multidisciplinar compuesto por
ingenieros forestales, arquitectos y expertos en paisaje. La parte paisajística y
urbanística de este futurible documento ya ha sido iniciada por un destacado experto en
paisaje urbano, el geógrafo Álvaro Blázquez4.
Y mientras tanto, en cumplimiento de la solemne promesa de la señora Aguirre,
se podrían ir derribando sin miramientos los edificios ruinosos y abandonados, ya que el
cese de la actividad es causa por la cual pueden ser rescindidas la concesiones, lo que
permitiría ir restaurando y naturalizando –no ajardinando– los terrenos recuperados,
como parece lo lógico en un entorno con inequívoca vocación forestal.
A nadie se le escapa que, tras una verdadera recuperación ambiental del puerto de
Navacerrada, habría que apostar decididamente por el transporte colectivo y devolver su
pasado protagonismo al ferrocarril del Guadarrama, que languidece desde hace años,
pero en especial tras la reciente suspensión del servicio entre los puertos de Navacerrada
y Los Cotos. Aprovechando las posibilidades de comunicación que ofrece la línea
ferroviaria y con vistas a una deseable vertebración del sistema de visitas del futuro
parque nacional alrededor de esta infraestructura histórica, como también por la
necesidad de concentración de servicios que establece el Plan Director de la Red de
Parques Nacionales para las Zonas de Uso Especial, quizá se podría rehabilitar y
acondicionar alguna de las edificaciones mejor situadas y con más entidad
arquitectónica para instalar allí un centro de interpretación y de acogida de visitantes.
Muy posiblemente, una de las mejores alternativas podría ser el antiguo Hotel Arias,
levantado en 1947 a escasos metros de la estación del ferrocarril y actualmente cerrado.
Emplazar la «casa del parque» en el puerto de Navacerrada, además de ser la opción
geográficamente más acertada, serviría como un poderoso argumento más a favor de la
restauración paisajística de todo el enclave a medio plazo.
Esta apuesta por el tren, imprescindible por criterios de sostenibilidad y de una
estética acorde con el sello de calidad que impondrá el parque nacional, debería
complementarse necesariamente con medidas disuasorias en lo que se refiere a la
utilización del vehículo privado, como la prohibición de estacionar en el puerto salvo en
los casos debidamente justificados. Ello permitiría, con la deseable colaboración del
Ayuntamiento de La Granja de San Ildefonso –que acaba de solicitar la declaración de
la totalidad de la sierra de Guadarrama como Reserva de la Biosfera–, recuperar,
restaurar y naturalizar una gran parte de los terrenos ocupados actualmente por el
enorme aparcamiento construido en los años 60 y 70 del siglo pasado, manteniendo sólo
una parte del mismo para el estacionamiento de los autobuses-lanzadera destinados a
absorber el grueso del transporte en los días de más afluencia. Tanto los trabajos de
restauración del entorno como el mantenimiento de actividades deportivas y hosteleras
sostenibles y de calidad serían, además, fuentes de creación de empleo estable.
En cuanto a la veterana estación de esquí del puerto de Navacerrada, la opción
quizá más acertada sería dejar que acabara sus días de muerte natural, sin imposiciones
encaminadas a su cierre definitivo que serían ampliamente contestadas desde el mundo del deporte, pero prohibiendo rotundamente su ampliación, como así prescribía el
primer borrador del PORN descartado por el gobierno de la Comunidad de Madrid.
Sobre esto mismo ha insistido recientemente Pedro Nicolás, uno de los artífices de
aquella primera redacción del Plan y destacado experto en cuestiones de impacto
ambiental de los deportes de montaña5.
Sin embargo, parece que nada de esto va a ser posible a corto plazo, al menos
mientras se mantenga la política impuesta a la Consejería de Medio Ambiente desde los
más altos órganos del Gobierno de la Puerta del Sol. A la hora de aprobar el texto
definitivo del PORN, es evidente que en los despachos de la Presidencia de la
Comunidad de Madrid se han atendido más las presiones de los empresarios vinculados
al deporte del esquí y a la hostelería que las históricas demandas conservacionistas
procedentes de ámbitos académicos, científicos y ecologistas. Como resultado de ello,
en el documento finalmente aprobado en 2009 se ha dejado abierta la posibilidad de una
futura unión de la estación de esquí de Navacerrada con la vecina de Valdesquí, lo cual
representa una verdadera espada de Damocles que va a pender a partir de ahora sobre el
corazón orográfico e hidrográfico de la sierra de Guadarrama. De consumarse, esta actuación sería incompatible con el parque nacional que se quiere declarar y tendría
irreparables consecuencias ambientales en zonas todavía bien conservadas de la
cabecera del valle del Eresma, uno de los espacios naturales más ricos en biodiversidad
y paisajes sobresalientes de todo el país.
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Esta recreación de la posible unión de las estaciones de Navacerrada y Valdesquí deja patente el gran impacto ambiental que se produciría en zonas todavía bien conservadas del valle de Valsaín, y su incompatibilidad con el futuro parque nacional (Nevasport) |
La unión de las dos estaciones de esquí de la sierra de Guadarrama es un viejo
proyecto acariciado durante muchos años por los empresarios madrileños vinculados a
este deporte, y llegó a saltar a la prensa con todos sus detalles tras su divulgación bajo la
forma de una simple inocentada aparecida el 28 de diciembre de 2005 en el conocido
portal de deportes de invierno Nevasport, y lanzada posiblemente como un globo sonda
para calibrar las reacciones en contra. No cabe duda de que sus promotores han sabido
mover en silencio los hilos precisos cerca de los órganos del poder regional, hasta ver
recogidas oficialmente sus demandas en el PORN de la Sierra de Guadarrama aprobado
en 2009.
Otras presiones procedentes del lobby del deporte han encontrado igualmente
fácil acogida en el despacho presidencial de la Puerta del Sol, para convertir la vecina
cumbre de las Guarramillas –donde Giner de los Ríos se inspiró en 1885 para encender
la llama del guadarramismo con su artículo «Paisaje»– en meta de una de las etapas de
la Vuelta Ciclista a España. Aunque hace dos años este evento deportivo fue muy
contestado por parte de las asociaciones ecologistas, los mercados mandan y la Vuelta
Ciclista parece que sube a la cumbre más simbólica del Guadarrama para quedarse.
Por lo que respecta al núcleo urbano del puerto, una vez ejecutadas las últimas
fases del polémico proyecto en curso, todo apunta a que las próximas actuaciones que se
acometan estarán más encaminadas a la a la reprivatización de los edificios desocupados
y a la regularización de las actividades ya existentes que a su eliminación definitiva
cuando finalice el plazo de la concesión. Así lo contempla el Plan Forestal de la
Comunidad de Madrid, que desde el año 2007 se encarga de llevar a cabo los trabajos
encaminados a regularizar o eliminar, según cada caso, las ocupaciones temporales en
todos los montes madrileños de utilidad pública. En un interesante artículo publicado no
hace mucho en la revista Foresta, el ingeniero jefe del citado Plan Forestal, Pablo
Sanjuanbenito, refiriéndose a la concesión del puerto de Navacerrada y a su próximo
vencimiento en 2019, califica estos trabajos como «importante reto que supondrá la
regularización de tantos edificios históricos con multitud de titulares distintos»6.
Durante estos años cruciales en los que se está decidiendo su destino histórico
como espacio protegido, la sierra de Guadarrama no ha tenido la suerte de contar con
unos dirigentes políticos con la sensibilidad, la conciencia ambiental y la preparación
necesarias para manejar un asunto de tanta trascendencia como es el de su preservación
definitiva para las generaciones futuras. Sin embargo, los políticos pasan y caen en el
olvido mientras que las montañas perduran, y llegarán tiempos en los que el parque
nacional limítrofe ya declarado imponga pautas más exigentes que no deberían tardar en
extenderse a este enclave. Quizá entonces el viejo y maltrecho puerto de Navacerrada
podrá ser recuperado de forma efectiva, esta vez sin trampas ni eufemismos, y rescatado
de su degradante condición de «no lugar» a la que lo hemos condenado desde hace tanto
tiempo. Pero para ello antes será necesario superar la percepción antropocéntrica de
nuestro entorno que tenemos hoy día, y recuperar aquella emocionada visión naturalista
de la montaña que nos transmitió Constancio Bernaldo de Quirós al contemplar por
primera vez estos mismos paisajes en aquel remoto verano de 1902. Si lo logramos, de
cara al importante reto que supone la protección definitiva del Guadarrama habremos
asumido y materializado sus palabras, cada vez más vigentes, de que ante la Naturaleza
soberana «tanto vale ser piedra, nube, águila u hombre».
____________________
1. Constancio Bernaldo de Quirós. «En la Cartuja del Paular». Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, nº 511. Madrid, octubre de 1902. pp. 306-307.
2. Eduardo Martínez de Pisón. «Bases para la redacción del plan de utilización plurideportiva del espacio de montaña de la Comunidad de Madrid». Dirección General de Deportes. Comunidad de Madrid. Madrid, 1994.
3. Pedro Nicolás Martínez. «Actividades deportivas y conservación de la naturaleza: el caso de la Sierra de Guadarrama» (publicado como capítulo en el libro Eduardo Martínez de Pisón et al. Estudios sobre el paisaje. Universidad Autónoma de Madrid y Fundación Duques de Soria. Madrid, 2000. pp.141-162.
4. Álvaro Blázquez Jiménez. «El paisaje urbano del puerto de Navacerrada».
Peñalara. Revista Ilustrada de Alpinismo, nº 542. Madrid, IV trimestre de 2012. pp. 221-226. También
publicado en la web de la Sociedad Castellarnau de Amigos de Valsaín, La Granja y su entorno.
5. Pedro Nicolás Martínez. «Diagnóstico diferente. La sierra sobrevive...» Peñalara. Revista Ilustrada de Alpinismo, nº 539. Madrid, I trimestre de 2012. pp.33-37.
6. Pablo Sanjuanbenito García. «El catálogo de montes de utilidad pública de Madrid». Foresta. Revista de la Asociación y Colegio de Ingenieros Técnicos Forestales, nº 52. Madrid, 2011. p. 177.
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