La sierra de Guadarrama es más que naturaleza y hermosos paisajes. De estas montañas secularmente humanizadas, cuyas raíces históricas se van borrando cada vez más en un entorno ya casi periurbano, son también sus gentes. Y nos referimos, por supuesto, no a sus decenas de miles de habitantes, casi todos ellos ciudadanos urbanitas procedentes de Madrid, sino a los pocos supervivientes que quedan de la última generación auténticamente rural que habitó los pueblos serranos, algunos ya convertidos en verdaderas ciudades-dormitorio. Ellos son los depositarios de un legado inapreciable de saberes ancestrales transmitidos de padres a hijos y hoy a punto de perderse, como son las técnicas empleadas en unos oficios practicados en estas tierras desde hace dos mil años, o el conocimiento riguroso de la sierra y de su antigua toponimia.
Hace ya unos cuantos meses, en compañía de mi amigo Javier Sánchez, uno de los mejores fotógrafos de Naturaleza que tenemos en España, tuve la oportunidad de entrevistar a uno de estos personajes que sobreviven heroicamente a un mundo que desaparece: Hipólito Herranz, Poli para los amigos, el último gabarrero de San Rafael (Segovia). Poli, un hombre cabal donde los haya, tiene 67 años y lleva ejerciendo el oficio desde que lo aprendió de su padre, también gabarrero. Pero antes que nada habrá que aclarar a los profanos en terminología forestal que la gabarrería era la industria que se encargaba de la corta, la saca y la venta de las leñas de los pinares de la sierra de Guadarrama, una actividad practicada desde tiempos medievales en localidades segovianas como Valsaín, El Espinar y San Rafael y algunas otras de la vertiente madrileña de la sierra.
Nuestro amigo nos cuenta cómo, hasta hace cincuenta años, la gabarrería era el oficio más extendido entre los vecinos de San Rafael y su municipio matriz de El Espinar, desde donde bajaban a Madrid cientos de camiones cargados de leña para ser utilizada en fábricas, fundiciones y talleres de todo tipo o vendida al público en las carbonerías como inapreciable combustible para la calefacción en los gélidos inviernos de la posguerra. Otro medio de expedición de las leñas de la localidad era el ferrocarril a través de la estación de El Espinar, de donde partía cargada en vagones hacia más lejanos destinos.
Acompañamos a Poli en una de sus jornadas de trabajo subiendo hasta Peña Morena, en el pinar de Aguas Vertientes, uno de los montes más renombrados de la sierra de Guadarrama. Sus 2.176 hectáreas de monte alto de Pinus sylvestris, junto a las cerca de 3.000 del monte Dehesa de la Garganta, hacen de esta localidad una de las más genuinamente forestales de la provincia de Segovia y han sido declaradas hace menos de un año como Reserva de la Biosfera por la UNESCO.
Las cortas de las leñas se llevaban a cabo de octubre a febrero, que es cuando la savia reposa, y debían hacerse preferiblemente de latas muertas, es decir de pinos secos caídos o en pie, o de pinos chamosos, que son los atacados por un hongo, el Fomes pini, que azulea la madera y la hace inservible para otros usos. Hasta hace unos treinta años todo el trabajo se hacía a base de tronzador, que es el nombre que recibía la larga y flexible sierra manejada por dos hombres con la que se apeaban los pinos, y de pesadas hachas gabarreras de dos bocas. Hoy, con el empleo de una simple motosierra Poli hace en la mitad de tiempo el trabajo que antes realizaban dos gabarreros con aquellas herramientas.
Por fortuna, el argot ancestral de los gabarreros no ha cambiado tanto como la tecnología, lo que ya habrá podido comprobar el lector atento. Según nuestro amigo va haciendo leña de las latas apeadas ‒una lata es un pino joven de cuarenta a sesenta años de edad‒ la hiende longitudinalmente con un certero golpe del rajador antes de cargarla en las angarillas de su yegua.
Hace ya muchos años Poli subía al pinar con dos caballos de raza serrana, de los llamados "gabarreros", un tipo de caballería pequeña, muy resistente y adaptada al medio, aunque actualmente en grave peligro de extinción. Hoy, con su robusta yegua ruana carga en un solo viaje más de media cárcel de leña ‒la cárcel es una medida de volumen para la leña de pino usada tradicionalmente en la provincia de Segovia y equivalente a unos 700 kilos‒ que vende en el pueblo a unos 50 euros. Sin embargo, es todo un contrasentido que en San Rafael y las demás poblaciones del municipio de El Espinar, como en todos los pueblos de la sierra de Guadarrama, casi todas las calefacciones empleen fuel-oil como combustible, cuando tienen una fuente inagotable de energía renovable casi a sus mismas puertas.
Con el cierre del aserradero perteneciente al Ayuntamiento, tras más de un siglo de actividad, la cultura asociada a la madera se desvanece poco a poco en una localidad rodeada de inmensos bosques. Como, dijo Antonio Machado, "se canta lo que se pierde" y hoy se intenta hacer perdurar esta cultura con conmemoraciones de carácter lúdico y festivo orientadas hacia el turismo, como es la Fiesta de los gabarreros que se celebra todos los años en El Espinar y San Rafael a comienzos de marzo, y que este año, hace apenas unos días, ha tenido un escenario inédito: la Plaza Mayor de Madrid.
Ante el hundimiento del mercado de la madera, la única salida para los viejos pinares de la sierra es adelantarse al futuro. Aunque se ha hablado mucho de reconvertir el viejo aserradero de El Espinar en una planta de transformación de biomasa ‒los montes de la Dehesa de la Garganta y Aguas Vertientes producen cerca de 12.000 toneladas de este recurso‒, éste es un asunto que se va dejando pasar. Como para todo lo relacionado con el medio ambiente, corren malos tiempos para las energías limpias y renovables...
Hace ya unos cuantos meses, en compañía de mi amigo Javier Sánchez, uno de los mejores fotógrafos de Naturaleza que tenemos en España, tuve la oportunidad de entrevistar a uno de estos personajes que sobreviven heroicamente a un mundo que desaparece: Hipólito Herranz, Poli para los amigos, el último gabarrero de San Rafael (Segovia). Poli, un hombre cabal donde los haya, tiene 67 años y lleva ejerciendo el oficio desde que lo aprendió de su padre, también gabarrero. Pero antes que nada habrá que aclarar a los profanos en terminología forestal que la gabarrería era la industria que se encargaba de la corta, la saca y la venta de las leñas de los pinares de la sierra de Guadarrama, una actividad practicada desde tiempos medievales en localidades segovianas como Valsaín, El Espinar y San Rafael y algunas otras de la vertiente madrileña de la sierra.
Nuestro amigo nos cuenta cómo, hasta hace cincuenta años, la gabarrería era el oficio más extendido entre los vecinos de San Rafael y su municipio matriz de El Espinar, desde donde bajaban a Madrid cientos de camiones cargados de leña para ser utilizada en fábricas, fundiciones y talleres de todo tipo o vendida al público en las carbonerías como inapreciable combustible para la calefacción en los gélidos inviernos de la posguerra. Otro medio de expedición de las leñas de la localidad era el ferrocarril a través de la estación de El Espinar, de donde partía cargada en vagones hacia más lejanos destinos.
Poli partiendo leña en el monte de Aguas Vertientes. Al fondo, su yegua espera pacientemente a ser cargada (fotografía de Javier Sánchez) |
Acompañamos a Poli en una de sus jornadas de trabajo subiendo hasta Peña Morena, en el pinar de Aguas Vertientes, uno de los montes más renombrados de la sierra de Guadarrama. Sus 2.176 hectáreas de monte alto de Pinus sylvestris, junto a las cerca de 3.000 del monte Dehesa de la Garganta, hacen de esta localidad una de las más genuinamente forestales de la provincia de Segovia y han sido declaradas hace menos de un año como Reserva de la Biosfera por la UNESCO.
Las cortas de las leñas se llevaban a cabo de octubre a febrero, que es cuando la savia reposa, y debían hacerse preferiblemente de latas muertas, es decir de pinos secos caídos o en pie, o de pinos chamosos, que son los atacados por un hongo, el Fomes pini, que azulea la madera y la hace inservible para otros usos. Hasta hace unos treinta años todo el trabajo se hacía a base de tronzador, que es el nombre que recibía la larga y flexible sierra manejada por dos hombres con la que se apeaban los pinos, y de pesadas hachas gabarreras de dos bocas. Hoy, con el empleo de una simple motosierra Poli hace en la mitad de tiempo el trabajo que antes realizaban dos gabarreros con aquellas herramientas.
Por fortuna, el argot ancestral de los gabarreros no ha cambiado tanto como la tecnología, lo que ya habrá podido comprobar el lector atento. Según nuestro amigo va haciendo leña de las latas apeadas ‒una lata es un pino joven de cuarenta a sesenta años de edad‒ la hiende longitudinalmente con un certero golpe del rajador antes de cargarla en las angarillas de su yegua.
Las herramientas de Poli componen una bonita naturaleza muerta ante el objetivo de la cámara (fotografía de Javier Sánchez) |
Hace ya muchos años Poli subía al pinar con dos caballos de raza serrana, de los llamados "gabarreros", un tipo de caballería pequeña, muy resistente y adaptada al medio, aunque actualmente en grave peligro de extinción. Hoy, con su robusta yegua ruana carga en un solo viaje más de media cárcel de leña ‒la cárcel es una medida de volumen para la leña de pino usada tradicionalmente en la provincia de Segovia y equivalente a unos 700 kilos‒ que vende en el pueblo a unos 50 euros. Sin embargo, es todo un contrasentido que en San Rafael y las demás poblaciones del municipio de El Espinar, como en todos los pueblos de la sierra de Guadarrama, casi todas las calefacciones empleen fuel-oil como combustible, cuando tienen una fuente inagotable de energía renovable casi a sus mismas puertas.
Con el cierre del aserradero perteneciente al Ayuntamiento, tras más de un siglo de actividad, la cultura asociada a la madera se desvanece poco a poco en una localidad rodeada de inmensos bosques. Como, dijo Antonio Machado, "se canta lo que se pierde" y hoy se intenta hacer perdurar esta cultura con conmemoraciones de carácter lúdico y festivo orientadas hacia el turismo, como es la Fiesta de los gabarreros que se celebra todos los años en El Espinar y San Rafael a comienzos de marzo, y que este año, hace apenas unos días, ha tenido un escenario inédito: la Plaza Mayor de Madrid.
Ante el hundimiento del mercado de la madera, la única salida para los viejos pinares de la sierra es adelantarse al futuro. Aunque se ha hablado mucho de reconvertir el viejo aserradero de El Espinar en una planta de transformación de biomasa ‒los montes de la Dehesa de la Garganta y Aguas Vertientes producen cerca de 12.000 toneladas de este recurso‒, éste es un asunto que se va dejando pasar. Como para todo lo relacionado con el medio ambiente, corren malos tiempos para las energías limpias y renovables...
Poli y su yegua bajando hacia San Rafael por el pinar de Aguas Vertientes con cerca de media tonelada de leña |
Al despedirnos de Poli no podemos menos que dedicar un recuerdo a tantos otros gabarreros anónimos que pasaron su vida en estos montes desempeñando durante siglos este oficio agotador. En gran parte ellos son los artífices de estos maravillosos paisajes pinariegos de la sierra de Guadarrama, que hoy constituyen la verdadera seña de identidad de estas tierras segovianas y del mismo parque nacional declarado recientemente, cuyos límites quedan, a nuestro parecer, demasiado lejos del pinar de Aguas Vertientes.
7 comentarios:
Lástima que las instituciones se hagan eco de las tradiciones desde un punto de vista turístico y gastronómico y se olviden de la realidad cruda y cruel que afecta al pinar. Hoy los gabarreros lo son armados de ruidosas motosierras, lo que tendría un pasar si no fuera por los 4x4 con que sustituyen la caballería y que cargados hasta la maza, generan trochas y trochas repartidas por todo el pinar. Saltan las lágrimas, estos días de lluvias, al ver esos surcos profundos, embarrados, que, a mayores, servirán para que en verano otros 4x4 jueguen a intrépidos aventureros en una reserva que nadie preserva.
En cualquier caso, muy buena entrada.
En respuesta al Anónimo disconforme con las motosierras y los vehículos todoterreno, tengo que decir que no se puede obligar a los pocos gabarreros que quedan a emplear medios ya antediluvianos, como el caballo, la mula y el hacha "de dos bocas". Las motosierras son ruidosas pero también son hoy imprescindibles para una buena gestión de los montes.
En cuanto al problema de los 4x4 incontrolados, que efectivamente existe en los montes de Segovia, quedaría solucionado fácilmente con una mínima voluntad por parte de la Junta de Castilla y León.
Fue una experiencia que me dejó marcado, poder vivir unas horas junto a uno de los últimos gabarreros de la sierra, y además rodeado de mis amigos del Guadarrama. Gracias Julio!!!
Hola de nuevo Julio. Interesante aportación la que haces con esta entrada de tu bitácora dedicada a los gabarreros. A menudo, nos centramos única y exclusivamente en los aspectos o rasgos naturales de los territorios en los que vivimos o visitamos, y nos olvidamos de la gente que vive ahí. A mí me pasa muy a menudo pues soy un apasionado de la Naturaleza, pero de vez en cuando (intento que sea a menudo), me gusta estudiar, leer e informarme sobre las gentes del lugar, sobre la Historia, la Arqueología, el Arte o las costumbres y oficios populares, pues creo que son asuntos de gran interés que también hay que analizar y tener en cuenta.
Además, de esta entrada tuya me ha gustado que hace referencia a algunos de los últimos habitantes autóctonos de la Sierra. No he podido evitar sentir una cierta nostalgia porque me recuerda a mi familia paterna, que si bien no es oriunda estrictamente hablando de la Sierra de Guadarrama, sí lo es de una zona muy próxima, de un pequeño pueblo próximo a Buitrago del Lozoya y el embalse de El Atazar. No distingo fronteras ni barreras y por eso considero también a mi familia como serrana. Quedamos pocos ya los que nos podemos calificar como serranos o descendientes de serranos. En fin, una buena entrada que, como siempre, he leído con suma atención. Un abrazo.
Raúl Moreno Fernández. Humilde geógrafo, naturalista e historiador (y por desgracia profesor no ejerciente).
Yo también he sido gabarro con mi tío Mariano y su burro Felipe, en la zona de la Venta de los Mosquitos donde vivía mi tía Nico y él en la casa de peones camioneros.
Tenía algo así como diez años, yo tenía que recoger los pedazos de pino que tenían una determinada medida y los iba colocando en un montón, mientras tanto mi tío con el hacha cortaba los palos de pino más grandes.
Nunca entendí como colocaba esos palos alrededor de él burro Felipe y todavía me sorprende.
Bueno lo dejo aquí, otro día comentaré alguna cosa más.
Precioso, Julio. Y justo lo encuentro cuando he metido a un gabarrero en uno de mis relatos. Un fuerte abrazo, primo
Otro gran beso para ti, querida Berta!
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