En
estas páginas que venimos publicando de cuando en cuando en nuestra bitácora, a través de las cuales pretendemos rescatar la memoria de los viejos oficios
y usos tradicionales practicados por el hombre en la sierra de Guadarrama, las
mujeres no podían dejar de estar presentes. En la antigua sociedad de los pueblos
serranos su primordial cometido estaba destinado al mantenimiento y cuidado de
la casa, al ordeño del ganado y a pequeñas labores agrícolas y ganaderas de
carácter estacional. Hubo sin embargo algunos quehaceres, especialmente aquellos
relacionados con la sencilla industria textil de ciertas localidades de la
sierra, que llegaron a adquirir la condición de verdaderos oficios exclusivos
del género femenino, aunque no menos ingratos y extenuantes que los que
realizaban los hombres en el monte. Pondremos como ejemplo el de espadar el lino, un durísimo trabajo que
se llevaba a cabo en lo más crudo del invierno y por el que muchas mujeres
enfermaban gravemente a causa del frío y de la inhalación continuada de la
pelusilla desprendida al golpear con la espadilla las cañas de lino para obtener
el lienzo, el tejido con el que se elaboraban
sábanas, camisas, mantelerías y otras ropas finas. Con la incipiente
industrialización que tuvo lugar en algunas localidades serranas entre los
siglos XIX y XX, estas ocupaciones dejaron de ser estacionales para hacerse
fijas, como ocurrió en Miraflores de Sierra tras el establecimiento de la Fábrica
de Pasamanería de los Hijos de Ángel Rodríguez, una industria que daba trabajo
a unas sesenta personas, casi todas mujeres. Esta fábrica, que contaba con los
más modernos telares mecánicos de la época, constituyó hasta su lamentable
derribo en los años noventa del siglo pasado una interesante muestra de
arquitectura industrial digna de haber sido conservada y rehabilitada como espacio
cultural.
Ana María Martín y Elena Goded (a la izquierda) ante las ruinas de la abadía de Santa María de la Sierra, acompañadas por otras integrantes del equipo de Ábbatte (fotografía de Javier Sánchez) |
El 14 de septiembre de 2015 el fotógrafo Javier Sánchez y yo nos desplazamos a la localidad segoviana de Collado Hermoso para hablar con Elena Goded y Ana María Martín, dos mujeres que podríamos considerar hoy día como las verdaderas depositarias de la centenaria tradición textil de la comarca de la Vera de la Sierra. Nos reunimos con ellas en uno de los lugares más hermosos y menos conocidos de toda la sierra de Guadarrama: las ruinas del monasterio cisterciense de Santa María de la Sierra, junto a las cuales se han establecido no hace mucho los talleres de Ábbatte, una prestigiosa firma que crea objetos textiles hechos a mano con métodos tradicionales utilizando fibras naturales de alta calidad.
En principio, nada parecería tan alejado del asunto que nos ocupa como el sofisticado y a veces tan vacuo e insustancial mundo de la moda. Pero este caso es diferente al intervenir un factor histórico decisivo: la tradición textil de las tierras de Segovia, consecuencia de que la Vera de la Sierra fuera en el pasado el principal centro de esquileo y lavado de lanas por su situación estratégica en mitad de la ruta de la trashumancia ganadera ibérica, a lo que ya nos referimos en el capítulo dedicado a nuestro amigo el esquilador Geminiano Herranz.
La lana, el lino y la seda fueron,
por este orden, las tres materias primas sobre las que se apoyó la poderosa
industria textil europea de la Edad Media, y no en vano Segovia y sus tierras
fueron, desde el siglo XIII y hasta el XVIII, uno de los centros más activos de
elaboración y comercio de la lana castellana. Los vellones de lana de oveja
merina segoviana se exportaban a toda Europa ‒especialmente a Flandes‒ desde los
puertos del Cantábrico o se elaboraban directamente en sus numerosas
manufacturas textiles, como las famosas fábricas de paños de Segovia, Riaza y
Santa María la Real de Nieva, en las que encontraban trabajo gentes de todos
los oficios relacionados con la lana, como tejedores, apartadores, cardadores,
pelaires, tintoreros, tundidores…
La abundancia de lana permitió también la existencia de talleres familiares en numerosos pueblos de la sierra, donde se elaboraban toscos pero duraderos tejidos de lana, lino y cáñamo para la confección de mantas, sábanas, camisas, colchas, manteles, costales y otras muchas prendas y utensilios de uso común, pequeñas industrias que perduraron hasta mediados del siglo XX en algunas localidades de tierras de Sepúlveda y Ayllón.
Elena Goded, creadora e impulsora del proyecto Ábbatte, nos recibió derrochando simpatía a raudales en este paraje impresionante y mágico en donde se hallan los restos de esta abadía de monjes blancos benedictinos, construida entre los siglos XIII y XIV y cuyo origen se encuentra en un pequeño monasterio anterior fundado en 1132 por el obispo de Segovia Pedro de Aagen sobre un eremitorio todavía más antiguo. La importancia de este lugar, afortunadamente aún alejado de las rutas turísticas multitudinarias, ha sido fundamental en la historia de la sierra de Guadarrama. Lugar habitual de refugio de algunos reyes de Castilla durante las monterías de osos y jabalíes que tenían lugar en los cercanos montes de la garganta del río Pironcillo y la Mata del Fraile, quizá el hecho histórico más trascendente entre todos los que tuvieron lugar dentro de sus derrumbados muros fue la orden que dio desde aquí el rey Juan I de fundar el vecino monasterio de Santa María de El Paular, a finales del verano de 1390.
Abandonado tras las desamortizaciones del siglo XIX, el monasterio de Santa María de la Sierra fue declarado monumento histórico artístico en 1931, y después de pasar por muchos avatares y por las manos de numerosos propietarios, a comienzos del siglo XXI fue puesto a la venta por enésima vez tras frustrarse un proyecto de hotel de lujo al que estaba destinado. Hoy, vistos los riesgos que corrió en los recientes tiempos de desmesura urbanística que han destrozado tantos paisajes sobresalientes del país, no podemos menos que reconocer que su adquisición en 2005 por Elena y su marido Salvador García Atance fue verdaderamente providencial (1). Tras cinco años de obras de consolidación de las ruinas y otros dos de construcción de unas nuevas dependencias que albergan el taller y un gran espacio destinado a la celebración de cursos y conferencias, la empresa Ábbatte inició su andadura en 2012. Es de esperar que este nuevo edificio, construido con planchas de cinc y madera de pino completamente desmontables en lograda armonía estética con los ruinosos muros de piedra de la abadía, siga manteniendo en el futuro este uso civilizado y sostenible que le han dado sus actuales propietrarios, y que que la picaresca legal y la permisividad administrativa que tan bien conocemos nunca puedan llegar a convertirlo en una simple residencia privada y privilegiada como pocas. Su inclusión dentro del ámbito territorial del Parque Natural Sierra Norte de Guadarrama, declarado en 2010 por la Junta de Castilla y León, debería ser una garantía de ello.
Por una hermosa portada apuntada de arquivoltas decoradas con dientes de sierra y cabezas de clavos accedimos al interior de las ruinas, para situarnos bajo el gran esqueleto pétreo de la iglesia, lugar que iba a servir de marco para iniciar la entrevista con nuestras dos amigas. La fuerza y la espiritualidad que transmite este imponente escenario ganan intensidad con el oscuro y sobrio paisaje de pinares que se atisba desde su interior, entre los arcos que sustentaban las bóvedas y a través del vacío hueco del rosetón. La iglesia, cuyo interior debió ser muy oscuro por la falta de iluminación directa en su nave central, es hoy todo claridad tras el derrumbe de dos de las tres bóvedas que cubrían sus naves. Por ello, el cielo azul de septiembre, tapizado por un encaje de nubes que anunciaba un cambio súbito del tiempo, nos servía de techo en casi toda la superficie del templo. Absortos en este espectacular espacio, nuestra atención quedó cautivada, sobre todo, por los siete capiteles de factura románica decorados con aves, leones y liebres que rematan algunas de las columnas adosadas a los pilares cruciformes del templo. Son una auténtica rareza figurativa que destaca entre los treinta y dos restantes que se conservan, labrados simplemente con los motivos vegetales impuestos por las estrictas normas decorativas del Císter.
La abundancia de lana permitió también la existencia de talleres familiares en numerosos pueblos de la sierra, donde se elaboraban toscos pero duraderos tejidos de lana, lino y cáñamo para la confección de mantas, sábanas, camisas, colchas, manteles, costales y otras muchas prendas y utensilios de uso común, pequeñas industrias que perduraron hasta mediados del siglo XX en algunas localidades de tierras de Sepúlveda y Ayllón.
Elena Goded, creadora e impulsora del proyecto Ábbatte, nos recibió derrochando simpatía a raudales en este paraje impresionante y mágico en donde se hallan los restos de esta abadía de monjes blancos benedictinos, construida entre los siglos XIII y XIV y cuyo origen se encuentra en un pequeño monasterio anterior fundado en 1132 por el obispo de Segovia Pedro de Aagen sobre un eremitorio todavía más antiguo. La importancia de este lugar, afortunadamente aún alejado de las rutas turísticas multitudinarias, ha sido fundamental en la historia de la sierra de Guadarrama. Lugar habitual de refugio de algunos reyes de Castilla durante las monterías de osos y jabalíes que tenían lugar en los cercanos montes de la garganta del río Pironcillo y la Mata del Fraile, quizá el hecho histórico más trascendente entre todos los que tuvieron lugar dentro de sus derrumbados muros fue la orden que dio desde aquí el rey Juan I de fundar el vecino monasterio de Santa María de El Paular, a finales del verano de 1390.
Abandonado tras las desamortizaciones del siglo XIX, el monasterio de Santa María de la Sierra fue declarado monumento histórico artístico en 1931, y después de pasar por muchos avatares y por las manos de numerosos propietarios, a comienzos del siglo XXI fue puesto a la venta por enésima vez tras frustrarse un proyecto de hotel de lujo al que estaba destinado. Hoy, vistos los riesgos que corrió en los recientes tiempos de desmesura urbanística que han destrozado tantos paisajes sobresalientes del país, no podemos menos que reconocer que su adquisición en 2005 por Elena y su marido Salvador García Atance fue verdaderamente providencial (1). Tras cinco años de obras de consolidación de las ruinas y otros dos de construcción de unas nuevas dependencias que albergan el taller y un gran espacio destinado a la celebración de cursos y conferencias, la empresa Ábbatte inició su andadura en 2012. Es de esperar que este nuevo edificio, construido con planchas de cinc y madera de pino completamente desmontables en lograda armonía estética con los ruinosos muros de piedra de la abadía, siga manteniendo en el futuro este uso civilizado y sostenible que le han dado sus actuales propietrarios, y que que la picaresca legal y la permisividad administrativa que tan bien conocemos nunca puedan llegar a convertirlo en una simple residencia privada y privilegiada como pocas. Su inclusión dentro del ámbito territorial del Parque Natural Sierra Norte de Guadarrama, declarado en 2010 por la Junta de Castilla y León, debería ser una garantía de ello.
Elena Goded trabajando en los diseños de sus tejidos ante el gran ventanal que abre el espacio de la sala destinada a auditorio hacia la llanura segoviana (fotografía de Javier Sánchez) |
Por una hermosa portada apuntada de arquivoltas decoradas con dientes de sierra y cabezas de clavos accedimos al interior de las ruinas, para situarnos bajo el gran esqueleto pétreo de la iglesia, lugar que iba a servir de marco para iniciar la entrevista con nuestras dos amigas. La fuerza y la espiritualidad que transmite este imponente escenario ganan intensidad con el oscuro y sobrio paisaje de pinares que se atisba desde su interior, entre los arcos que sustentaban las bóvedas y a través del vacío hueco del rosetón. La iglesia, cuyo interior debió ser muy oscuro por la falta de iluminación directa en su nave central, es hoy todo claridad tras el derrumbe de dos de las tres bóvedas que cubrían sus naves. Por ello, el cielo azul de septiembre, tapizado por un encaje de nubes que anunciaba un cambio súbito del tiempo, nos servía de techo en casi toda la superficie del templo. Absortos en este espectacular espacio, nuestra atención quedó cautivada, sobre todo, por los siete capiteles de factura románica decorados con aves, leones y liebres que rematan algunas de las columnas adosadas a los pilares cruciformes del templo. Son una auténtica rareza figurativa que destaca entre los treinta y dos restantes que se conservan, labrados simplemente con los motivos vegetales impuestos por las estrictas normas decorativas del Císter.
Uno de los siete capiteles de factura románica que se conservan en las ruinas de la abadía, decorado con figuras de aves y liebres (fotografía de Javier Sánchez) |
La abadía de Santa María de la Sierra ofrece en cada época del año todo un mundo de emociones al contemplador sensible, y uno no puede menos que alegrarse de la ausencia aquí de esos antiestéticos paneles informativos con que las administraciones se empeñan en llenar muchos de los paisajes y los monumentos más hermosos de nuestra geografía. Alguna ventaja había de tener la propiedad privada, en este caso afortunadamente culta y responsable. Para el autor de estas líneas, que conoció las ruinas hace ya muchos años, cuando todavía estaban invadidas por la vegetación y medio cubiertas por montañas de escombros caídos de las bóvedas, resultan verdaderamente sobrecogedoras contempladas bajo una espesa capa de nieve, con los arcos de la iglesia recortándose contra el cielo a la luz de la luna llena. Es en ocasiones así cuando parecen resonar todavía, en mitad del imponente silencio de la noche invernal y bajo el fondo nevado de la cumbre de La Picota, los ecos del monocorde canto gregoriano de los monjes blancos, que hace ocho siglos, a la hora de maitines, alababan a San Benito de Nursia, fundador de la orden benedictina y patrón de Europa:
Quidquid
antiqui cecinere vates,
Quidquid
aeternae monimenta legis,
Continet
nobis celebranda summi
Vita
Monarchae... (2)
Pero regresemos al mundo real para
centrarnos otra vez en la entrevista que mantuvimos con las dos protagonistas
de este capítulo. Elena Goded, la propietaria de este místico paraje, siempre
dice que «que ella no buscó el lugar, sino que el monasterio la encontró a
ella». Uno no deja de sorprenderse cuando repara en el insólito y simpático
apodo de «Benito» por el que nuestra interlocutora es conocida desde siempre entre
sus amigos más cercanos. Esta joven emprendedora madrileña de sesenta años es
bióloga de formación, profesora de la Universidad Nacional de Educación a
Distancia, doctora en Educación y antigua escaladora. Fue directora durante
veinte años del curso Taller de Artesanía Textil en la UNED y es una verdadera
especialista en fibras textiles y plantas tintóreas. Sobre estos temas ha
publicado libros y numerosos artículos en revistas especializadas.
Elena Goded y el autor de estas líneas durante la entrevista en Ábbatte (fotografía de Javier Sánchez) |
Ana María Martín, por su parte, nació en 1960 en la cercana localidad de Prádena de la Sierra, famosa en toda Castilla a finales de la Edad Media por sus numerosos telares y la calidad de sus tejidos de lana. Allí aprendió el oficio de tejedora, aunque no precisamente de sus ancestros sino de otra bióloga y empedernida viajera alemana llamada Gerda Kramer, que en 1982 estableció allí un taller-escuela textil de mucho renombre conocido como los Talleres de San Pablo. Junto a otras seis jóvenes del pueblo, en él aprendió a seleccionar, lavar, cardar y teñir las lanas para después tejer alfombras, mantas, chalecos y otras prendas que se vendían en los más afamados comercios de artesanía e incluso en el extranjero.
Cuando Elena decidió lanzarse en la
aventura de crear Ábbatte, enseguida pensó en Ana María y en su gran
experiencia para formar a las demás tejedoras que allí trabajan e impartir los
cursos en los que se enseña la técnica del tejido artesanal. Al entrar en el moderno
y acogedor taller que ha abierto junto a las ruinas del monasterio, se hace presente
el sonido rítmico y monótono de la lanzadera de alguno de los cinco telares instalados
en él. Son telares horizontales o de bajo
lizo ‒el «lizo» es la urdimbre de hilo sobre la que se va tejiendo la lana
o el lino en el telar‒ y en ellos se tejen alfombras, mantas, colchas,
manteles, estores, almohadones, chales y bufandas, utilizando únicamente
hilaturas naturales de alta calidad, como las lanas de merina, alpaca y
cachemira o sedas, linos y algodones procedentes de todo el mundo.
Aquí se llevan a cabo casi todas las labores tradicionales de preparación de la lana previas al tejido. Como las fibras textiles hoy vienen elaboradas de fábrica ya no es necesario, como se hacía antaño, escarmenar los vellones que venían directamente del esquileo, operación que consistía en estirar y separar a mano la fibra hasta que quedaba mullida suave y ligera. Después la lana se cardaba con cardadores de púas metálicas enceradas, con el fin de eliminar la paja, el estiércol y todas las impurezas enredadas y adheridas a ella. El hilado sí siguen haciéndolo al modo tradicional, con una rueca en la que las tejedoras del taller van formando madejas de hilos de lana de distintos grosores. Estas madejas después se tiñen a mano en modernas e impolutas pilas de acero inoxidable, operación que antiguamente se hacía en calderos de hierro donde se hervían junto a los tintes naturales elegidos y a otras sustancias que fijaban el color, como sal, vinagre, sulfato de cobre, piedra de alumbre o incluso orines de oveja.
Aquí se llevan a cabo casi todas las labores tradicionales de preparación de la lana previas al tejido. Como las fibras textiles hoy vienen elaboradas de fábrica ya no es necesario, como se hacía antaño, escarmenar los vellones que venían directamente del esquileo, operación que consistía en estirar y separar a mano la fibra hasta que quedaba mullida suave y ligera. Después la lana se cardaba con cardadores de púas metálicas enceradas, con el fin de eliminar la paja, el estiércol y todas las impurezas enredadas y adheridas a ella. El hilado sí siguen haciéndolo al modo tradicional, con una rueca en la que las tejedoras del taller van formando madejas de hilos de lana de distintos grosores. Estas madejas después se tiñen a mano en modernas e impolutas pilas de acero inoxidable, operación que antiguamente se hacía en calderos de hierro donde se hervían junto a los tintes naturales elegidos y a otras sustancias que fijaban el color, como sal, vinagre, sulfato de cobre, piedra de alumbre o incluso orines de oveja.
Ana María Martín tras las operaciones del teñido de la lana con tintes naturales en las modernas instalaciones de Ábbate (fotografía de Javier Sánchez) |
Una de las pasiones de Elena Goded son las técnicas tradicionales de teñido textil, por lo que ha instalado un pequeño huerto junto a las ruinas del monasterio en el que cultiva las plantas tintóreas más utilizadas en la antigüedad, entre otras la gualda (Reseda luteola), el zumaque (Rhus coriaria) o la granza o rubia (Rubia tinctorum) tan utilizada en Castilla durante siglos para teñir de rojo intenso las mejores lanas. En una capilla subterránea descubierta durante las excavaciones arqueológicas previas a la construcción del nuevo edificio, ha destinado un espacio como obrador para experimentar nuevas técnicas de teñido con tintes naturales. Allí nos mostró su almacén de sustancias tintóreas de origen animal y vegetal, utilizadas desde la más remota antigüedad para teñir los tejidos con colores intensos e intemporales, como el rojo carmín de la grana cochinilla (Dactylopius coccus), el azul añil del índigo (Indigofera tinctoria) y el negro azabache del palo de Campeche (Haematoxylum campechianum). Como docente que es, esta pasión por los tintes la canaliza también a través de la enseñanza y la divulgación, por lo que organiza cursos prácticos de formación en esta materia, como el que impartió en julio de 2015 el botánico, químico y tintorero francés de fama internacional Michel García. Elena insiste siempre en la diferencia sustancial entre los colores planos que proporcionan los tintes industriales y los «colores emocionales» conseguidos con los tintes naturales usados desde hace siglos, cuya gama de matices es inigualable.
"Colores emocionales" conseguidos por medio del teñido de las lanas con tintes naturales (fotografía de Javier Sánchez) |
Ana María Martín trabajando en su viejo telar de "bajo lizo" (fotografía de Javier Sánchez) |
Ana María se sentó ante el viejo telar que ya utilizaba en el taller de Gerda Kramer, para hacernos una demostración de su maestría en el arte de tejer. Al momento, todo el trasiego de la sala pasó a un segundo plano y nuestra atención quedó cautivada por el movimiento de sus manos trabajando la urdimbre al compás que marcaban la lanzadera y el vaivén de los pedales, como si de la más virtuosa y consagrada de las pianistas se tratara. El resultado de su trabajo es inigualable gracias al sosiego y la calma tan determinantes de este oficio: «si no hay paciencia y cualquier hilo de la trama queda flojo, el trabajo realizado no sirve y no puedes continuar», insiste nuestra experta tejedora. Cuando el tejido está terminado se corta, se lava a mano, se plancha y ya queda listo para su venta o exportación. Por poner un ejemplo de lo que exige el buen desempeño de esta labor: hacen falta dos semanas para tejer una sola ruana de seda, prenda parecida a un poncho que era utilizada tradicionalmente en los altiplanos de Colombia.
Pero además de Elena y Ana María hay otras mujeres detrás del proyecto. Son Camila Lanzas Goded, Mercedes García Gómez, María Olmos Mochales, y las tejedoras Ana Isabel López Ayuso, Cristina Escribano Méndez, María del Carmen Gimeno de Nicolás y Paloma Martínez Torres. Hemos querido mencionarlas a todas aquí porque la iniciativa de Ábbatte, que acaba de recibir el Premio Nacional de Artesanía de Emprendimiento, marca uno de los caminos a seguir hacia la sostenibilidad en el ámbito de los espacios protegidos de estas montañas, ya que no sólo ha rehabilitado una de las más valiosas muestras del patrimonio monumental de la comarca segoviana de la Vera de la Sierra y reactivado la economía local, sino que con su atrevida combinación de modernidad y vocación de continuidad se están proyectando hacia el futuro los usos tradicionales en la sierra de Guadarrama.
(1) Salvador García Atance es también montañero e impulsor y presidente de la Fundación Lealtad.
(2) Cuanto cantaron los antiguos profetas, / todos los ejemplos de la Ley eterna / los encontramos reunidos / en la vida del fundador que celebramos…
(2) Cuanto cantaron los antiguos profetas, / todos los ejemplos de la Ley eterna / los encontramos reunidos / en la vida del fundador que celebramos…
5 comentarios:
Julio, una vez mi más sincera enhorabuena por la entrada. De quitarse el sombrero, si es de buena lana, mejor. La noche serrana refresca ;)
Como siempre muy interesante todas estas cositas relacionadas con Guadarrrama, me parece genial este tipo de trabajos artesanales, enhorabuena.Julio.
me parece genial este tipo de trabajos artesanales recuperados muy interesante , Julio
Menos mal que todavía hay gente como esta señora dispuesta a hacer algo así, y otros como tú, Julio, que saben apreciarlo.
Santiago Tamarón
Buenas tardes Me Gustaría Saber Si Gerda Kramer Vive Aún
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