sábado, 18 de mayo de 2024

DIVAGACIONES AL CALOR DEL FUEGO DE LA VENTA MARCELINO, EN SU CENTENARIO

Capítulo escrito por el autor para el libro colectivo 
«Venta Marcelino: cien años en el Puerto de los Cotos»
recientemente publicado por la Editorial Desnivel

Hablar de la Venta Marcelino no es sólo hablar de hostelería, el mantra turístico, económico y casi religioso de un país como el nuestro tan devoto de los dioses del sector servicios, que tienen precisamente en la Sierra de Guadarrama uno de sus más peregrinados santuarios. Podríamos decir que este pequeño establecimiento hostelero, tan querido dentro del pequeño mundo del guadarramismo, conserva el espíritu y la esencia de las antiguas ventas o alberguerías medievales que daban acogida a arrieros, carreteros, trajinantes, o simples caminantes escoteros que durante siglos cruzaron los peligrosos puertos de la Sierra, como el poeta Juan Ruiz, Arcipreste de Hita. Hay referencias escritas a que estas ventas de los puertos del Guadarrama se conocían en el siglo XIX con la explícita denominación de aguardenterías, nombre que hoy resultaría poco comercial y políticamente incorrecto, pero hay que decir aquí, aun a riesgo de volver a despertar la ira de los deportistas de alto rendimiento, que el aguardiente tenía entonces una función parecida a la que cumplen actualmente las modernas barritas energéticas. Sin necesidad de haber sido arriero ni aficionado al aguardiente, simplemente hay que haber recorrido la Sierra en los años sesenta o principios de los setenta del siglo pasado para apreciar con verdadero conocimiento de causa la calidez acogedora de lugares como la Venta Marcelino, con la chimenea encendida durante todo el invierno. Entonces todavía no existían materiales aislantes o impermeabilizantes como el Gore-Tex o el Thinsulate, y muchos íbamos calzados con simples botas militares de segunda mano compradas en El Rastro, desafiando los fríos, las humedades y el azote de los vientos del Guadarrama con los pobres medios que teníamos a nuestro alcance en la época de nuestra primera juventud. Hasta 1977 uno no pudo comprarse en la tienda de Pedro Acuña unas buenas y recias botas de cuero marca Kamet con suela Vibram (que conservo y aprecio mucho al asociarlas cronológicamente con las que Bob Dylan da título a su canción Boots of spanish leather, en la que menciona también «las montañas de Madrid»). Dejando a un lado nostalgias guadarramistas de juventud, hay que decir que la Venta Marcelino ha salvado muchas vidas, y esto último no es una figura retórica a la que recurre el autor para adornar estas líneas.

La Venta Marcelino aislada por la nieve en los años treinta del siglo pasado, ocupando
su primitivo emplazamiento al otro lado de la carretera (fotografía de Miguel Oronoz) 
Marcelino García y otros paisanos junto a un esquiador en la entrada de la venta.
(fotografía de autor desconocido tomada hacia 1930)

          Tras estas divagaciones personales, es obligado decir que la Venta Marcelino fue fundada en 1924 por Marcelino García, un vecino de Rascafría con gran visión de futuro, tras la llegada del Ferrocarril Eléctrico del Guadarrama al cercano puerto de Navacerrada y hacerse público el pretencioso proyecto del llamado Sindicato de Iniciativas del Guadarrama, que ya preveía prolongar la línea hasta el puerto de los Cotos y construir allí una ciudad deportiva invernal al estilo de las de los Alpes. No son unos orígenes muy antiguos si los comparamos con los de otras ventas de la sierra, pero antes de que el turismo de masas intentara clavar sus garras por primera vez en estos magníficos parajes, cuando todavía no existía la actual carretera, abierta poco tiempo antes de su fundación, es muy posible que hubiera en el puerto alguna humilde edificación que sirviera de abrigo a los arrieros y carreteros que cruzaban el puerto por el antiguo camino carretero de El Paular y hacían una parada para dar descanso a las mulas o desenganchar de los carros los encuartes de los bueyes, al igual que la hubo en lo alto del cercano puerto de Navacerrada. Quién sabe si tendría esa función la llamada Choza del Gitano, mencionada en un documento de 1883 que trata de la inscripción registral de la finca procedente de la desamortización de Madoz que después, por avatares de la especulación, sería denominada Valcotos para construir en ella la estación de esquí homónima y una urbanización en las inmediaciones de la mismísima Laguna de Peñalara bautizada con el nombre hortera y rebuscado de
«Monte Olimpo».

Un arriero con su recua de mulas cruzando el puerto de los Cotos hacia 1920, cuando
el firme de la carretera todavía en construcción era de tierra (Archivo Ruiz Vernacci)
          
          El Puerto del Paular, como así era llamado este paso de la sierra antes de que en 1762 se colocaran los cotos reales que marcaban los límites entre la gran posesión del Pinar del Rey (hoy de Valsaín) y el Pinar de los Frailes (después de los Belgas), fue un lugar de tránsito de viajeros desde tiempos medievales, pues servía de principal y casi único acceso desde la ciudad de Segovia a Valdelozoya, uno de los diez sexmos de sus tierras comuneras hasta 1833. Por allí cruzaban la sierra los reyes de Castilla, en especial Enrique IV, para cazar y descansar en El Paular de Segovia, topónimo que mantuvo su filiación segoviana hasta la división provincial de Javier de Burgos, en la última fecha citada.
La Venta Marcelino, en su «corta» historia de un siglo, ha visto desfilar entre sus muros (reedificados completamente en otro emplazamiento entre los años cuarenta y sesenta del siglo XX) a una parte importante de la historia del guadarramismo, y no sólo en lo que se refiere a los deportes de montaña. Así, el domingo 30 de mayo de 1926, apenas dos años después de su fundación, debió acoger a una verdadera multitud de sesudos geólogos y geógrafos que participaron en la llamada excursión B-2 a los circos glaciares de Peñalara, que se organizó durante el XIV Congreso Geológico Internacional celebrado en España. No he encontrado ninguna referencia a ello, pero imagino que de los más de cien congresistas extranjeros sudorosos y quemados por el sol que regresaban aquel día al puerto de los Cotos desde la Laguna de los Pájaros, guiados por Hugo Obermaier y Juan Carandell, no debieron ser pocos los que hicieron parada en la pequeña venta, atraídos por el sencillo rótulo escrito con pintura alrededor de la puerta que rezaba: «Casa Marcelino. Vinos y Cervezas». El bueno de Marcelino debió sentirse satisfecho aquel día al ver convertida su venta en una pequeña y animada Babel científica en la que se hablaban decenas de idiomas. Ese mismo afán de reponer fuerzas en animada y tumultuosa compañía ambientalista hizo de la Venta Marcelino lugar de parada obligada en algunas de las numerosas marchas Allende Sierra, proyecto que pusimos en marcha (nunca mejor dicho) hace exactamente veinte años para reclamar la declaración del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. Buenos recuerdos aquellos...
          Es imposible siquiera pretender resumir aquí la pequeña historia de este acogedor establecimiento hostelero de la Sierra de Guadarrama, escrita a su vez con las miles y miles de pequeñas historias y vivencias personales de todos los esquiadores, montañeros o simples caminantes que allí hemos encontrado refugio, calor y yantar durante décadas. Por ello me resisto a la tentación de referir en estas líneas alguna de las mías. La historia de la Venta Marcelino es también la misma historia del puerto de los Cotos en los últimos cien años, lo que no es poca cosa. Afortunadamente, los proyectos de construir en los maravillosos parajes que la rodean un enorme complejo turístico-deportivo y la mencionada urbanización Monte Olimpo, en virtud de la Ley de Zonas y Centros de Interés Turístico Nacional de 1963, la llamada «Ley Fraga», quedaron reducidos al mal menor que supuso la construcción de la estación de esquí de Valcotos, mal situada por su orientación a solana y afectada desde sus inicios por una crónica y más tarde persistente falta de nieve, que fue felizmente desmantelada a fines del siglo pasado.

El paisaje inalterado del Puerto de los Cotos en 1944. Se ven las ruinas de la
venta primitiva y uno de los cotos reales (fotografía de Francisco Hernández-Pacheco)
 
La Venta Marcelino fue reedificada en su actual emplazamiento en los años cuarenta
del siglo pasado y posteriormente ampliada (fotografía de 1975 publicada en Nevasport)

          La Venta Marcelino ha sido protagonista destacada en la época de esplendor del deporte del esquí alpino en la sierra de Guadarrama, y testigo también de su declive por causas de carácter socioeconómico, pero sobre todo relacionadas con el calentamiento del clima, como he escrito en otras ocasiones. También ha presenciado el milagro que supuso la restauración ambiental y paisajística del entorno de Peñalara, en la que sobrevivió al derribo por formar ya parte de la historia de los deportes de montaña en nuestras sierras centrales. Y allí seguirá en un futuro, espero, en el que los gestores del hoy declarado Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama busquen soluciones a los graves problemas de masificación turística y recreativa que sufre la Sierra, y tomen todas las medidas necesarias orientadas a reducir en lo posible la enorme amenaza que supone la pérdida de biodiversidad por la emergencia climática. Y la primera de todas ellas debería ser poner algo de cordura en la absurda trifulca política y judicial desatada entre administraciones alrededor del obligado cierre y desmantelamiento de la cercana estación de esquí de Navacerrada, tras el vencimiento de la también centenaria concesión de los terrenos sobre la que se construyó, para después seguir el magnífico ejemplo de la recuperación ambiental del Puerto de los Cotos, que hoy es referencia internacional en la restauración de paisajes degradados.

Trabajos de desmantelamiento de la estación de esquí de Valcotos, que marcaron
un hito en la restauración de espacios naturales degradados (fotografía de archivo
del antiguo Parque Natural de Peñalara)

          La Venta Marcelino sigue siendo un lugar de encuentro indispensable para los amantes de la Sierra de Guadarrama, reunidos en persona en torno a un buen fuego de leña ardiendo en la chimenea, o por qué no, alrededor de unos buenos aguardientes a la vieja usanza caminera. Pero también lo es de forma no presencial (como se dice ahora) en las redes sociales, a través de las cuales participa en debates sobre la actualidad de la Sierra, informa sobre meteorología, o alerta sobre incidencias de movilidad y accidentes en la montaña, como siempre salvando vidas. Por ello hay que agradecer al ventero, nuestro buen amigo Rafa Sánchez de la Coba, el haber tenido la valentía de continuar y actualizar la labor iniciada por Marcelino García hace cien años.

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